La victoria de Joe Biden por sobre Donald Trump en Estados Unidos esperanza al gobierno de Alberto Fernández, como si se tratara del arribo de un candidato peronista.
Alguien debería explicarle al mandatario argentino que, gobierne quien gobierne ese país, el principal interés está bien lejos de la Argentina.
Hoy, Estados Unidos tiene la mira puesta en China y Rusia; y, en lo que refiere a Latinoamérica, solo le interesa el derrotero del chavismo en Venezuela.
Mal que le pese al kirchnerismo, en el gran país del norte la lógica política es bien diferente a lo que ocurre por estos lares. Allí no existe la izquierda tal y como se la conoce en Argentina. Lo más parecido es el partido Demócrata, que está bien lejos de ser de esa extracción.
Luego, hay una concepción de la política que es coherente a todos los gobiernos, pensando siempre en los intereses de los propios ciudadanos estadounidenses. ¿La Argentina? Bien, gracias.
Independientemente del dato que se acaba de explicar, el gobierno de Alberto Fernández ha puesto la mira en aquellos funcionarios y referentes que tienen llegada —en mayor o menor medida— con Biden. Principalmente tres: Sergio Massa, Jorge Arguello y Martín Guzmán.
No obstante, a efectos de tratar de tender puentes con la nueva administración del norte, el jefe de Estado contrató a Thomas Shannon como lobista en EEUU.
Entretanto, en lo que refiere a la política local, Alberto ha comenzado a plantear entre los suyos el operativo “despegue” y “moderación”.
Está preocupado por la caída de su valoración en los últimos tiempos, que aparecen reflejados en una encuesta de la firma D’Alessio IROL-Berensztein. Allí, la imagen positiva del presidente bajó al 44%, mientras que la negativa escaló al 54%.
Ello convenció a Fernández de bajar un cambio en su camino de “radicalización discursiva” que había empezado a encarar en las últimas semanas.
A su vez, este viernes decidió convocar a Horacio Rodríguez Larreta, justo antes de anunciar las nuevas medidas referidas a la flexibilización de la cuarentena en el AMBA. Fue solo para la foto, porque luego el mensaje lo dio él solito. La estrategia de la “moderación” empezó junto a esa imagen.
Misión imposible
En estas horas, Alberto Fernández intenta lo imposible: quedar bien con Dios y con el diablo. En buen romance... no quiere romper con Cristina Kirchner, pero se distancia de sus recomendaciones, al tiempo que se acerca a los peronistas más moderados. Por los motivos ya expuestos, aquello de intentar mejorar su imagen personal.
Parte de esa estrategia se verá en la discusión intestina que se dará dentro del oficialismo por la designación del nuevo procurador General de la Nación. Alberto quiere que quien ocupe ese cargo sea Daniel Rafecas —lo cual es aceptado por parte de la oposición—, pero Cristina ya lo ha bochado. Su candidata es Indiana Garzón, actual fiscal general de Santiago del Estero.
No se trata de cualquier persona, sino de la mujer que ha sabido ocultar con eficacia las trapisondas delictivas del clan Zamora en esa provincia. Jamás exentas del tópico narco-criminal. A la sazón, es una militante ultra kirchnerista. Suficiente para satisfacer a la vicepresidenta.
El único problema que ostenta hoy Cristina para lograr imponer a su candidata es que el Frente de Todos no cuenta con los dos tercios necesarios en el Senado para que sea designada.
Ello explica el debate que se da en estos días en el Parlamento argentino para modificar la ley de Ministerio Público Fiscal. Oscar Parrilli jura que es para acortar el mandato del procurador, pero en realidad se busca intentar cambiar el artículo que da cuenta de la mayoría necesaria para elegir al jefe de los fiscales.
Relaciones peligrosas
Cada vez son más los referentes del peronismo que le aconsejan a Alberto “romper” con Cristina. Algunos lo hacen de manera pública y otros de manera privada. Pero es en cantidad creciente.
La vicepresidenta no desconoce esa situación, que la enfurece. Está segura de que la traición llegará más temprano que tarde. A su propia tropa, que abreva en el Instituto Patria, les pide que sigan de cerca las nuevas amistades del jefe de Estado. Principalmente, Héctor Magnetto y Paolo Rocca.
Al mismo tiempo, en sus conversaciones privadas, la expresidenta empieza a hilar una trama que inquieta a los que la escuchan: relaciona el “despegue” de Alberto con aquel culebrón de los policías bonaerenses que tuvieron en vilo a la sociedad a principios de septiembre pasado. Presuntamente en reclamo de aumentos salariales.
Para Cristina, no es casual que los uniformados que se quejaban entonces pertenezcan a distritos gobernados por intendentes cercanos al presidente de la Nación. Uno de ellos, “Juanchi” Zabaleta, de Hurlingham, es uno de los principales asesores del mandatario. Dato fatal para Cristina, que no cree en casualidades.
Por eso, en los días venideros se espera que hayan mensajes por elevación contra Alberto en sus redes sociales. No será como aquella carta que lo dejó en off side, pero sí habrá dardos envenenados, con mensajes que diferencien la política de uno y de otro. Con la obvia referencia a Néstor Kirchner, al solo efecto de mojarle la oreja al presidente, que suele jactarse de su amistad con el fallecido expresidente.
Para terminar, hay que mencionar que esta semana volverá al tapete la discusión por el funcionamiento de la Corte Suprema de Justicia de la Nación. Ello a pesar del fallo que emitió ese cuerpo sobre los jueces Bruglia y Bertuzzi, que beneficia claramente a Cristina.
La decisión de la expresidenta de ampliar la cantidad de ministros de la Corte está tomada y ello se verá en los debates que comenzarán en estos días, con la participación protagónica del abogado de la vicepresidenta, Carlos Beraldi.
La comisión ad hoc concluirá que el supremo cuerpo precisa contar con más miembros. Los números oscilarán entre los 9, 19 y 25.
Cuando ello ocurra, cuando la Corte sea cooptada, el último bastión del republicanismo habrá sucumbido ante los caprichos del populismo de la mujer más impune de la Argentina.
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