Arrancó bien, con palabras que sonaron promisorias. Dejando atrás los violentos arrebatos verbales —y de los otros— que supo regalarnos el kirchnerismo.
“No esperen que yo profundice la grieta porque conmigo se termina la grieta”, dijo Alberto Fernández horas después de que se revelara que sería el candidato a presidente por el kirchnerista Frente de Todos.
En esos días, poco después de mediados de mayo, el otrora jefe de Gabinete K defendió a su compañera de fórmula, Cristina Kirchner: "Se cansó de dar pruebas de que hay otra Cristina que no es una Cristina con nuevas convicciones sino que es más madura".
Fue incluso más allá al mencionar que su programa económico sería racional y coherente, diferenciándose de lo que fueron las catastróficas medidas del kirchnerato, gobierno al que supo adherir hasta el año 2008.
Preguntado respecto de qué haría con la deuda con el FMI si llegara a presidente de la Nación, Alberto habló de buscar “entre todos” una salida “para los compromisos que la Argentina tiene con el mundo".
Aclaró al mismo respecto que “nunca hemos pensado en dejar de pagar la deuda o dejar de cumplir las obligaciones. La historia cuenta que vinimos a pagar las deudas que siempre tomaron otros". Lo dijo el 19 de mayo pasado.
Esa racionalidad se tradujo en la calma de los mercados, que creyeron en sus palabras, siempre con un dejo de mínima desconfianza.
De hecho, en sus primeras entrevistas, Alberto mantuvo la calma y toleró todo tipo de cuestionamientos, casi siempre vinculados a lo angustiantes que fueron los gobiernos de Néstor y Cristina, en muchos aspectos.
Sin embargo, pronto mostró su verdadero rostro: el que se conoció cuando ocupó el tercer cargo en importancia durante el gobierno de Néstor Kirchner. Como ya explicó este cronista, eran días en los que sabía llamar a los periodistas críticos a efectos de apretarlos.
“Yo te puedo hacer mierda”, decía Alberto a su eventual interlocutor a efectos de expresar su disconformidad con alguna nota periodística puntual. Desde ya, se trataba de una manifestación que refería a los pedidos de su jefe directo, Néstor Kirchner. Pero era una manifestación refrendada por él, finalmente.
Once años más tarde, Alberto volvió a mostrarse como entonces, con ese mismo nivel de intolerancia. Empezó peleándose con tres periodistas, en un mismo día: Mercedes Ninci, Héctor Emanuele y Jonatan Viale.
Luego, decidió dinamitar todo lo que había proclamado a nivel económico. Fue después de manifestar que en caso de llegar a la presidencia no pagaría los intereses de las Leliq y, al mismo tiempo, advertir que el dólar estaba muy “atrasado”.
¿Pretendía acaso generar algún tipo de caos económico-financiero? Si así fue, no lo logró… por suerte. Sencillamente porque los mercados no creen que logre llegar a ocupar el sillón de Rivadavia.
Sea como fuere, su escalada verbal prosiguió en el mismo sentido, permitiendo que Mauricio Macri lograra remontar en las encuestas.
Lo que no logró Durán Barba a través de la ausencia de méritos por parte de Cambiemos, lo consiguió Alberto poniéndose al frente de los “deméritos” del kirchnerismo. Ironías de la política argenta.
Luego de todo lo antedicho, el exjefe de Gabinete ha quedado fuertemente devaluado, aún cuando intenta volver a mostrarse moderado. Su jugada ya quedó expuesta. Es tarde.
Su naturaleza está intacta, por más que intente demostrar algo diferente. Por más que intente desdoblar su pensamiento de su verdadera esencia.
Porque, como dijo alguna vez el genial escritor y periodista Ernest Hemingway, “conocer a un hombre y saber lo que tiene en la cabeza son asuntos distintos”.