El pasado 24 de mayo, revista Noticias publicó una reveladora nota sobre Máximo Kirchner escrita por la autora del best seller La Cámpora, Laura Di Marco. Allí, se habla sobre encuestas, liderazgo y candidatura del hijo de la Presidenta. También acerca de los daños del secretismo, Andrea Del Boca, Olivos y cómo es su voz. Imperdible artículo:
No pudo resistir más la presión, y decidió ponerle el cuerpo. Máximo Kirchner está dispuesto a salir de la clandestinidad política en la que vive para calzarse el traje de heredero. A contramano de su naturaleza tímida y retraída y, por primera vez desde la muerte del padre (muerte que todavía está procesando), el hijo de la Presidenta se está entrenando —con media coaching incluido— para salir, gradualmente, a luz pública.
Como dice un operador del Gobierno, que lo ha visto en numerosas reuniones: “Si el kirchnerismo pudiera gobernar en secreto, lo haría”. Y Máximo K, con su silencio, se transformó en la expresión más extrema de ese culto al secretismo. —El problema es que no existen los candidatos mudos, por eso, la idea es instalarlo gradualmente —explica este mismo operador, que Cristina Fernández “heredó” de su marido.
Lo están sondeando en encuestas ordenadas por el Gobierno, mientras que un sector del área comunicacional evalúa la conveniencia de lanzar afiches callejeros para, en principio, mostrarlo como la cara visible de un movimiento juvenil, que hoy se parece a una cofradía muda. Aún no hay acuerdo sobre el tema de los afiches, que hace unos días era una movida segura. —Es que “El Gordo” nunca quiso saber nada con la política; nunca le interesó.
El destino lo llevó donde está, y nada más. Si fuera por él, estaría metido en la casa, o comiendo asado en el quincho de Olivos —asegura quien fue uno de sus grandes amigos de la adolescencia, un joven santacruceño que lideró el centro de estudiantes del colegio Guatemala, donde asistía Máximo, a quien todos sus amigos, los viejos y los nuevos, lo llaman así, “El Gordo”.
En aquellos años, también codirigía el centro Virginia García, su actual cuñada y la más política de las hermanas de Rocío García, su novia. Sin embargo, Máximo jamás se involucró en la política estudiantil. A los 35 años, y acreditando el extraño récord de ser hijo de una pareja de padres presidentes de inusitado poder, jamás ocupó ningún cargo pudiendo haber ocupado cualquiera, desde que cumplió los 21. ¿Qué cosas pasaron, entonces, para que cambiara tan radicalmente de idea? Primero, fue la muerte del padre —y jefe político—, que lo forzó a cambiar de rol: dejó de ser el “hijo de” para ocuparse de la custodia política y afectiva de su propia madre.
Después, vino la prematura caída en desgracia de Amado Boudou, en quien Cristina —sin reelección, por ahora— había depositado todas sus fichas para la sucesión. Y la frutilla del postre fue la aparición de Daniel Scioli como candidato potable para el 2015.
Coaching. Un dato “cuanti” terminó de convencerlo: el de los encuestadores que trabajan frecuentemente para el Gobierno: Roberto Bacman, Doris Capurro, Ricardo Rouvier y Artemio López. De un integrante de ese cuarteto surgió un dato del que tomó nota: el hermetismo está dañando su imagen y la de los jóvenes K, que gobiernan junto a su madre, sin dar explicaciones.
Hace un tiempo empezó sus prácticas para poder hablar en público; su entrenamiento mediático lo hace con un equipo del que participa la actriz Andrea del Boca, cercana al Gobierno, y algunos asesores políticos del kirchnerismo. Revista Noticias llamó a Del Boca para consultarla al respecto y le envió un correo electrónico, pero no obtuvo respuesta. —Es un cuadro político —asegura el diputado Fernando “Chino” Navarro, el primero en lanzarlo en los medios—.
Maneja números sobre energía, exportaciones; asombra los datos que tiene sobre la marcha global de la gestión. No se lo puede analizar en términos convencionales porque sus padres nunca lo fueron —describe el número dos del Movimiento Evita, una de las agrupaciones más poderosas del kirchnerismo—. —En el Gobierno lo están inflando, pero al pibe no le da para ser candidato a nada —tercia, un poco lapidario, un intendente del conurbano, alineado con el sciolismo.
