Desastrosa. Así podría calificarse el avance de la elección del día de la fecha, donde los peores pronósticos de fraude se han hecho carne finalmente. Faltante de boletas, manipulación de electores y aprietes de autoridades de mesas son sólo algunos de los ilícitos que se han vivido en las últimas horas.

    Un ejemplo de lo que ocurre ha sido lo que denunció el candidato a legislador de la provincia de Buenos Aires por Unión-PRO, Jorge Macri, quien aseguró estar "preocupado" por "la presión que se está ejerciendo sobre nuestros fiscales" en el partido de Merlo para forzarlos a dejar el lugar "o la van a pasar mal".

    ¿Adónde quedaron las promesas del impresentable director Nacional Electoral, Alejandro Tullio, de que no habría irregularidades? ¿Se harán cargo los ministros Aníbal Fernández y Florencio Randazzo —titulares de las carteras de Justicia e Interior respectivamente— por lo que está ocurriendo en estas horas?

    El daño que se hace a las instituciones con el fraude cometido no tiene justificativo alguno y deteriora de manera irreparable una de los órganos más importantes de la democracia: el sufragio.

    Poco importa a los Kichner que esto ocurra, ellos necesitan mantenerse en el poder a como sea y no tienen reparos a la hora de lograr su cometido. Las promesas efectuadas y los pactos pendientes con oscuros socios y testaferros son sólo dos de los motivos por los cuales deben permanecer en su lugar.

    El más importante tiene que ver con la impunidad: sabe el matrimonio presidencial que, a poco de dejar el poder, deberán recorrer incesantemente juzgado tras juzgado por los desaguisados cometidos en estos años.

    Esa desesperación es la que explica el fraude que se comete en este mismo momento. Un fraude que sólo puede ser evitado por la decisión unánime de una sociedad que se anime a plantarse frente a la corrupción con una sola consigna: ¡basta ya!