La conmemoración del Día de la Soberanía fue la mejor excusa de Cristina Kirchner para responder, no sin enojo, al masivo paro que este martes llevaron adelante las disidentes CTA y CGT.
Luego de hacer un breve racconto del real significado del 20 de noviembre, la Presidenta lanzó una frase conciliadora: "Les pido a todos la unidad nacional, cuando nos hemos separado, primero vienen por el Gobierno y después por el pueblo". Fue el primer metamensaje hacia el corazón de los que hoy protestaron.
Sin embargo, pronto llegaron las palabras de la discordia: "Hoy fue un apriete y una amenaza, no un piquete (…) A mí no me corre nadie y menos con amenazas, patoteadas o matones". ¿Realmente cree Cristina que el reclamo pacífico de trabajadores y sindicalistas es una amenaza encubierta? Si así lo sintió, ¿por qué no hizo una denuncia ante la Justicia?
Insistió la Presidenta: "Hoy no fue una huelga ni un paro, ni siquiera un piquete". ¿Qué fue entonces? Alguien tendría que advertirle a Cristina que sus propios funcionarios la contradicen. "No se puede hablar de paro, sino de piquetes", señaló por caso hace apenas unas horas Florencio Randazzo. Lo hizo en diálogo con Radio Continental.
Como sea, es preocupante que la mandataria insista en no escuchar los reclamos ciudadanos. Ya han salido con cacerolas, con carteles, a través de redes sociales, y ahora por medio de la convocatoria de gremios no oficialistas, ¿qué herramienta le queda a la gente para ser escuchada?
Cristina no solo insiste en desoír al pueblo, sino que se niega a entender que ha perdido gran parte de su popularidad. "Mucho más de la mitad de los argentinos está convencido de que estamos haciendo las cosas bien, les agradezco", aseguró la mandataria con envidiable auto convencimiento.
La construcción de la realidad que la Presidenta arma en su cabeza podría no ser tan preocupante si no fuera que se trata de la persona que dirige los destinos del país. Entre otras cuestiones, Cristina pronunció una polémica frase: "Vi que el (café) Tortoni fue atacado por estar abierto, no me sorprendió. Fueron los mismos que en Catamarca me tiraron huevos". ¿Cómo sabe que se trata de las mismas personas? Se insiste en el concepto: ¿Por qué no hace la pertinente denuncia judicial? Peor aún: ¿Habrá escuchado la Presidenta al dueño del Tortoni negando haber sufrido roturas en su local?
No fue lo único en lo cual la jefa de Estado quedó en off side. También le ocurrió cuando dijo que era “hija de sindicalistas", frase que debe haber dejado a su propia madre, Ofelia Wilhem —una mujer que jamás se dedicó a la actividad gremial—, en una pieza. Si el padre de Cristina viviera, la hubiera refutado con pocas palabras: es que Eduardo Fernández fue dueño de la mitad de un colectivo y con el tiempo llegó a ser accionista y hasta jefe de personal de la antigua línea bonaerense 3. De sindicalista, nada.
Como puede verse, no le importa a la mandataria reinventar la historia. "He sido militante de muy joven, no nací de un repollo", advirtió sin ponerse colorada, olvidando que su juventud estuvo lejos de la epopeya setentista. Como aseguran todos los que la frecuentaron —incluido el abogado Rafael Flores—, sus días mozos más bien fueron de acopio de dinero en Santa Cruz gracias a la denostada Circular 1050.
Mucho podría decirse sobre el discurso de Cristina, el cual hace agua en muchos aspectos, pero basta detenerse en tópicos muy puntuales para percibir el lugar en el que la titular del Ejecutivo Nacional gusta ponerse. "Me someto al juicio de la historia", advirtió, como si se debatiera en estas horas la continuidad de la República. Acto seguido, nombró a algunos de los próceres que permitieron la independencia argentina. ¿Creerá la Presidenta que está a la altura de ellos? ¿Qué tiene que ver su mención a Manuel Belgrano, un hombre que murió en la total pobreza, con su situación de ostentosa riqueza personal?
Lo único que está claro a esta altura, es que los actos en los que participa la mandataria tienen cada vez menos concurrencia. En sentido inversamente proporcional, las manifestaciones de protesta social van sumando cada vez más participación ciudadana.
Pocos creen ya en sus ampulosas denuncias por cadena nacional o en sus vaticinios de dudoso cumplimiento, entre los cuales se destaca que “el mundo se derrumba”. ¿Hasta cuándo insistirá con ese latiguillo?
Finalmente, cabe decir que los dardos que Cristina arrojó contra Hugo Moyano contrastan con la floreciente sociedad que mantuvo con él durante los primeros ocho años de gobierno K. ¿Por qué el titular de la CGT es un extorsionador y antes no lo era? ¿Qué cambió? ¿Por qué el kirchnerismo le facilitó a Moyano los negocios más dudosos del Estado sin cuestionamiento alguno?
Las preguntas son incómodas, desde ya, pero hay algo peor: no tienen respuesta. Y hablando de interrogantes curiosos, ¿quién dijo que para un peronista no hay nada mejor que otro peronista?
Christian Sanz
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