Lo cierto es que Máximo empezó a meterse en distintas áreas de la gestión, y su participación ya no se limita a ser el consultor estrella de la madre. —Tengo que hablarlo con Máximo —suele decir, cada vez más seguido, el jefe de Gabinete, Juan Manuel Abal Medina, cuando hay que sacar a algún economista o intelectual en los medios estatales para respaldar al modelo. Entonces, su respuesta es siempre práctica y binaria. “Sí” o “no”, responde, sin argumentar mucho más.
También parece haber quedado atrás la fobia que le tenía a Buenos Aires: ahora se instala la mitad de la semana en Olivos, y la otra en Río Gallegos. Fiel a la cultura de decir lo menos posible, la mesa chica del Gobierno resguarda los detalles de la preparación del heredero con el celo de un secreto de Estado. El primer paso en la estrategia de “salida gradual” apunta al 2013. Consiste en lanzar la candidatura de Máximo K a diputado nacional por Santa Cruz y, una vez en el Congreso, mostrarlo, más institucionalizado, como líder de los jóvenes K.
La Cámpora tiene, actualmente, diez diputados nacionales propios. —Pero quién sabe si ganamos Santa Cruz, si es una bomba de tiempo. Mirá si lo lanzan al pibe, y pierde… —reflexionaba el último lunes, con bastante sensatez, un funcionario del Gobierno, mientras repasaba los indicadores de una provincia desfinanciada.
Los intendentes están con dificultades para pagar los sueldos este mes, mientras que el gobernador, Daniel Peralta, como su vice, Fernando Cotillo, están cuestionados, aunque por distintas razones. Conocedor de la política provincial, el periodista Héctor Barabino cuenta que no son pocos los que vaticinan una intervención federal, mientras que La Cámpora fantasea con que Mauricio Gómez Bull (40), vicepresidente de la Cámara de Diputados e integrante de la agrupación de Máximo, podría quedarse con el principal sillón político de la provincia. Confrontador como Néstor Kirchner, Gómez Bull no parece muy formado para esa misión: además de haber protagonizado un par de bloopers en la Cámara de Santa Cruz, su formación se reduce, según destaca en su facebook, a la escuela deportiva de Araujo y Niembro. Belén García, otra de las cuñadas de Máximo, es su asesora.
De Michael a Sonny. —Los de La Cámpora lo está usando. Es lamentable, pero es así. A partir del 2003, se fue alejando de los amigos de toda la vida, que somos quienes verdaderamente lo queríamos. Y ahora tiene al lado a éstos, que lo empujan a hacer lo que no quiere; que se aprovechan del apellido —dice el mismo ex compañero de la secundaria, hijo de un destacado político santacruceño.
En verdad, todo el grupo de compañeros de la secundaria de Máximo estaba integrado por hijos del poder: Daniel Roquel, hijo del intendente radical Héctor Roquel; Sebastián Álvarez, hijo de un diputado provincial del Frente para la Victoria; Mariano Salvini, hijo de “Pepe”, uno de los secretarios de los Kirchner; Luis Gauna y Martín Reibel (su hermano menor, Hernán, es vocero de La Cámpora).
Los amigos suelen contar que, desde su adolescencia, Máximo siempre fue igual: si se juntan más de cinco personas a su alrededor, se queda callado. —Si se ponía de punta con alguien, no lo invitaba al próximo asado, y así te enterabas de que estaba enojado con esa persona. En el colegio, era de los que fogoneaban el quilombo, pero después se escondía —recuerda otro amigo de ese grupo. Solo se relaja y logra ser él en aquellos lugares donde se siente totalmente seguro: en el mano a mano, con los pibes de La Cámpora, con su novia Rocío, a quien conoce desde la adolescencia, o pescando en los lagos del Sur con “El Cuervo” Larroque.
Con Larroque, secretario general de La Cámpora y ahora diputado nacional, habla con total fluidez. Ambos disfrutan, caña en mano, de largas charlas a solas sobre los avatares del proyecto K. Un dato: ningún dirigente que lo haya escuchado hablar en público —donde no hilvana grandes discursos, sino frases cortas y simples— puede recordar algún concepto relevante. Tampoco hay en el discurso (limitado) de Máximo vestigios de Néstor Kirchner, ni de su madre: no sesea, tampoco grita. Su hablar es, más bien, tranquilo, pausado, para adentro, como un típico muchacho del interior.
