En estas horas, la Argentina vive uno de los momentos más complejos de su historia, a nivel político, económico y social.
En parte, a causa del avance del coronavirus; en parte, por motivos históricos y estructurales que refieren a la responsabilidad de los gobiernos de las últimas décadas. Todos ellos, sin distinción partidaria.
Entre otras cuestiones, hoy el país transita por las siguientes complicaciones:
-La propia pandemia, que va diezmando a la población.
-Los efectos económicos devastadores derivados de esta.
-La polémica expropiación de Vicentin.
-El imperdonable espionaje macrista.
-La implacable e indomable inflación.
-La negociación de la deuda argentina.
-El eventual default al que se llegaría ante la imposibilidad de la negociación ad hoc.
-La “liberación” del cobro de la pensión como exvicepresidente para el condenado Amado Boudou.
-La salida de la firma Latam de la Argentina.
-La paralización de los juicios contra referentes del kirchnerismo.
-Etcétera…
A pesar de todo lo antedicho, diarios, revistas y programas de televisión y de radio se abocaron en las últimas horas a hablar de Romina Malaspina, una ex Gran Hermano que apareció repentinamente como cronista en Canal 26 con un top transparente, dejando en evidencia sus pezones.
Ello fue motivo de cientos y cientos de horas de análisis de todo tenor e índole. Como si fuera realmente relevante. Como si la Argentina de pronto se hubiera convertido en Suiza y careciera de los consabidos escándalos de cabotaje.
No me canso de decirlo: somos Argenzuela. Y no solo por el incidente de Malaspina.