Este miércoles, Cristina Kirchner dio un encendido discurso en el marco del cierre de la 18va Conferencia Anual de la Unión Industrial Argentina (UIA) frente a una azorada Dilma Rousseff, a quien le fue virtualmente imposible esconder su sorpresa ante algunos de los pronunciamientos de su par.
Allí, el único anuncio de relevancia que brindó la Presidenta fue el aumento en el precio del gas para lograr mayor producción local, por lo que el Estado pasará de pagar 5,2 a 7,5 dólares por cada millón de BTU. Lo demás fue puro cotillón y cotilleo político.
“Vamos a hacer honor a nuestros compromisos externos”, aseguró lacónicamente Cristina, dando a entender que se resolverá el diferendo que persiste respecto a los denominados fondos buitres. ¿Cómo será la metodología a utilizar? Jamás lo dijo. Tampoco explicó por qué la Argentina aceptó que Estados Unidos fuera el ámbito donde dirimir el litigio de los bonistas que no ingresaron a los canjes 2005/2010.
En su polémica diatriba, la titular del Ejecutivo nacional volvió a insistir con que la Argentina ostenta el mejor salario de América Latina. Eso sí, sin mencionar la fuente de sus dichos.
Es bien cierto que, junto a Costa Rica, la Argentina tiene uno de los salarios más importantes de la región, pero también es real que la inflación devora gran parte de ese beneficio. Por otro lado, debe tener en cuenta que el sueldo medio informado por el INDEC incluye a desempleados que reciben planes gubernamentales, lo cual según Víctor Beker —director del Centro de Estudios de la Nueva Economía de la Universidad de Belgrano— baja el promedio a tomar en cuenta.
No fue todo. Cristina habló de las bondades de haber estatizado YPF. Lo hizo con un ejemplo poco feliz: “Ya no hay más colas en las estaciones de servicio”. ¿Acaso no habían dicho sus propios funcionarios que lo de la espera de automóviles para cargar nafta era un invento mediático?
Ello es apenas una anécdota si se lo compara con el derrumbe de la empresa, la cual pasó de valer $ 66.000 millones a menos de $ 30.000 en apenas unos meses. Hoy YPF sigue sin conseguir financiamiento externo, principalmente por las medidas oficiales que reflejan la inseguridad jurídica argentina. De esto último no habló la mandataria.
Insistió Cristina en tratar de impresionar a empresarios que son difíciles de conmover —ello explica por qué casi no hubo aplausos a su discurso— y se enredó en explicaciones sobre heladeras, aires acondicionados y la relación de esos aparatos con la clase media. ¿Qué tiene que ver una cosa con la otra? ¿Sabrá acaso la Presidenta que la Argentina importa heladeras de Turquía?
La obsesión de la mandataria con esa franja social, es llamativa. Hace unos días aseveró que ella misma pertenece a la clase media y ahora juró que quien tiene aire acondicionado automáticamente pasa a engrosar ese mismo espacio. Como puede verse, no importa ya el salario ni las condiciones de vida, con solo tener ese ansiado electrodoméstico se puede dejar de ser pobre.
Casi al final de su discurso, Cristina dijo una frase que llamó la atención de los que la escucharon: “Tenemos que ser inteligentes y rápidos", ya que "los tiempos urgen y la historia no nos va a perdonar si nos demoramos”. Hablaba de la integración regional y la efectivización de medidas que permitan mejorar la matriz energética nacional. Es razonable, aunque ¿cómo se pueden entender esos dichos proferidos por una persona que supo gobernar el país junto a su marido durante los últimos nueve años? ¿Por qué no se hizo antes todo lo que se quiere apresurar ahora?
Finalmente, Cristina dejó una interesante frase: "Argentina y Brasil se convirtieron en una familia". Fue el único momento en que se la vio sonreír a Rousseff. Al mismo tiempo, la Presidenta pidió un "esfuerzo" conjunto a funcionarios y empresarios para concretar mecanismos que ayuden a mejorar las relaciones.
Esas palabras parecieron desoír lo que poco antes había requerido Dilma, cuando le pidió a Cristina "superar todo tipo de trabas" entre países para agilizar el flujo del comercio bilateral.
Para que no quedaran dudas, la mandataria brasileña abogó por un mayor "equilibrio" en el intercambio bilateral, dejando de lado "rivalidades" de un lado y otro de la frontera, para asumir en forma conjunta un "papel de protagonismo" frente al mundo.
Jamás la Presidenta respondió a ese reclamo puntual; en ninguna parte de su discurso. Solo insistió en victimizarse y hablar de que el mundo se derrumba —otra vez y van—, aludiendo a la maldición mundial de la “codicia financiera”. Una curiosidad: ¿Habrá olvidado Cristina cómo amasó sus 80 millones de pesos?
En fin, lo único rescatable que dijo la mandataria en su larga exposición ha sido su frase final, toda una premonición si se quiere: “La historia no nos va a perdonar si nos equivocamos". Así sea…