Hace dos años, el escenario era casi calcado... pero totalmente inverso. Juntos por el Cambio sufría una dura derrota en las PASO del 11 de agosto y Mauricio Macri se ilusionaba con las elecciones generales de octubre. “Se puede dar vuelta esta elección”, vociferaba a los cuatro vientos.

Similar al discurso de Alberto Fernández anoche, que aseguró que “la campaña acaba de empezar y en noviembre tenemos que ganarla”.

Finalmente, Macri no pudo obrar el milagro. ¿Podrá Alberto revertir la voluntad popular? Demasiado temprano para tal interrogante.

Sea como fuere, el gobierno tenderá a radicalizarse a pesar de la derrota, tal como anticipé ayer mismo en este mismo portal. Era una decisión tomada desde antes de saber que el kirchnerismo sufriría un duro revés.

Dicho sea de paso, el padre de la derrota ya tiene nombre: Alberto Fernández, a quien Cristina Kirchner obligó a hacerse cargo del desastre. Por eso fue el único orador.

La vicepresidenta lo responsabiliza por lo ocurrido en las urnas. No por un motivo, sino por varios de ellos: desde la fiesta VIP en Olivos hasta el errático rumbo de la política y la economía en el país.

Para entender qué hay en la cabeza de Cristina, hay que prestar atención a aquella profética carta que escribió el 26 de octubre de 2020: “En la Argentina el que decide es el Presidente. Puede gustarte o no lo que decida, pero el que decide es él. Que nadie te quiera convencer de lo contrario. Si alguien intentara hacerlo, preguntale qué intereses lo o la mueven”.

Con aquellas palabras, la otrora presidenta terminaba de despegarse de las decisiones tomadas por Alberto Fernández. Augurándole incluso que ocurriría lo que terminó de suceder anoche.

“No podés ser tibio, tenés que tener decisión y, sobre todo, mostrar que tenés decisión”, le dijo personalmente en aquellos mismos días al jefe de Estado.

Este último tomó nota y se radicalizó, como quería su compañera de gobierno, pero solo lo hizo en el discurso. Todo lo demás siguió igual. Principalmente aquel mandato por el cual Cristina lo eligió: la reforma de la Justicia.

A pesar de que fue puesto en su cargo para aliviar la situación judicial de la vicepresidenta, Alberto jamás movió un dedo para lograrlo. En ningún sentido.

Por eso, lo que viene es un avance feroz en tal sentido. Antes de que el kirchnerismo pueda perder la mayoría en el Senado de la Nación, donde deben cocinarse algunas de las reformas que quiere la expresidenta.

A su vez, los K tendrán que “rosquear” en Diputados para lograr su cometido, lo cual no será nada sencillo: frente a lo sucedido este domingo, Juntos tiene poco y nada que pueda interesarle como moneda de cambio.

Hablando de política, Cristina aprovechará lo ocurrido para imponer algunas de sus ideas, principalmente en el terreno político y económico. Es probable que vuelva a poner sobre el tapete la incómoda discusión acerca de cambiar el gabinete. Pero no será en el corto plazo, porque sería un reconocimiento de la derrota. Y el orgullo siempre puede más en ella.

Sabe, de todos modos, que la batalla no está perdida del todo. Porque la Argentina es cíclica: los que hoy están arriba, mañana son los grandes perdedores. Y viceversa. Es parte de la esquizofrenia política vernácula.

Por eso mismo, es recomendable que no festejen demasiado a los referentes de Juntos. De igual manera, no deberían atribularse los muchachos del Frente de Todos.

Como bien dijo alguna vez Simón Bolívar, "el arte de vencer se aprende en las derrotas".


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