En marzo de 1976, cuando el golpe de Estado era inminente, la clase política argentina esperaba como única opción posible una palabra de Ricardo Balbín que llamara a adelantar las elecciones y evitar la caída del sistema democrático. Pero Balbín solo dijo: algo así como que no tenía solución para ofrecer. Y ahí los jefes militares tuvieron el camino despejado para voltear al régimen de Isabel Martínez de Perón.
Los medios periodísticos de entonces vivían convulsionados porque las redacciones ardían de militancia política. Jacobo Timerman dirigía el diario La Opinión y puso a su hijo (“el bobo” le decían a Héctor T.) a editar el vespertino “La Tarde”, un pasquín destinado a ser la apología del genocidio en marcha.
Jacobo tenía una casa de verano en Punta del Este que les prestaba a varios generales y algunos almirantes a las órdenes de Massera para que pasaran temporadas de descanso.
Hasta que el General Camps —el más duro y criminal de su casta— descubrió que La Opinión se estaba financiando con dinero que los Montoneros le habían cobrado por el rescate a Bunge & Born (la Operación Mellizas que dirigió Rodolfo Galimberti) y secuestró a Timerman a la vez que intervenía el diario y ponía como director a un general de su confianza, llamado Teófilo Goyret, un ignorante en materia periodística que precisaba de colaboradores que lo orientaran en la edición del matutino. Y que le dijeran quien era quien en esa redacción ultra ´politizada.
Goyret se sirvió entonces de varios colaboracionistas y buchones de sus propios compañeros. Uno de ellos era un chileno de apellido Jara, que había sido hombre de ultra confianza de Jacobo… el otro un joven radical que apoyaba a los golpistas apoyado en la frase de Ricardo Balbín de que no había forma de encauzar la democracia, Leopoldo Moreau.
Entre Jara y Moreau y otros colaboracionistas de menor rango ayudaron a Goyret a editar un diario que ya no era el mismo que antes y por lo tanto la sangría de lectores era inevitable.
Mientras tanto Timerman estaba detenido desaparecido y si no fuera por sus otros amigos militares (entre ellos Massera), no hubiera sido blanqueado jamás. El General Camps lo quiso asesinar después de torturarlo pero se lo impidieron las entonces llamadas “palomas”, contra los que eran los “halcones” de Camps y compañía.
Las buchoneadas estaban a la orden del día y Moreau estaba en primera fila No era el único colaboracionista, hubo más de lo que la historia de aquellos años suele contar. Y un detalle que el kirchnerismo desfiguró. Los casi 100 periodistas desaparecidos no lo fueron por defender la libertad de prensa, sino por ser militantes políticos y sindicalistas desaparecidos.
¿A quiénes marcó Leopoldo Moreau? Eso sólo lo sabe su conciencia y los represores del gremio de prensa. Pero su participación a favor de la dictadura quedó en clara evidencia al lado del General Goyret.