Esta semana, se reunió finalmente la mesa del Frente de Todos, que busca consensuar el armado de listas de cara a las elecciones de este año. Abrevan allí referentes del albertismo, el cristinismo, los sindicatos y los movimientos sociales. También algún que otro peronista de pura cepa.
Fue una trampa brillantemente pergeñada por Cristina Kirchner, quien se mostró dialoguista para con Alberto Fernández y le propuso elegir juntos a los candidatos del kirchnerismo. Lo hizo a través del asesor estrella del presidente, el ascendente Juan Manuel Olmos.
La idea, como se dijo, era la de avanzar en una especie de joint venture para armar las listas del Frente de Todos. Sin embargo, la vicepresidenta terminó copando el meeting e impuso sus propias condiciones.
Lo primero que hizo fue abarrotar de afiches la periferia de la sede nacional del Partido Justicialista, en calle Matheu, donde se motorizó el encuentro de marras. Aparecieron carteles por doquier con la leyenda “¡Proscripción un carajo! Cristina 2023”.
Es parte del operativo clamor del cual se viene hablando en este mismo espacio. Similar al que organizó Alfredo Cornejo en Mendoza, con cientos de militantes que reclamaron su regreso al redil mendocino y lo terminaron “convenciendo”.
Con la vicepresidenta ocurrirá algo similar: por caso, CFK ha empezado a admitir tibiamente que podría aparecer en alguna lista del FdT, aún cuando juró que no lo haría más.
Lo que aún se desconoce es el cargo por el cual se postulara: ¿Presidenta de nuevo? ¿Vicepresidenta? ¿Senadora? Imposible saberlo.
Sea cual fuere el lugar que decida ocupar Cristina, si es que finalmente acepta competir, lo que quedará claro es que no está proscripta ni mucho menos. Solo fue otra mentira utilizada para manipular a su propio electorado, que cada vez le cree menos, dicho sea de paso.
El mismísimo Aníbal Fernández lo admitió este sábado desde Francia: "Cristina no está proscripta, puede ser candidata si quiere". Se recuerda que el ministro de Seguridad gravita en el mismo espacio político que la vicepresidenta. Por las dudas.
Como se dijo, la mesa del Frente de Todos terminó siendo copada por lo más granado del cristinismo, con Máximo Kirchner a la cabeza. Ello explica por qué todo lo que allí se decidió es de conveniencia de Cristina, no de Alberto. Menos aún del peronismo tradicional.
El ministro del Interior, Eduardo “Wado” De Pedro lo dijo con todas las letras: en la mesa del Frente de Todos “estuvimos de acuerdo en desarrollar acciones contra la proscripción de Cristina”. Es lo que buscaba instalar el sector que lidera la vicepresidenta. Lo demás es cartón pintado. Solo declaraciones de buena voluntad que carecen de peso político.
Ante ese panorama, Alberto empezó a desinflar en su cabeza la idea de su propia reelección. Sabe que será pelear contra molinos de viento. Y que no llegará a nada finalmente.
No es lo que más le preocupa al jefe de Estado, sino el hecho de que nadie le ha ofrecido aún conchabo alguno para cuando se termine su mandato. Siquiera algún cargo menor que le permita retirarse con dignidad. Nada de nada.
Eso sí, a lo largo de su presidencia ha obrado un milagro pocas veces visto: lo detestan todos. Propios y ajenos. Los kirchneristas, por tibio; los peronistas, por haberse “vendido” a los K; los sindicatos, por lo mismo; los gobernadores, por no haberse animado a romper antes con Cristina; Juntos por el Cambio, por lógica oposición. Y así sucesivamente.
El destino de Alberto parece ser el de arrebatarle el podio a Fernando De La Rúa como peor presidente de la historia argentina. La diferencia entre uno y otro es que este último jamás reivindicó su gobierno como si hubiera sido ejemplar.
Es lo que suele hacer Alberto: asegura que la Argentina creció más que China y que el país es, poco más, la envidia de Suiza. Ya no se trata de la discusión sobre su gestión, sino sobre su cualidad mental. ¿Está en sus cabales el mandatario? ¿Podría pasar con eficacia un simple Test de Rorschach? La respuesta podría inquietar a más de uno.
Hablando de política de cabotaje, Mauricio Macri parece destinado a seguir los mismos designios que Cristina. No se decide a ser candidato a presidente. Lo desea con todo su ser, pero sabe que será un camino complejo, que provocará fuertes enojos dentro de su propio espacio.
No es lo único: el otrora mandatario sabe que no puede fallar en su nuevo gobierno, como le sucedió en su anterior presidencia. Asegura que aprendió, que ya sabe lo que hay que hacer. Pero, ¿es así realmente? ¿Tiene claro cuáles son los desafíos de la Argentina que viene? Más aún: ¿Tendrá en cuenta que el país es totalmente diferente al que era en 2015?
En otro orden de cosas, se viene un debate interesante en la Ciudad de Buenos Aires tras el asesinato de la oficial Maribel Zalazar, quien fue baleada por un hombre desequilibrado en la estación C del subte de Retiro.
¿Cuán capacitados están los policías de la Ciudad? ¿Qué preparación tienen? ¿Y el equipamiento, es el adecuado?
No son las únicas preguntas, ni las más inquietantes: ¿Quién es el encargado de las millonarias compras que hace esa fuerza? ¿Quién controla aquellas adquisiciones?
Al hurgar en aquellos asuntos aparece la sombra de una mujer llamada Genoveva Ferrero, consejera de la Magistratura y “mano derecha” del oscuro Edgardo Cenzon, actual armador electoral de Horacio Rodríguez Larreta.
La mujer, más que “cercana” al juez Ariel Lijo, es la persona señalada por los presuntos sobreprecios en la compra de elementos para la policía de la CABA y la adquisición de material “no apto” según normativas internacionales.
A pesar de ello, nadie jamás hablará de Ferrero, por varios motivos, principalmente uno: es amiga íntima de Milagros Maylin, la novia del alcalde porteño. No hay remate.
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