A fines de 1998, cuando Carlos Menem promediaba lo que sería el fin de sus 10 años de gobierno, el peronismo empezó a resquebrajarse en el Congreso Nacional.
Muchos de los diputados y senadores que respondían al riojano armaron “sub bloques” y muchos de ellos comenzaron a alinearse con Eduardo Duhalde, quien aparecía como su seguro sucesor.
De fondo, se disputaba una pelea sorda que involucraba a la mismísma Corte Suprema de Justicia, ya que Menem deseaba postularse para un tercer mandato, que según él se lo permitía la reforma del año 1994, siempre y cuando se tomara su segundo período de gobierno como si fuera el “primero” tras la modificación de la carta magna.
Finalmente, tras una pelea que no llegó a nada, ni Menem ni Duhalde obraron el milagro: Fernando De la Rúa les “primereó” el sillón de Rivadavia, el cual debió abandonar dos años después gracias a una implacable suma de factores: su mala gestión y un golpe palaciego que le hizo el PJ junto al alfonsinismo y el moyanismo. Duhalde insuflaba esas llamas, no casualmente.
La evocación de esos días es pertinente toda vez que el kirchnerismo nació al calor de aquellos idus de 2001, donde la sociedad pedía “que se vayan todos”. De no haber existido puntuales “corralitos”, y “corralones”, y muertes por doquier, es probable que Néstor Kirchner jamás hubiera “mojado” como presidente de la Nación. Ni tampoco su esposa, ni ahora Alberto Fernández.
Y el ciclo se cierra finalmente, como suele suceder, dos décadas después de iniciado, un 25 de mayo de 2003. Sin retorno posible.
Los signos están a la vista, todos ellos. Principalmente uno: la defección de los propios. Es lo que ocurrió esta misma semana, cuando el interbloque del Frente de Todos en el Senado de la Nación sufrió el quiebre por parte de 4 legisladores que sabían responder a Cristina.
Se trata de Guillermo Snopek (Jujuy), Edgardo Kueider (Entre Ríos), Carlos Espínola (Corrientes) y María Eugenia Catalfamo (San Luis), que ahora conformaron el Bloque Unidad Federal.
Ciertamente, son las primeras manifestaciones de lo que promete expandirse a niveles hiperbólicos. Habrá nuevas estampidas en el corto plazo y, en el mediano plazo, llegará la típica frase de los abandónicos: “Yo nunca fui kirchnerista”.
Una suerte de remake de lo que ocurría en aquellas jornadas de 1999/2000 cuando, como se dijo, muchos abandonaban el barco: “Yo nunca fui menemista”, gritaban a coro los mismos que meses antes se sacaban sonrientes fotos con el riojano. Ya lo decía Borges: “Los peronistas no son buenos ni malos, son incorregibles”.
Entretanto, La Cámpora desespera porque Cristina se niega a postularse para ser presidenta nuevamente. No solo es el indefectible fin de los millonarios curros en el Estado para todos ellos, sino el comienzo de las investigaciones judiciales sobre lo que han robado en estos años.
¿Cuántos camporistas pueden justificar los millonarios patrimonios que ostentan, que han crecido de manera exponencial merced al choreo liso y llano, mientras la sociedad se empobrecía?
Ello explica el mentado “operativo clamor”. Pero Cristina no se presentará, porque sabe que perdería por paliza. Y no quiere que ese sea justamente el último recuerdo que la ciudadanía tenga de ella. “La derrota jamás”, suele decir la vicepresidenta.
Medita, sí, acerca de la chance de ser nuevamente candidata a senadora por la provincia de Buenos Aires. Ahí tiene una victoria asegurada. Pero solo le regalará cobijo e impunidad a ella misma, nada más. Los demás tendrán que rebuscarselas por sí mismos.
En la vereda de enfrente ocurre algo similar: hay quienes le piden a Mauricio Macri que vuelva a presentarse como candidato a presidente. Son unos pocos leales, a los que el otrora mandatario escucha con profusa atención.
Pero no está seguro de hacerlo. Sabe que se granjeará el odio de las principales figuras de su propio espacio, como Patricia Bullrich y Horacio Rodríguez Larreta, quienes ya le vienen marcando la cancha. Por las dudas.
No les perdona tamaña impertinencia, ni a uno ni a otro. Por eso, juega con ambos. Un día coquetea con el alcalde porteño; al siguiente, se deja ver con la titular del PRO; al tercero, visita a María Eugenia Vidal en su bunker de campaña. Perversidad sin límites.
A su vez, entre Bullrich y Larreta crecen las fisuras. Una apuesta a la grieta, el otro al diálogo. Pero hay mucho más que eso. Negocios millonarios que vinculan al jefe de gobierno con puntuales referentes K. Bullrich lo sabe, pero aún no lo dirá. Es la carta que se guarda en la manga, que involucra al malogrado ministro “en suspenso” Marcelo D’Alessandro.
Por su parte, Larreta esconde otro comodín: refiere a la compra millonaria de lanchas a Israel cuando Bullrich era ministra de Seguridad. Es la punta de un interminable ovillo, en realidad.
El escándalo es mayúsculo e involucra al ex montonero Mario Montoto, hoy dueño del portal Infobae y, a la sazón, gestor de negocios de diversa índole con el gobierno israelí. “Si se revisaran las compras que se hicieron a Israel en los últimos 15 años, caen varios, de varios partidos políticos”, dijo en su momento a Tribuna de Periodistas un ministro que abandonó al kirchnerismo en medio de una trama de sobreprecios.
Todo ha logrado ser tapado hasta el día de hoy por la gravitante figura del mencionado Montoto, cuyas trapisondas son protegidas mediáticamente desde hace décadas.
Es otro tipo suertudo, más aún que Sergio Massa, cuyo patrimonio no resiste el mínimo análisis. El crecimiento de su fortuna es aún más brutal que la del matrimonio Kirchner. Sin embargo, nadie jamás lo ha investigado, ni lo hará.
Ya se ha dicho en este mismo espacio: lo protegen sus vínculos con el círculo rojo, con la embajada de EEUU y con los medios, principalmente los de los incombustibles Daniel Vila y José Luis Manzano.
Ello ha permitido que jamás salgan a la luz sus probados vínculos con grupos narcos, el vaciamiento de Trenes Argentinos, el choreo de su esposa en AySA, las trapisondas de su testaferro Daniel Guerra, y tantas otras cuestiones. Solo contadas -y denunciadas en la Justicia- por quien escribe estas líneas.
No obstante, no hay mal que dure cien años y, más temprano que tarde, Massa tendrá que dar las explicaciones del caso. Al igual que tantos otros que han vaciado las arcas de Estado.
No falta tanto, a no desesperar…
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