“Ya no me interesa hablar con Cristina, no me armes ninguna reunión porque no voy a ir”, le dijo Alberto Fernández a Sergio Massa hace unos días, exteriorizando su hartazgo por el destrato que le endilga su compañera.
Los ataques de la vicepresidenta lo han agotado por completo y, por eso, instruyó a su equipo a responder a cada agresión que le llegue. Principalmente encomendó esa tarea a dos de los pocos en los cuales confía: Emilio Pérsico y Fernando “Chino” Navarro.
No es casual: Cristina decidió ir por la última caja que le queda por “saquear”, la de los planes sociales, y eso afecta de lleno al Movimiento Evita, que estos últimos comandan. No hay que olvidar que por sus manos pasan alrededor de 100.000 programas “Potenciar Trabajo”.
Es la disputa madre que viene, y dejará heridos de ambos bandos. Porque no se trata solo del control de los fondos que administran los piqueteros, sino también —sobre todo— del tópico atenuante de los desbordes sociales. Ergo, quien controla esa plata, controla de alguna manera el control de la calle.
¿Qué ocurriría si ese poder pasa a manos de La Cámpora, como quiere la vicepresidenta? Dicho de manera más cruda: ¿Ayudará a Alberto a atemperar el malhumor social o acelerará las complicaciones de su gobierno aplicando un torniquete con esos fondos?
Sea cual fuere la respuesta, lo inquietante es lo que subyace detrás: el pedido del FMI de reducir el descomunal déficit fiscal que complica las cuentas públicas. Alberto y Cristina coinciden en ese punto, ambos piensan que hay que ajustar allí, en los planes sociales. También en torno a las jubilaciones. Más aún.
Ello explica la reunión que mantuvo la vicepresidenta durante dos horas con Carlos Melconian a puertas cerradas este viernes, que ella misma hizo trascender. Fue todo un mensaje, al interior y al exterior del espacio del Frente de Todos.
Ya no se deja llevar por lo que le dice Axel Kicillof, quien la hizo pasar el papelón de su vida durante su exposición en el Día de la Bandera. Fue él quien le armó el “ayuda memoria” que aseguraba que la inflación era consecuencia del endeudamiento del macrismo. El desacierto fue tal que lo refutaron hasta economistas del propio kirchnerismo.
Ello la decidió a juntarse con Melconián, furioso crítico del kirchnerismo y ubicado en las antípodas de su pensamiento económico. Lo que hablaron es un completo misterio.
¿Le habrá propuesto ser parte de su eventual gobierno en 2023? Imposible saberlo. Porque tampoco está claro si se lanzará para suceder a Alberto, como le piden sus íntimos.
Los números no le dan, en ninguna de las encuestas que se conocieron en los últimos meses.
Lo que sí es seguro es que le preguntó acerca del “secreto” de la acumulación de reservas, tópico que la inquieta particularmente. Por eso es probable que aparezca en el horizonte cercano algún tipo de medida restrictiva de las importaciones. Hacen falta miles de millones de dólares para enfrentar las vicisitudes de los próximos meses y las divisas flaquean.
Cristina sabe que ese es su talón de Aquiles. Si no logra resolverlo, el Frente de Todos será solo un recuerdo allende 2023. Ello la obliga a plantearse la posibilidad de ser la candidata por ese mismo espacio el año que viene.
Dependerá de muchos factores, pero principalmente uno: qué hará Mauricio Macri. Si decide ser candidato, ella también lo hará. El problema que ostentan ambos es el mismo: no les dan los números. Ni a uno ni al otro. Y enfrentan severas fisuras dentro de sus propios espacios.
Entretanto, la vicepresidenta maquina una dura venganza contra la Corte Suprema, que no se cansa de regalarle reveses judiciales. Ya embistió contra Ricardo Lorenzetti y Carlos Rosenkrantz, ahora es el turno de Juan Carlos Maqueda, a quien el cristinismo le ha inventado una trama de imposible corrupción, que involucra a la obra social del Poder Judicial.
El juez Ariel Lijo mantiene abierta esa causa por presiones del kirchnerismo, que lo hostiga a través de la filtración de los detalles de una millonaria cuenta en Suiza abierta por su hermano Alfredo. El viejo truco de los carpetazos, que jamás falla.
No obstante, nada de ello le servirá a Cristina, porque las pruebas en su contra en el expediente de los “Cuadernos de la corrupción” son demasiadas, y no hay manera de que la Corte pueda prestar atención a sus intentos de bloquear la declaración de los arrepentidos. Será el segundo revés, luego del sufrido esta semana respecto de otro juicio, el de la obra pública.
A pesar de lo que muchos creen, a la otrora presidenta no le preocupa ir presa, ya que la edad le permitiría gozar de prisión domiciliaria. Lo que le inquieta es el hecho de contar con una sentencia firme en su contra en medio de una campaña presidencial incipiente. Y la chance de que sus hijos terminen “enchastrados” también en aquel lodo judicial.
Pase lo que pase, todo indica que el año que viene culminará el intenso —e interesante— experimento que configuró el kirchnerismo. Luego de dos extensas décadas, que encontraron un breve intervalo con el macrismo. En realidad fue un movimiento que nació en 2001, al calor del “que se vayan todos”, que incluyó la caída de Fernando De La Rúa.
¿Hubiera llegado Néstor Kirchner a ser presidente de la Nación si ello no hubiera sucedido? Seguramente no.
Como sea, el impacto que los K introdujeron a la política argentina será motivo de docenas de ensayos, de diversa índole: estudios desde lo social, lo económico y lo político.
Está claro que, aunque desaparezca, el kirchnerismo habrá dejado una profunda huella, y obligará al peronismo a hacer el mea culpa que nunca se animó a hacer.
La gran duda que queda flotando en el aire es casi obvia: ¿En qué se reconvertirá el peronismo? Fue de derecha con Menem, de “izquierda” con los Kirchner. ¿Y ahora?
Ejercicio para el hogar…
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