Otra vez sopa... los violentos de siempre salieron a hacer lo que mejor saben. Mejor dicho, lo único que saben hacer: destrozos. Jamás el diálogo, ni el acuerdo, ni nada de nada. Solo piedrazos y desmanes.
¿Quién los manda? ¿De dónde salieron? ¿Por qué nadie los detiene jamás? No hay respuestas, aunque sí muchas sospechas. Y todas son inquietantes.
Primero, ¿quién los manda? Hay una máxima en periodismo que dice que, para entender un hecho, hay que ver a quién beneficia y a quién perjudica. Claramente los beneficiados son los cristinistas de pura cepa y los damnificados los albertistas. Y la ciudadanía toda, claro.
Segundo, ¿de dónde salieron? La coordinación con la que se manejaron permite imaginar que alguien estuvo detrás de la movida. No hay nada espontáneo en este tipo de situaciones.
Tercero, ¿por qué nadie los detiene jamás? Esto no tiene respuesta. Porque las imágenes son claras y allí se ve cómo la policía observa a los violentos sin hacer nada de nada. De hecho, hubo un solo demorado que, ya mismo se puede anticipar, saldrá en libertad en cualquier momento.
La bronca por lo ocurrido puede verse en las redes sociales, que son el “micro espejo” de la vida real. Allí los mensajes condenatorios por lo sucedido se multiplican por miles y miles. Es parte de una catarsis que no sirve para nada.
Porque lo que realmente sería útil es hacer justicia, único mecanismo que desactiva a los violentos a futuro. ¿Hubiera ocurrido lo que pasó este jueves si en 2017 hubieran sido ajusticiados —en el mejor sentido de la palabra— los que arrojaron varias toneladas de piedras al Congreso Nacional?
Es historia contrafáctica, ciertamente, pero está demostrado que el castigo desactiva —parcialmente, pero desactiva al fin— a los que cruzan los límites de la ley. Ergo, un Estado presente en lo que a combate del delito refiere, permite que este tipo de sucesos no ocurran.
El camino contrario, el de la anomia, permite anticipar lo obvio: que los desmanes como el de hoy vuelvan a suceder, una y otra vez. Siempre en detrimento de los ciudadanos de a pie, los verdaderos damnificados, siempre.
Un papelón finalmente, que refleja la paupérrima calidad de la clase política, del oficialismo y, en menor parte, de la oposición. Ni unos ni otros se animan a hacer nada para detener a los violentos de siempre. Ello permite que la trama se repita ad infinitum.
Ya lo dijo Karl Marx alguna vez: “La historia se repite dos veces, la primera en forma de tragedia y la segunda en forma de farsa”.
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