Mauricio Macri agarró un micrófono de C5N y lo tiró al agua. Es lo que pasó y registraron todos los que estuvieron al momento en que ocurrió, cuando el expresidente se dirigía al juzgado de Dolores, en el contexto del expediente por supuesto espionaje a familiares del ARA San Juan.
Horas más tarde, muchas horas más tarde, el propio Macri se disculpó por lo ocurrido. Luego de que asociaciones que aglutinan a periodistas repudiaran lo ocurrido. Tales como FOPEA o ADEPA y otras.
A pesar de ello, de que el propio exmandatario incluso reconoció lo sucedido y pidió perdón, la célebre horda de tuiteros M salió a cuestionar a quienes opinamos que lo ocurrido había sido un desacierto.
En lo personal, he recibido cientos y cientos de mensajes, por opinar. Solo limitarme a eso. Y sobre algo que quedó documentado en una docena de cámaras, de TV y de las otras.
Como si mi palabra fuera la palabra de Dios y como si Twitter fuera el New York Times. Mientras lo escribo, no puedo creer tamaña idiotez.
¿Acaso tendré que pedir permiso para opinar en mis propias redes sociales a partir de ahora? Se lo pregunté a uno de los tantos que me insultó en las últimas horas.
Concluyendo en lo obvio: el nivel de autoritarismo que se vive en la Argentina, sazonado por la insoportable grieta, ya no da para más. Porque, como dije, las redes sociales son redes sociales. Es un montón de gente opinando. Solo eso. Ninguna verdad revelada.
Y de pronto me encuentro escribiendo esta insólita columna. Y tengo que explicar lo que no debería explicarse. Y nada tiene sentido finalmente.
¿Acaso debo mostrar mi carnet de periodista independiente a esta altura? ¿O tampoco alcanza?
¿O solo me queda la alternativa de nunca más volver a cuestionar a Macri?
No tengo las respuestas a esas preguntas. Solo las preguntas. Y a veces me aterra no saber qué responder. Porque en la Argentina siempre hay que tener un latiguillo para todo. Siempre. Sino, uno es un tibio, o un vendido, o lo que sea.
Es insoportable. Pero, sobre todo, es agotador.
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