Patricia Bullrich es persistente, cabeza dura. Insiste en defender su decisión de colocar un alambrado de 200 metros en la zona fronteriza de Aguas Blancas, en Salta. La ministra de Seguridad jura que “es el punto más álgido de entrada de cocaína al país”.
¿Realmente cree la funcionaria que 200 metros de alambre van a ayudar a mermar el tráfico de estupefacientes que ingresa desde Bolivia?
La discusión que se da en estas horas en el país, que se traducen en horas y horas de programas de TV y entrevistas radiales, es absurda por donde se la mire. E infructuosa.
El ingreso de narcóticos a la Argentina desde Bolivia se da por diversas vías: terrestre, fluvial y aérea. Ello ya es todo un tema, porque no hay manera de “atajar” su entrada al territorio local.
A su vez, hay infinidad de pasos ilegales, muchos de los cuales son más relevantes que Aguas Blancas. Uno de ellos es Salvador Mazza, donde llegó a haber una vivienda dividida entre ambos países. Así como suena: la mitad en suelo boliviano y la otra en terruño argentino.
Y no sólo hay filtraciones en Aguas Blancas o Salvador Mazza. Hay otros cruces entre ambas naciones, como El Condado, La Mármora y Villazón.
Ergo, creer que un alambrado de 200 metros —lo que equivale a unas dos cuadras— puede amortiguar el impacto feroz del tráfico de drogas, es de una puerilidad que asusta.
Está bueno para la “gilada”, para los debates televisivos y radiales, pero no más que ello. Creer lo contrario, es asumir que la ciudadanía es imbécil. Seguramente es lo que intuyen los políticos argentos.