En el año 2004, mientras la mayoría de los medios de comunicación aún estaban embelesados con el kirchnerismo, yo escribía una de mis columnas críticas contra Julio de Vido y el hoy célebre José López.
No era una súper investigación sobre este último, sino más bien un artículo de denuncia contra el otrora ministro de Planificación Federal, quien ya despuntaba en los sobreprecios de la obra pública y oficiaba de “cajero” de Néstor Kirchner.
Esa nota me valió una de las primeras querellas penales que me llegarían por parte del gobierno que había asumido un año antes. Fue por calumnias y me la hizo el propio De Vido.
Meses más tarde, se sumaría un litigio similar, esta vez impulsado por el exjefe de Gabinete, Aníbal Fernández. Entonces era ministro del Interior y yo lo había acusado de "narcotraficante".
Gané ambos juicios, al tiempo que los funcionarios del kirchnerismo me iniciaban nuevas querellas. Una tras otra, sin darme respiro.
Me preguntaba en esos días cómo era posible que yo tuviera tanta mala suerte: ¿Acaso a nadie más le hacen juicios? ¿Por qué no se enfocan en otros periodistas y solo me hostigan a mí?
La respuesta era obvia: aparte de los colegas de Perfil, y algún que otro medio pequeño, nadie se metía contra el gobierno de Néstor, y menos aún de la manera que yo lo hacía, a través de la investigación y el periodismo de denuncia.
Clarín, por caso, vivió una virtual luna de miel con los Kirchner hasta el año 2008. Lo mismo ocurrió con los otros grandes medios.
La crítica, feroz y despiadada, llegó mucho después, cuando el kirchnerismo estaba en vías de salida, cuando ya había hecho todo el daño que podía hacer. ¿Quién no sería valiente entonces?
En realidad, la actitud de los colegas no me sorprendió demasiado. Durante el menemismo sucedió algo similar: cuando Carlos Menem empezaba su gobierno, todos lo veían rubio y de ojos celestes; luego, cuando estaba terminando su mandato, aparecieron las denuncias más rimbombantes contra su persona.
Fui uno de los que se animó a denunciar la corrupción de esos días, lo cual me costó un par de juicios penales sobre la base de las mismas tipificaciones por las que me denunció el kirchnerismo: los delitos de calumnias e injurias.
Llegué a escribir tres libros en los malditos 90, dos de los cuales involucraban a Menem con el narcotráfico a través de su alianza con Alfredo Yabrán. El tercero, aunque fue referido a la muerte de su hijo, no me evitó problemas legales.
Otra vez: ¿Por qué el periodismo prefirió callar durante tantos años, desde el menemismo al kirchnerismo? No hay una sola respuesta a ello, sino varias: “sobres” bajo mesa, temor, censura, autocensura, presión oficial, presión privada, etc.
Ninguna de esas excusas sirve para justificar el daño que el periodismo le ha hecho a la sociedad al mantenerla desinformada respecto del latrocinio que estaban acometiendo aquellos que fueron elegidos para manejar la cosa pública.
Algo similar hay que decir de la justicia federal, siempre trabajando a destiempo y mal. Hay que decirlo: no hay juez que zafe de ello, ni uno.
De hecho, varios de los magistrados que trabajan hoy en Comodoro Py perduran de la era menemista. Dos de los mayores exponentes son María Romilda Servini de Cubría y Claudio Bonadío. Ambos ostentan un historial de desaguisados y encubrimiento a funcionarios públicos pocas veces visto. Ergo, ¿qué puede esperarse de estos en el corto/mediano plazo?
Sépanlo y asúmanlo: los jueces no harán nada, solo algo de acting para la “gilada”. Tal vez alguno se anime a avanzar con algún exfuncionario puntual, pero será la excepción, no la regla.
Lo demás seguirá como siempre, sin mayores oscilaciones. Vendrán nuevos gobiernos, con novedosos hechos de corrupción, y todos seguirán mirando para otro lado. Ello sin solución de continuidad.
El panorama es terrible y desolador, pero es lo que hay. Algún día ello debe cambiar, pero depende de nosotros que ocurra, no será algo mágico.
Ya mismo los periodistas tenemos que estar poniendo el foco en lo que hace el macrismo, incluso los detalles más triviales. Y los jueces tendrían que trabajar de oficio sobre los hechos que sea preciso investigar del actual gobierno.
Esos gestos, entre otros, son los que definen la diferencia entre un país del primer mundo con una nación tercermundista.
Por ello, y por mucho más, es hora de ponernos de acuerdo y definir de qué lado queremos estar.