No se entiende. Javier Milei llegó a la cúspide del poder sobre la base de un discurso apalancado sobre la denostación figura de la “casta”.
Definición que alude a lo más rancio de la política, tipos que vienen currando de la teta del Estado desde hace décadas y décadas. Corruptos consuetudinarios.
Los aplausos por su avanzada pronto se fueron apagando, tras comprobarse que se iba nutriendo de los mismos que venía denostando. Sobre todo en lugares de poder real.
Vaya como ejemplo lo ocurrido con Andrés Vazquez, hoy titular de la DGI dentro de la ARCA. Un hombre de oscuros antecedentes, cuyas trapisondas viene relatando quien escribe estas líneas desde hace más de una década.
Algo similar sucede en la SIDE, donde Santiago Caputo motoriza el regreso de lo peor del espionaje vernáculo de la mano del siempre temible Antonio Stiuso.
¿Qué decir del impulso de Ariel Lijo para que ocupe un cargo como ministro de la Corte Suprema de Justicia de la Nación? Se trata de uno de los jueces más corruptos del país. De hecho, es uno de los más denunciados en el Consejo de la Magistratura.
Por si fuera poco, Milei decidió quitarle poder de fuego a la UIF —ya no podrá querellar— y puso al frente a otro personajes siniestro, Paul Starc, “sicario” judicial del menemismo y operador del narcoempresario Alfredo Yabrán.
Más aún: decidió poner al frente de la DGI al equipo que protegió a Lázaro Báez y Cristóbal López durante el kirchnerismo.
¿Cómo se explican este tipo de decisiones? ¿Qué se esconde en ese bosque del cual sólo se llega a ver algunos árboles sueltos?
Las suspicacias están a la orden del día, sobre todo porque empiezan a asomar inquietantes coincidencias entre el mileísmo y el kirchnerismo. Ello tal vez expliqué por qué reputados cargos de la Anses y el PAMI permanecen en manos de irredentos massistas.
Por ahora, todo es puro misterio y sospechas. No obstante, como suele decirse: “Si tiene cola de perro, hocico de perro y ladra como un perro… es un perro”.