En medio de consensos fiscales, y espionajes ilegales, y sobreseimientos subrepticios —de unos y otros—, hay un tipo. Un pobre tipo si se me permite. Llamado Sebastián Domenech.
Que es víctima de un sistema perverso, que lo manejan tres o cuatro o cinco impresentables, desde el Poder Judicial, que impide a miles de padres tener contacto con sus hijos.
Son jueces de Familia los que están a la cabeza de semejante despropósito. Y es paradójico, porque si hay algo en lo que no piensan esos tipos es en la “familia”. Ni tampoco piensan en la Justicia. Pero son jueces. No hay remate.
Y ahí está el pobre tipo, Domenech —colega él—, penando porque no puede ver a sus pequeños desde hace mil años. Y lo cuenta en las redes sociales. Y millones se compadecen de él.
Entonces ocurre lo inesperado: la Justicia lo obliga a borrar lo que escribió. Y juro que no es chiste.
O sea... en lugar de resolver la cuestión de fondo, los jueces revictimizan a la víctima, y el dolor del pobre tipo se vuelve infinito.
Porque, convengamos, él podría llegar a entender los vericuetos judiciales que le impiden ver a sus hijos. Pero jamás logrará comprender la idiotez de que no le permitan hacer catarsis por su derrotero.
De pronto, su dolor es inconmensurable. Y tiene ganas de llorar, y gritar, y patalear. Pero, ¿se lo permitirán esos tipos que no lo dejan expresar su dolor en redes sociales? ¿O también se lo prohibirán?
Y las preguntas se multiplican: ¿Dónde están todos aquellos colectivos que siempre se rasgan las vestiduras y muestran el pecho preocupados por las injusticias “de género”? La respuesta son los usuales cantos de grillos. Cri cri cri.
No obstante, lo más inquietante no es esto que ahora mismo les cuento, que seguro ustedes ya lo saben, sino el hecho de que existe toda una maquinaria judicial implacable que se ha vuelto experta en hacer añicos familias completas. Algunas de ellas para siempre.
A través de un mecanismo tan brutal como perverso: las falsas denuncias de violencia familiar. Uno lo conoce bien, no solo porque lo viene contando desde hace dos décadas, una y otra vez, sino también porque lo ha vivido. Y le ha ganado al sistema. Pero uno es la excepción, jamás la regla.
Y todo indica que ese pobre tipo, Domenech, no tendrá semejante privilegio. O sí, uno desea que sí. Que pueda volver a ver a sus hijos. Pero uno conoce el sistema demasiado bien, y no hay lugar ahí para el optimismo.
Y es curioso, porque los políticos hablan de lo mal que funciona la Justicia, y que hay que cambiarla, y todo eso. Pero nadie le presta atención a esta problemática, que acumula miles y miles de damnificados en todo el país cada año.
Entonces, ¿realmente les importa lo que ocurre en el sistema judicial o solo a aquellos fueros que les compete, como el Federal o la Corte Suprema?
En fin, el debate es incómodo e interminable, y nadie parece dispuesto a darlo. Y tampoco importa demasiado finalmente.
Porque, se discuta o no se discuta, el pobre tipo sigue ahí, sin poder ver a sus hijos.
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