Hace unos días, Aníbal Fernández me mencionó en plena conferencia de prensa ante los medios. No se por qué, ya que nadie me había referenciado en el corto plazo y la espuma entre el jefe de Gabinete y yo parecía haber cesado tiempo antes.
Ese día, cuando me nombró el hoy jefe de Gabinete, el marco lo aportó diario Clarín: allí se publicó un cable de la embajada de Estados Unidos —uno de los tantos— que exponía sus vínculos con el maldito tópico del narcotráfico.
En ese contexto, de manera imprevista, Aníbal mencionó mi nombre: dijo que yo, Christian Sanz, me había “dedicado” a difamarlo todo lo que había podido.
“Perder el tiempo en lo que dice este tipo, que se dedica a robar en los portales, me tiene sin cuidado. No tiene ningún otro dato que ese, y yo no puedo hacerme cargo de lo que publiquen”, agregó en referencia a mi persona.
Ciertamente, confieso que no escuché entonces los comentarios hechos por parte del hoy derrotado en el gran terruño bonaerense. Me percaté de lo que había pasado recién cuando empezó a sonar mi teléfono y colegas de diversos lugares del país me preguntaban qué opinaba sobre esos dichos.
Yo no sabía qué responder ya que, insisto, no estaba al tanto de los dichos de Aníbal. Por ello, preferí guardar silencio. Los colegas, por suerte, supieron entenderlo.
Semanas antes, me había sucedido algo similar con el programa de Jorge Lanata, donde se presentó un informe en el cual se relacionaba al jefe de Gabinete con el tráfico de efedrina y el triple crimen de General Rodríguez, ocurrido en agosto de 2008.
Allí aparecía un video mío en Canal TN de ese mismo año —2008— donde yo acusaba a Aníbal por los mismos delitos. ¿Qué había llevado al colega Lanata a volver sobre un tema tan espinoso, a pocas semanas de las elecciones? Imposible saberlo.
Para colmo de males, uno de los entrevistados por Periodismo para Todos, Martín Lanatta —asesino de Forza, Ferrón y Bina— le aseguraba a Lanata —Jorge— que, para llegar a la verdad de lo sucedido, había que releer mis viejas investigaciones.
A esa altura, yo no podía creer lo que estaba viendo: se trataba del mismo personaje que me había tenido en vilo durante años justamente por investigar en profundidad el referido triple crimen y señalarlo como uno de los autores materiales.
Para agregar más locura a la locura, Lanatta —el malo, no el periodista— dijo posteriormente que a Sebastián Forza —uno de los asesinados en el triple crimen— lo habían acribillado a balazos por haber hablado conmigo en mayo de 2008.
Parecía comprensible: en esa charla, Forza me reveló cuestiones comprometedoras sobre el gobierno de Cristina Kirchner y me aseguró que Aníbal quería matarlo por haberle birlado parte del negocio del tráfico de efedrina.
Sin embargo, no creo en absoluto que yo tuviera algo que ver con la decisión de “la Morsa” de acabar con la vida de mi entrevistado. Creo — estoy seguro en realidad— que su destino ya estaba sellado de antemano.
Independientemente de lo sucedido con Forza, yo ya venía teniendo puntuales inconvenientes con Aníbal, quien me demandó penalmente en dos oportunidades por revelar sus vínculos con el narcotráfico en media docena de notas de investigación que arrancaron en 2003.
Su furia para conmigo llegó a límites insospechados: amenazas y persecuciones a mi persona fueron moneda corriente. Ello se profundizó luego de que le ganara ambos juicios en la Justicia, algo que ningún periodista había logrado antes.
Mucho más podría contar al respecto, pero no vale la pena a esta altura. Ya no merece hacer leña del árbol caído.
Lo único que me resta por decir tiene que ver con la estrepitosa derrota sufrida por Aníbal en la provincia de Buenos Aires.
En ese contexto, si algo de todo lo que hice o investigué colaboró con su desgracia, por mínimo que sea, me doy por satisfecho.
Sepan ustedes que el daño que se ha evitado es mayúsculo.