La inesperada irrupción de José López, con su loca aventura nocturna en el convento, probablemente haya sido el golpe más severo que ha recibido el kirchnerismo en mucho tiempo.
No creo equivocarme demasiado si digo que el impacto provocó una convulsión análoga a la de la muerte de Néstor Kirchner, o al triunfo electoral de Mauricio Macri.
Para los que hemos hablado hasta el cansancio acerca de la corrupción oficial de los pasados 12 años, lo único que llama un poco la atención es la mayor o menor veracidad de esta historieta que, se la mire por donde se la mire, nunca cerrará del todo bien.
Pero el objeto de este escrito es analizar la reacción y situación de los amigos K, porque constituye, sin duda alguna, el asunto más importante en este embrollo.
Los dirigentes quedan fuera de cualquier consideración: Se hacen los sorprendidos, se hacen los indignados, se hacen los que no sabían nada, y se hacen los moralistas que instan a una especie de resignificación espiritual de postulados, cuando la realidad es que tienen terror por no saber quién será el próximo en ocupar los titulares, por cuestiones análogas a las de López.
La verdad es que acá lo que preocupa, es lo importante, y eso es la gente de la calle. Preocupan aquellos que creyeron en serio. Preocupan los decentes defraudados.
Y este cronista se anima a escribir acerca de estas cosas, precisamente por haber estado dentro de esa maldita grieta en las que nos metieron algunos miserables, y aún por haberlos criticado más de una vez.
Ante la situación coyuntural de esta Argentina, donde los dos partidos tradicionalmente nacionales y populares han sido atomizados, con una UCR que, orgánicamente, se redujo a ser apenas un satélite del conservadurismo anacrónico que gobierna, y con un peronismo escindido en 2 segmentos difusos (Pj de centroderecha disperso y casi aliado al gobierno, kirchnerismo muy golpeado y con sus dirigentes jaqueados por la justicia), la desazón que hoy siente el allegado al kirchnerismo es, si bien se la mira, la que debiera experimentar todo el pueblo trabajador y que no pertenece a las clases sociales altas.
Consiste en ir quedándose con las banderas pero sin la representación, cuando el neoliberalismo llega por tercera vez en 40 años, con las recetas más salvajes que se recuerden, y con el apoyo mediático más miserable que se ha visto, fuera del recibido por la dictadura militar 76-83.
Dicho en otras palabras: Los que pudimos salirnos de la grieta a tiempo, como para entender que fuimos miserablemente usados como soldados de una guerra ajena, tenemos la obligación moral de contener y aunar esfuerzos con los kirchneristas que hoy se sienten mal. Tender la mano, aún a riesgo de recibir una puteada.
Es una cuestión de decencia, pero también de sentido común.
Así como con los amigos radicales que enarbolan el genuino espíritu de Raúl Alfonsín, que nunca pudieron absorber el impacto de Gualeguaychú, y deambulan casi sin representación orgánica genuina más que el acercamiento con la gente de la calle que piensa parecido a ellos, creo que es el momento en que el kirchnerista sea integrado e integrador, con el resto de los argentinos que asistimos, casi sin poder creerlo, a la demolición controlada y final de la Argentina que hemos soñado, que está llevando a cabo el conservadurismo que encabeza Macri.
La grieta se cierra con inteligencia y comprensión, o no se cierra.
La letrina, en cambio, permanecerá durante bastante tiempo. La habitan los odiadores seriales de todo lo que les indiquen los enormes egos de Jorge Lanata y Elisa Carrió, los dos mayores manipuladores de opinión pública que se recuerden luego de Bernardo Neustadt.
Carrió y Lanata: Dos personas de moral selectiva, que se erigieron en adalides de la lucha contra la corrupción, pero solamente contra la ajena. Ambos subidos al púlpito de Clarín, que esta vez no se conformó con poner un presidente, sino que cogobierna.
Los hacen alternar entre la necesidad única y final de que se meta preso a todo el que sea señalado por esos referentes; los hicieron imaginar que el Papa Francisco iba a ser el jefe de la oposición, y ahora consiguen que hasta lo insulten, y que vayan a gritarle barbaridades en Plaza San Pedro, como si fuera una tribuna fanática puteando al linesman.
Terminan siendo defensores ciegos de conveniencias ajenas.
Son los que se prestaron a que en la Argentina se reavive uno de los fuegos más siniestros que hemos debido padecer: El antiperonismo.
Yo no puedo recordar una Argentina con un importante segmento oficialista basado exclusivamente en el odio y la revancha, y casi sin algo positivo para destacar del gobierno al que defienden.
Es completamente inédito observar que mientras un gobierno destroza todo para adentro, sus partidarios sólo disfruten odiando para afuera.
Pero aún con esta gente que habita la letrina hay que tener paciencia, y tenderles la mano, porque más tarde o más temprano irán saliendo.
Probablemente cuando adviertan que mientras ellos odian, los poderosos duermen la siesta juntos, o cuando se queden sin trabajo, o cuando se den cuenta que les sobra mucho mes cuando se les termina el sueldo, o cuando se funda su PYME, o cuando en la farmacia les digan -PAMI lo tenemos suspendido-, o en cualquiera de las múltiples circunstancias en que el poder les haga sentir que solamente los tuvo en cuenta para llegar, pero que no hay mesa reservada para ellos en su fiesta.
Irán saliendo de ese espantoso sitio en que se encuentran. Es algo inexorable.
Hay un universo en esta sociedad, que está conformado por obreros, empleados, profesionales, autónomos, pequeños comerciantes, pequeños fabricantes, artistas, jubilados, docentes, intelectuales, periodistas independientes, profesionales de la salud, estudiantes…y el neoliberalismo no le defiende los porotos absolutamente a ninguno de ellos.
Aquí se está tornando imprescindible entender algunas cosas básicas. Y ponerlas en práctica. Que es el momento de convencer, y no imponer. Que hay que rescatar lo bueno de cada sector, y no quemarle la bandera a nadie. Y que es imperativo empezar a juntarse, en defensa mutua.
Se viven tiempos muy duros, y se vienen tiempos aún peores.
Sería inteligente ser inteligentes.