Mauricio Macri llegó cargado de buenas intenciones, no hay por qué dudar de ello. Juró que la inflación era fácil de derrotar, que las inversiones extranjeras llegarían en el segundo semestre de su mandato e incluso negó que habría tarifazo alguno o devaluación de la moneda.
A poco de sentarse en el sillón de Rivadavia, esbozó los trazos de lo que sería su plan económico. En realidad, no dijo nada puntual, solo refirió que todo se haría sobre la base de algo denominado“gradualismo”. En buen romance, hacer lo que había que hacer… pero “de a poco”.
Aparte de eso, nada de nada. Ninguna medida o plan de fondo que permitiera entender qué venía a hacer el macrismo específicamente.
De pronto, se volvió moneda corriente la toma de deuda y la especulación financiera a través de las benditas Lebacs. Fue cuando la Argentina se volvió más interesante para los especuladores que para los inversores genuinos, aquellos que vienen para quedarse a producir bienes y servicios.
El gasto público jamás pudo ser controlado, y el macrismo empezó a hacer algo raro: por momentos se movió a la derecha y por momentos se movió a la izquierda, cayendo en raptos de populismo.
Ello provocó inevitable incertidumbre, tanto afuera como adentro de los límites del país. Y quien tiene dinero para invertir necesita precisiones y previsibilidad. Sobre todo en un terruño como la Argentina, donde las medidas económicas pueden oscilar de un lado para otro de la noche a la mañana con la ligereza de un péndulo.
Macri no logra generar esa confianza por muchos motivos, esencialmente cuatro: primero, no existe hasta el día de hoy un claro plan económico de mediano/largo plazo.
Segundo, las feroces internas que se dan entre sus propios funcionarios, motorizadas por el propio Macri para licuarles poder. Véase lo que ocurre en estas horas con Marcos Peña versus el tándem Vidal/Rodríguez Larreta.
Tercero, la falta de independencia del Banco Central de la República Argentina, encargado de las políticas económicas del gobierno. ¿Creyó realmente el presidente que sacando a Federico Sturzenegger alcanzaba para generar confianza? ¿Quién puede creer que Luis Caputo es independiente del Ejecutivo?
Cuarto, la incoherencia entre los dichos y hechos de los propios funcionarios macristas. ¿Cómo entender que las principales espadas del gobierno digan que no traerán su dinero del exterior porque no confían en el país? ¿Cómo generar confianza entonces en el ciudadano de a pie?
Si a lo antedicho se suma que Macri jamás comunicó bien la herencia que había recibido por parte del kirchnerismo, el panorama se vuelve más brumoso aún.
¿Cómo se sale ahora del corset en el que se encuentra el país? ¿De qué manera se reactiva, no ya la economía, sino la confianza?
No alcanzan ya los “timbreos”, ni los globos amarillos, ni siquiera las palabras de ocasión. Hace falta mucho más que eso. Se precisan gestos políticos —y de los otros— que le den seguridad a la sociedad, de una vez y por todas.
Con un Marcos Peña que sigue aglutinando “la suma del poder público” y un Nicolás Dujovne que no termina de moverse con autonomía —de a poco va ocupando espacios que quedan vacantes—, ello será sumamente complicado.
Es una señal que no tranquiliza a los mercados. ¿Cómo hacerlo si el área que aparece complicada, la económica, está a cargo de alguien que no ostenta autoridad suficiente?
Se vienen meses complicados, algo que ha reconocido hasta el propio gobierno. Y podría ser aún peor de lo que se cree. La imagen que da el gobierno es la de un grupo de personas discoordinadas que corren detrás del problema, sin un plan concreto.
Por eso, Macri deberá moverse rápido. Al menos impulsando dos o tres medidas de shock que permitan revertir el escenario de incertidumbreque se vive en estas horas, demostrando que realmente se anticipa a la crisis.
No será sencillo, ciertamente, pero no parece haber otra alternativa.