Uno no es un mártir, ni mucho menos, pero casi que le pega en el palo. Las últimas semanas han sido para mí una caja de Pandora, plagada de noticias ingratas.
La primera de ellas fue a principios de noviembre, cuando me enteré por los principales diarios del país que aparecía en una lista de espiados por la Agencia Federal de Inteligencia.
Me recordó a los idus de 1998, cuando la entonces Secretaría de Inteligencia del menemismo seguía mis pasos por meter mis narices en la muerte del hijo del entonces presidente Carlos Menem, que derivó en uno de mis primeros libros, “Maten al hijo del presidente”.
Ello se repitió en 2008 luego de que se supo que había sido el único periodista que entrevistó a Sebastián Forza, tres meses antes de haber sido asesinado. Esa feroz persecución me obligó a irme de Buenos Aires.
Las malas noticias volvieron a hacerse carne en 2017, cuando la entonces AFI macrista puso la lupa sobre mi persona, solo por haber descubierto que Mauricio Macri tenía una sociedad off shore llamada “Kagemusha”.
Por eso, cuando hace unas semanas volví a enterarme de que los espías vernáculos seguían mis pasos de nuevo, me sentí realmente frustrado. “Lo bueno es que nunca te encuentran nada, estás limpio de toda macha”, me sabe tranquilizar mi amigo Osvaldo Villares. Pero no alcanza.
Ahora, a la desazón se suma la denuncia que esta semana me hizo Malena Galmarini, esposa del malogrado Sergio Massa, derrotado sin piedad en las últimas elecciones presidenciales.
La presentación es hilarante por donde se la mire: asegura que soy parte de una “mega conspiración” contra su marido, junto a un grupo de tuiteros, a los cuales en su mayoría desconozco.
Pero lo más insólito es que argumenta que, quien está detrás de la movida, es el mismísimo Macri. No hay remate.
Mis “ataques” a Massa fueron en realidad parte de mi trabajo de investigación, que solo reflejaron las trapisondas del aún ministro de Economía. Principalmente su enriquecimiento ilícito —por lo cual incluso hice la denuncia en la Justicia— y sus vínculos con peligrosos narcotraficantes.
Parte de todo eso puede leerse en mi último libro “Massa confidencial”, cuyas ventas, debo reconocer, Galmarini ayudó a reimpulsar merced a su denuncia judicial contra mi persona.
Acaso lo único que me inquieta de su denuncia es que cayó en el juzgado de María Romilda Servini, siempre afecta a beneficiar a funcionarios peronistas, cueste lo que cueste.
Es la misma jueza que dejó expuestas mis conversaciones con mis fuentes de información en el marco de la investigación por el triple crimen de General Rodríguez. Ello a pedido de otro funcionario híper cuestionado, Aníbal Fernández.
Todo finalmente es parte de lo mismo: políticos corruptos, enriquecidos a la vera del poder y vinculados con el mundo narco.
Algún día el periodismo deberá meterse en aquel barro, aunque le sea incómodo. Es que uno ya se va cansando de ser un “lobo solitario”.