Primer acto: a Roberto Lavagna le ofrecen ocho millones de dólares para que baje su candidatura a presidente de la Nación.
Segundo acto: a José Luis Espert le “mejicanean” a su principal aliado a la hora de presentar las listas de candidatos por las PASO, a horas de su vencimiento.
Tercer acto: Juan José Gómez Centurión aseguró que recibió puntuales llamados de capitostes del oficialismo para bajar su postulación a la primera magistratura.
Las tres situaciones son parte del culebrón político que se vive en estas horas en el país, donde las trapisondas y zancadillas son parte del folclore local y ningún partido político parece exento de ellas.
Se ha criticado a mansalva al kirchnerismo por su historial de operaciones políticas y carpetazos, y… ¿nada diremos de lo que hace el macrismo? ¿Todo vale a la hora de ganar las elecciones?
El republicanismo debe estar cimentado sobre sólidas bases, cuyos ingredientes no carezcan de inquebrantables principios éticos y morales.
Si ello no queda debidamente claro, si se permite que todo valga en pos de lograr un objetivo político, ¿se puede luego reclamar a los mismos dirigentes por sus volteretas partidarias o sus desaguisados en detrimento de la cosa pública?
Lo que está mal, está mal. No importa la magnitud del desacierto. En este caso, lo que hace el gobierno está fuertemente reñido con la moral y las buenas costumbres republicanas.
Podría parecer algo menor, pero no lo es. Mejor que nadie lo dijo en su momento Ortega y Gasset: “La República necesita de todas las colaboraciones, las mayores y las ínfimas, porque necesita -queráis o no- hacer las cosas bien, y para eso todos somos pocos.”