En agosto de 2008, la sociedad se desayunó con una noticia atroz: la aparición del crimen organizado en la Argentina. La postal fue más que elocuente: la aparición sin vida de Sebastián Forza, Damián Ferrón y Leopoldo Bina en un zanjón de General Rodríguez.
En un principio, el expediente abundó en pistas de narcos mexicanos y pistoleros foráneos. Sin embargo, pronto se descubrió que ese múltiple homicidio se emparentaba con mafias de laboratorios medicinales y aportes de campaña oficiales, principalmente la que llevó a Cristina Kirchner y Julio Cobos a comandar la primera magistratura en el año 2007.
La investigación se llevó puesto a un juez, Federico Faggionato Márquez, y reveló el nacimiento de un fenómeno que parecía imposible en el país: la aparición de sicarios a sueldo. ¿Fue un hecho aislado o el surgimiento de un fenómeno tan nuevo como inquietante? ¿Quién se atrevería a cometer un crimen de semejante envergadura?
Las respuestas a esas preguntas se fueron conociendo al paso de los años, a través de incómodos descubrimientos. Por caso, Martín Lanatta uno de los cuatro sentenciados a cadena perpetua supo ser mano derecha del poderoso ex Jefe de Gabinete Aníbal Fernández.
A su vez, el mismo imputado aparece vinculado al siempre sospechoso Ibar Esteban Pérez Corradi, un joven al que la Embajada de Estados Unidos tildó como nexo entre narcos mexicanos y laboratorios medicinales vernáculos.
Pero hay más: una investigación reveló los vínculos entre este último y el titular de la AFIP, Ricardo Echegaray. A ello debe agregarse un dato no menor: para Juan Ignacio Bidone, el fiscal que investigó esta causa judicial, Pérez Corradi fue el autor intelectual del triple homicidio.
¿Cómo se conjugan tantas relaciones entre política y crimen? ¿Es una coincidencia o hay algo más?
Sea cual fuere la respuesta a esas preguntas, nada aliviará el alma de los familiares de Forza, Ferrón y Bina, injustamente asesinados bajo un aluvión de balas en un descampado de General Rodríguez hace justo cinco años.