Un Estado casi omnipresente y mayor conflictividad salarial por la presión inflacionaria van definiendo el escenario económico del 2012, cuando la Argentina crecería la mitad que en el 2011, mientras la presidenta Cristina Fernández promete aplicar en su segundo mandato una "sintonía fina" que aún no cobró forma clara.
La economía cerrará el 2011 con un crecimiento del 8 por ciento, pero para el 2012 se espera que no supere el 4,5. Cristina advirtió ante la Asamblea Legislativa que ella no es la presidenta de las "corporaciones", sino de los 40 millones de argentinos, y ratificó la decisión de profundizar el rumbo económico, al destacar que el modelo permitió el crecimiento, la creación de 5 millones de empleos y la reducción de la deuda.
Pero aún con esos indicadores favorables, la inflación no amaina en la Argentina y amaga desatar un vendaval de reclamos sindicales —los mismos que brillaron por su ausencia en la asunción—, y ese será uno de los temas centrales que deberá atender con urgencia en su segundo mandato.
La pobreza, que se redujo a partir del crecimiento económico y de planes sociales como la Asignación por Hijo, continúa en niveles altos y persiste un núcleo duro de ciudadanos postergados.
El 2012 será un año mucho más exigente para la Argentina, no sólo por un escenario mundial de crisis, sino por las inconsistencias que continúa mostrando la economía local, traducidas por ejemplo en retraso cambiario.
El país deberá mirar de reojo lo que ocurre en Brasil, que ya comenzó a sufrir el impacto de la crisis y mostró una desaceleración fuerte, y al tratarse del principal socio comercial de la Argentina, lo que suceda allí arrastra a la economía local, con menos exportaciones hacia ese destino y mayor presión brasileña para colocar sus excedentes de producción de este lado de la frontera.
La aceleración del gasto público, la caída de reservas y la fuga de capitales por más de 18.000 millones de dólares en apenas nueve meses aparecen en el horizonte de desafíos.
Las malas noticias no se agotan en la crisis internacional, ya que la principal vía de ingresos de divisas al país, la soja, sufrió una fuerte caída en su cotización internacional, a 408 dólares la tonelada, el valor más bajo en 14 meses.
Cristina deberá poner mano férrea para cortar el festival de gasto público al que se acostumbraron sus funcionarios en la etapa preelectoral, cuando los egresos aumentaron muy por encima de los ingresos.
Parte del ajuste de gastos ya arrancó con la reducción de subsidios a los servicios públicos —suman 70.000 millones de pesos anuales—, que tendrá un impacto alto sobre el bolsillo de los consumidores a partir de marzo y promete despertar el malhumor social.
El 2011 hubiese terminado con un déficit fiscal de unos 50.000 millones de pesos, que fue disimulado echando mano de cajas como las de la ANSeS —que no es otra cosa que la plata de los jubilados—, las transferencias de un cada vez más exigido Banco Central y la colocación de bonos en otros organismos como el PAMI.
Eso explica que, a pesar de las políticas de "desendeudamiento", la deuda de la Argentina no deje de crecer.
Entre enero y septiembre de este año pasó de 164.330 millones de dólares a 175.324 millones, y gran parte está concentrada en el Banco Central, la ANSeS, el Banco Nación y otros organismos del Estado: entre diciembre de 2010 y septiembre de este año, esa deuda subió U$S 15.088 millones.
Tener deudas multimillonarias con organismos del propio Estado evita las presiones externas, pero a los efectos prácticos puede terminar siendo tan contraproducente como mantenerla con acreedores privados.
En ese marco, refinanciar la deuda externa será el primer paso que buscará dar el flamante sucesor de Amado Boudou en Economía, Hernán Lorenzino.
Así, Cristina afronta un segundo mandato mucho más exigente, y para ello puso en marcha un recorte de gastos que, por más que se lo trate de llamar de otra manera, no deja de ser un "ajuste".
José Calero
NA