¿Qué hubiera ocurrido si, en lugar de aparecer junto a Amado Boudou, el detenido Cristian Favale hubiera sido captado en una fotografía con Eduardo Duhalde? ¿Hubiera dicho Cristina Kirchner que sólo fueron “fotos de ocasión”, como aseguró ayer mismo a través de su cuenta de Twitter, al referirse a las imágenes que comprometen a sus propios ministros? Es sencillo imaginar la respuesta.
Si un artículo periodístico de más de un año de antigüedad sirvió para hacer la operación de prensa más sucia de los últimos tiempos contra Duhalde, sin dudas esa eventual toma hubiera sido tapa de todos los medios oficialistas publicadas ayer domingo, con los consiguientes —forzados— análisis.
Es que, la construcción de la realidad que hacen los Kirchner es maniquea, sesgada y discrecional, con todo lo que ello representa. Hay que decir que se trata de una manera perversa de hacer política, ya que estos cuentan con todo el aparato del Estado —incluida la imperdonable utilización de los servicios de Inteligencia— y no dudan en abusar de él. El lema del oficialismo parece ser: a la hora de perjudicar a los enemigos y de beneficiar a los amigos, no hay límite alguno.
En ese último marco debe entenderse la impunidad con la que ha gozado José Pedraza en los últimos años. El kirchnerismo, en una suerte de continuidad de los gobiernos de los últimos 20 años —nadie parece salvarse en este sentido—, ha dado al sindicalista todos los privilegios que se le concede a un amigo y lo ha ayudado a combatir a sus propios enemigos.
¿Cómo puede explicar el oficialismo que los profusos y continuos reclamos de los empleados ferroviarios tercerizados ante el Ministerio de Trabajo no hayan encontrado eco por parte de las autoridades nacionales? El día que fue asesinado Mariano Ferreyra, Tribuna de Periodistas anticipó a través de esta misma columna que los golpeados sindicalistas que horas antes protestaron en las vías de Barracas, habían presentado una veintena de reclamos sólo en el último año, los cuales fueron sistemáticamente ignorados por los funcionarios de turno.
Ergo, si el titular de esa cartera, Carlos Tomada, hubiera tomado cartas en el asunto, jamás hubiera existido la referida movilización y, menos aún, se hubiera dado la muerte de Mariano Ferreyra. No ha sido casual el desinterés oficial al reclamo sindical: la sociedad ferroviaria entre Pedraza y Hugo Moyano fueron motivo de peso para que ello ocurriera.
En estas horas, parte del temor que ostenta el kirchnerismo no radica tanto en la investigación de la muerte de Ferreyra —que se encamina al esclarecimiento en el corto/mediano plazo—, sino en que quede al descubierto el sistema de tercerizaciones fraudulentas que utilizan diversos sindicatos. Ello se ha visto facilitado gracias a los subsidios que el Estado nacional les “libera” sin control alguno.
Cuando esa trama vea la luz, se develará una historia urticante, relacionada al uso que la política hace de ciertos grupos sindicales a cambio de puntuales prebendas y millonarias partidas dinerarias. Cristian Favale es parte de ese perverso mecanismo, donde se juega con la necesidad laboral a cambio de trabajos de toda índole: desde llenar estadios de fútbol, hasta "prestar" afiliados para que oficien como "grupos de choque".
El sistema no es nuevo, ni tampoco es potestad de los Kirchner. Por caso, su engranaje ha sabido aceitarse a lo largo de las dos últimas décadas, merced a la vista gorda de los diferentes y sucesivos ocupantes de Casa de Gobierno.
Sin embargo, el crimen del joven Mariano Ferreyra ocurrió en pleno gobierno kirchnerista, por lo cual la responsabilidad política le cabe al oficialismo de turno.
Lamentablemente, hasta ahora, nadie ha demostrado estar a la altura de las circunstancias.