En el día de ayer, fui víctima de una certera amenaza contra mi persona a través de un intimidatorio mensaje, donde se dio cuenta de cuestiones personales de mi vida privada y hasta se me mostró un listado de algunos llamados hechos a través de mi celular, para demostrarme que era monitoreado. A esos efectos, se me pidió que en 48 hs deje de investigar hechos de corrupción sobre los que venía indagando o lo lamentaría mi familia.
Una de las partes más leves de esa amenaza reza: “O te retirás del periodismo y te dejás de joder con quien no debés, este juego te queda muy pero muy grande pendejo, sos un amateur y si no querés terminar como Forza o Cabezas, Salíte del juego y andáte a vivir al exterior”.
No es la primera vez que me sucede ni será la última. Tiene que ver con el tenor de las cosas que uno investiga. Sin embargo, no deja de molestar la intolerancia, la falta de escrúpulos de ciertos personajes que sólo conocen la amenaza y la coacción como forma de expresarse. Ese es el límite de su entendimiento, no se les puede pedir mucho más porque no sabrían cómo actuar civilizadamente.
Sé que el trabajo periodístico conlleva ciertas contingencias, jamás lo negaría, pero nunca debe asumirse que la violencia tiene que ver con esos riesgos. Si un funcionario tiene algún reparo para con el periodista que ha denunciado un hecho de corrupción, debe dirigirse a la Justicia y presentar la pertinente denuncia. Ese es el camino, no otro.
Soy el periodista más querellado de la Argentina y no suelo jactarme ni quejarme por ello, es la consecuencia lógica de mi trabajo. Sin embargo, la solidez de mis investigaciones —es dable mencionarlo— siempre me han permitido ganar esos litigios.
Eso es tolerable y hasta necesario en un Estado democrático. Lo que es inaceptable es la violencia, física o verbal, especialmente sobre la figura del periodista, que configura los ojos y oídos de la sociedad toda.
La amenaza al hombre de prensa es todo un símbolo del espíritu reaccionario y, quien lo comete, denota la evidente carencia de la más mínima pluralidad de ideas.
Estas líneas no son una catarsis, sino una vía de agradecimiento a los colegas, amigos y lectores que se han contactado conmigo para manifestarme solidaridad. En ese marco, quiero agradecer los llamados y correos electrónicos recibidos en las últimas horas.
Agradezco asimismo a los funcionarios y legisladores que me han mostrado su preocupación y solidaridad. Uno de ellos, el senador Leopoldo Cairone, me aseguró que esta misma semana el hecho sería repudiado por el cuerpo que representa, lo cual valoré por el simbolismo que representa ese hecho en sí.
No importa si soy yo el amenazado, o algún otro colega de este u otro medio, la censura, la intolerancia no se deben permitir jamás. Son el camino más corto para llegar a la violencia y el totalitarismo más puros.
Quienes me amenazaron obviamente no me conocen. Si no, sabrían que este tipo de hechos no logran detener mi trabajo, todo lo contrario. Basta conocer las situaciones similares —y aún peores— que he enfrentado en el pasado para darse cuenta.
En este caso, no sólo he hecho la denuncia judicial pertinente, sino que he iniciado mi propia investigación del hecho y pienso esclarecerlo.
Más temprano que tarde, serán ellos los que deberán irse de donde estén. Y yo seguiré, como siempre, haciendo mi trabajo de rutina.
Gracias de nuevo… a todos ustedes.
Christian Sanz