En la saga de “El Padrino”, Michael Corleone no quería hacerse cargo de la herencia familiar; menos del trabajo sucio. Porque, para eso, estaba el sanguíneo Santino, su hermano mayor, apodado Sonny. “Como Michael, Máximo nunca quiso ser Sonny, pero la vida lo está empujando”, fue la imagen que usó un joven funcionario cercano a La Cámpora, sobre el giro copernicano del hijo de Cristina.
Y tal como le sucedía al principio al tímido Michael, en “El Padrino”, Máximo también fue incorporando los rituales de su papá, a medida que fue procesando el cambio de rol. Por ejemplo, secretea con Dante “El Canca” Gullo, del mismo modo que lo hacía Néstor: lo rodea con su brazo y se lo lleva a hablar aparte, en medio de las reuniones. Escucha los discursos de su madre con los brazos cruzados, y es un fanático del control.
Cuando murió el padre, empezó a estudiar economía por su cuenta, como lo hizo él (o Él). También fuma, como Néstor a su edad; en cambio, prefiere el fernet al whisky. Es capaz de tomar medio vaso de un tirón, y seguir hablando como si nada. Aunque no es agresivo, retruca igual que Kirchner. Una noche del 2009, el amigo de un líder de La Cámpora entró a un local en San Telmo. No sabía que en esa reunión estaba Máximo, y se puso a hablar con un grupo.
—Si van tan rápido pueden llegar a volcar… —dijo el invitado, el recién llegado, en un momento. ¿Y vos no tenés miedo de volcar? —escuchó que le respondían desde atrás. El interlocutor quedó helado al ver al hijo de la Presidenta apoyándole una mano sobre su hombro. Era la época en que Kirchner retrucaba repreguntando en la misma línea que su interlocutor, y devolviendo el “golpe” con la misma pregunta.
Con su novia, la odontóloga Rocío García, tienen una relación simbiótica; sellada. La lleva a todas las reuniones, incluso a las políticas, y es común verlos conversando en voz baja, en medio de cualquier evento. Los expertos en fobias dirían que Rocío es su acompañante contrafóbica en esos eventos, que tan ansioso lo ponen porque él se apoya mucho en ella. Tan fuerte es el vínculo que, cuando el año pasado perdieron el bebé, y a pesar de estar en plena campaña electoral, Máximo decidió quedarse en el Sur para acompañarla, y estuvo un mes y medio sin viajar a Buenos Aires.
Viven juntos en la casa que fue de los Kirchner, en el barrio Apap, pero ahora pasan también mucho tiempo en Olivos. Su rol de cuidador familiar se acentuó con la muerte del jefe del clan. Como toda joven, su hermana Flor K quiere tener un facebook, pero esa ventana a la intimidad le resulta incompatible con la vida en el poder: es lo que le reprocha Máximo.
Hace poco creía haber encontrado una solución; se abrió un FB bajo el nombre de Helena Baudelaire, y en ese sitio subió fotos de ella y sus amigas fumando. Desde allí, también contrató algunos servicios, como los de la diseñadora Araceli Pourcel, que le confeccionó el vestido que usó para la asunción de su madre. Ese estilo décontracté de la menor de los Kirchner lo tiene preocupado a su hermano. —Algo pasa con la piba, con Florencia, porque en estos días la sacaron de la residencia —comenta un funcionario con llegada a Cristina.
Máximo está preocupado por Florencia, a quien le lleva 13 años, porque emocionalmente fue la más afectada por la muerte del padre. Tuvo sucesivos descontroles, que lo preocuparon. La diferencia de edad —y probablemente, el hecho de que sea mujer— nunca generó entre ellos la rivalidad típica de los hermanos de crianza que compiten por amor y espacios.
Entorno y poder. Máximo tiene buen diálogo con Héctor “El Chango” Icazuriaga, el jefe de la SIDE, y vigila de cerca a los aliados como Boudou y los ex aliados como Hugo Moyano. También lo obsesiona el control de los medios, por eso su injerencia sobre Carlos Figueroa, el notero de “Duro de Domar” devenido en gerente de noticias de Canal 7, es directa. Del mismo modo que sobre Santiago “Patucho” Álvarez, ex bloguero y actual presidente de la agencia Télam.
