Karate significa, en japonés, "mano vacía". Es importante señalar que siempre va acompañado del sufijo "do", que significa "camino". Es por ello que solemos escuchar que siempre se habla de "Karate-do", lo cual tiene una clara connotación filosófica. Por ello es correcto hablar de un "camino de la mano vacía" (kara-te-do).
El "do" tiene que ver justamente con ello, con la "filosofía" de este hermoso arte marcial, relacionada a su vez a una conducta de vida que versa sobre cinco valores fundamentales: cortesía, sinceridad, esfuerzo, responsabilidad y alegría.
Esas condiciones se desarrollan en el dojo —lugar de entrenamiento— bajo la estricta supervisión del sensei —maestro—, quien oficia de guía en este camino que conlleva tan nobles principios.
Cada clase es una nueva oportunidad de aprender sobre el respeto y la rectitud en la conducta de la vida, sobre la importancia de trabajar en equipo, de ayudar a otros a aprender y de crecer en el esfuerzo individual y colectivo. Todo en el más absoluto respeto. Por caso, siempre que comienza y termina una clase, se saluda al "dojo"; lo mismo sucede cada vez que se ingresa o egresa del lugar de práctica.
En sentido similar, toda vez que se practica con un compañero, se lo saluda en señal de respeto: al comienzo del ejercicio se dice "Onegai Shimasu" —por favor, enseñáme—; y al final se pronuncia "Domo Arigato Gozaimashita" —muchas gracias por lo aprendido—, acompañado todo con una leve inclinación de la cabeza y el torso.
Este cronista con sus compañeros de Karate y el sensei Ariel, a la izquierda, destacado con un círculo
En el "dojo" no hay lugar para la soberbia, ni lucimientos personales. Todo se trabaja en equipo y se progresa en conjunto. Así al menos sucede donde concurro, bajo la supervisión del sensei Ariel Fellay, un gran hombre y amigo, siempre con ganas de formar a personas como yo en los mejores valores de la vida a pesar de sus interminables ocupaciones. En nuestro "dojo" —realmente lo siento como parte de mí—, trabajamos fuertemente sobre la voluntad, la rectitud, la concentración y el equilibrio. De eso se trata justamente la vida. Y Ariel lo sabe. La parte física, la pelea, es algo secundario, lo fundamental es aprender a ser mejores personas cada día; en el camino, aprendemos también a defendernos en combate.
Podemos hacer mejor o peor una forma de karate —kata—, ejercitar con mayor o menor precisión, o hacer un combate —kumite— utilizando técnicas incorrectas, lo cual siempre será entendido por Ariel, quien nos ayudará a mejorar con una paciencia de budista. Lo que nunca tolerará es la falta de respeto entre alumnos o la mentira para justificar un mal proceder para con los demás. En ese sentido, duele a veces la severidad de Ariel, pero se percibe de lejos que todo tiene que ver con su preocupación para mejorarnos como personas.
Tan es así, que siempre, al finalizar la clase, Ariel nos hace recordar algo fundamental: "Un karateca debe tener un cuerpo fuerte y una mente sana, para ser útil a la sociedad, con el principio de ayuda mutua, para crecer juntos". Ariel no lo sabe, pero me honra enormemente cuando me elige para ser quien pronuncia esa frase.
Acto seguido, recordamos otro punto fundamental referido al respeto hacia los demás: "Ame y respete a todas las artes marciales, los buenos o malos son los hombres". ¡Toda una proclama para los días que corren!
Finalmente, hacemos referencia a los cinco tópicos antes mencionados: cortesía, sinceridad, esfuerzo, responsabilidad y alegría. Es el momento de volver a nuestros domicilios, con la alegría de haber compartido un momento único y la responsabilidad de aplicar en nuestras vidas todo lo aprendido en el "dojo".
No es poco.
Christian Sanz
*La foto que ilustra el presente artículo es del sensei Ariel Fellay.