Las redes sociales son una hermosa herramienta que permite puntuales conexiones entre las personas en el mundo de la infinita virtualidad. Es una manera de acercarse a aquellos con los que tenemos afinidad pero cuya distancia no nos permite un contacto más directo.
También es un instrumento para hacer catarsis y escribir —cuando no, describir— subjetividades de diversa índole.
Para aquellos que hacemos periodismo es un utensilio imprescindible, que permite medir en tiempo real cuestiones que hacen a la coyuntura. Tiene sus límites, claro, pero ¿qué herramienta periodística no los tiene?
En lo personal, soy asiduo usuario de Twitter y, en menor medida, de Facebook. Allí comparto mis propias impresiones, mis pensamientos y algún que otro comentario ácido. Siempre, como dije, desde la subjetividad.
Jamás me meto en opiniones ajenas, salvo que se trate de injurias hacia mi persona. Jamás alguien me verá metiéndome en el muro de Facebook de algún amigo o conocido cuestionando sus opiniones, aún cuando yo piense diferente. Entiendo que la lógica de las redes sociales es esa: opinar libremente.
Sin embargo, ello no parece ser así para muchos de los que viven en ese mundillo virtual. Por caso, padezco a diario la presión de algunos de mis propios seguidores, pidiéndome que opine de tal o cual manera u obligándome a escribir sobre “blanco” si se me dio por decir algo sobre “negro”.
En lo concreto, cuando hago un comentario crítico contra el macrismo me preguntan por qué no hago lo mismo respecto del kirchnerismo, y viceversa.
¿Qué se supone que tengo que demostrar? ¿Acaso necesito llevar un carnet de honestidad intelectual antes de opinar sobre mis propias inquietudes?
Es una situación que por momentos se torna insoportable y que me ha llevado a pensar en más de una oportunidad en cerrar mis cuentas en Twitter y Facebook. Luego prima la mesura y decido bajar los decibeles. Pero el pensamiento es recurrente.
A veces pierdo más tiempo discutiendo con aquellos que me escriben en privado cual “comisarios ideológicos” que redactando mis breves pensamientos en las redes sociales. A algunos he decidido bloquearlos, aún cuando nos unían años y años de amistad.
Luego de lo antedicho, espero que esta especie de “dictadura” de las redes sociales, parte residual de la interminable “grieta”, se acabe de una vez y por todas, porque es dañina y, entre otras cosas, conspira contra la libertad de opinión.
Habría que recordar más seguido aquella frase célebre de Voltaire: “No estoy de acuerdo con lo que dices, pero defenderé con mi vida tu derecho a expresarlo”.
Excelente comentario, coincido totalmente con su apreciaciòn. Soy usuario de Twitter y veo como a determinados periodistas lo atacan si no coincide con el discurso oficialitas antes K hoy M.
Resulta esteril discutir temas SIN MARGEN PARA FUNDAMENTAR.El hedonismo ha llegado hasta la comunicación, es por ello su caracter SUPERFICIAL Y EFIMERO de las redes sociales. Este tipo de foros,por el de Tribuna, son por lejos mucho mas ricos, no solo por el contenido de lo que se expresa, sino porque dá la posibilidad de incluir una elaboración mental que va mas allá de lo que se "siente" en determinado momento. En las redes sociales solo se visualiza la reacción a un ESTIMULO y no el desarrollo de un PENSAMIENTO con todos sus ingredientes como para enriquecer la comunicación y sobre todo el DIALOGO. La supuesta valoración de lo corto y sintético, no siempre es valedero, a veces se cae en la torpeza de la confrontación por la confrontación misma, eso nos aleja de la funcion que nos diferencia de los animales, que vá mas allá de la reacción.
gracias a las redes, los distintos relatos se derriten como un helado...sin embargo, todos sabemos que hay muchos trolls pagados por los bandos...