En el noticiero del canal, por ejemplo, estuvo prohibida la noticia de la imputación por enriquecimiento ilícito a Amado Boudou y su novia. —Están cada vez más radicalizados. Controlan hasta los paños de piso del informativo —cuentan en el canal. Con el recambio del nuevo período, llegaron a la gerencia de noticias Víctor Taricco y Ramiro Poce, hijo de desaparecidos. Ambos duplicaron el celo en los controles, y hasta tienen miedo de decir lo que el Gobierno quiere comunicar. “La profundización del modelo empezó por acá”, ironizan los periodistas del canal.
La tragedia de Once pegó fuerte entre los trabajadores de Canal 7 porque Lucas Menghini era hijo un camarógrafo del canal. De hecho, muchos de sus compañeros lo acompañaron a Paolo Menghini en la búsqueda desesperada de su hijo, mientras la Presidenta permanecía recluida, sin hablar del tema y el Gobierno, ausente. Finalmente, y cuando ya el clima de malhumor contra el oficialismo se acrecentaba, una tarde, y apenas apareció el cuerpo de Lucas, Carlos Figueroa se paró en medio de la redacción, con el celular en la mano. —Es Máximo, pregunta si necesitan algo por el tema de Lucas —dijo para que todos lo escuchen.
En la agencia Télam, las cosas no son muy distintas. Corre un chiste entre los periodistas: “Tenemos 800 personas que escriben para cuatro lectores: Cristina, Abal Medina, Máximo y “El “Corcho”, en alusión al secretario de Comunicación, Alfredo Scoccimarro. Ahora se están esmerando en remozar la página web de la agencia, a cargo del bloguero Fabián Rodríguez, “porque es la que mira la señora” desde su notebook personal.
Los temas inconvenientes para el Gobierno o se prohíben o se disfrazan. Por ejemplo, para los consumidores del servicio de la agencia del oficialismo, el blanqueo de las intenciones presidenciales de Daniel Scioli, de cara al 2015, no existió. El gerente periodístico interino, “Beto” Emaldi, un furioso menemista en los ’90 hoy reciclado en soldado fiel del kirchnerismo, tiene una frase curiosa, aplicada a una agencia de noticias. “A nosotros nos pegan por lo que decimos, no por lo que no decimos”. En conclusión: mejor comunicar lo menos posible.
La biblioteca de Máximo. Nada de Tony Negri, ni de Spinoza. Y sí mucho John William Cooke y Arturo Jauretche, pero siempre adaptados al relato K y leídos muy por encima. Por ejemplo, Máximo y sus amigos decidieron ignorar, en la interpretación de Jauretche, que gran parte de su vida fue un opositor a Perón. Prefieren quedarse con la parte de la adhesión y con frases-latiguillo sin actualizar, como por ejemplo: “No existe la libertad de prensa, tan solo es una máscara de la libertad de empresa”. A él y sus amigos les gustaba “La Voluntad”, de Martín Caparrós y Eduardo Anguita, pero ahora están tan enojados con Caparrós por sus críticas, cada vez más feroces, al kirchnerismo, que ya no lo leen.
Algo similar sucedió con Norberto Galasso. Para entender el conflicto con el campo, Kirchner les había recomendado leer “De Perón a Kirchner”, pero la actual cercanía de Galasso con el moyanismo los enfrió. Últimamente incorporaron también a Juan José Hernández Arregui. Perón, por supuesto, es best seller en la biblioteca de Máximo. Y no pierde a Enrique Discépolo, con sus “Mordisquitos”, un compendio de relatos radiales. En una palabra, sus libros predilectos datan de hace por lo menos 50 años atrás. Quizá por eso en el entorno de Gabriel Mariotto, un firme aliado de Máximo, está de moda Alfredo Carlino, un poeta de 82 años que participó en la resistencia peronista. Pero pronto tendrá que abandonar las charlas abstractas, y los refugios seguros. Obligado a ser Sonny, el destino lo está llamando a probarse el traje de papá.
Laura Di Marco
Especial para revista Noticias