Faltan muy pocos días para que quizás podamos ver al candidato a la presidencia del Brasil, Jair Bolsonaro, desfilar en el tradicional Rolls Royce, por la Esplanada de los Ministerios en Brasilia, para luego subir a pie los pocos peldaños que lo conducirán al Palacio do Planalto, para ocupar la silla presidencial de ese enorme, poderoso y orgulloso país latinoamericano. Actualmente la mayoría de los encuestadores y analistas políticos coinciden en darle a Bolsonaro el 58 % de los votos y a su contrincante Fernando Haddad el 42%. La encuestadora Paraná, que es considerada seria, habla en estos días de una relación de votos del 59,1 % contra el 25,5%. Esto después de la paliza electoral recibida por el candidato impuesto por el corrupto ex presidente Lula, hoy en prisión, y que obtuviera en la primera vuelta electoral, tan solo el apoyo del 27% de los votantes contra el 48% de Bolsonaro.
Las posibilidades que Bolsonaro ocupe el sillón presidencial en Brasilia son muy grandes, pero siempre puede aparecer el factor sorpresa el 28 de octubre próximo, y sería arriesgado afirmar, como lo hiciera el propio candidato Bolsonaro frente a una rueda de periodistas, días atrás, asegurándoles que el 28 podrían ir tranquilamente a la playa a festejar su triunfo.
Pero cómo explicar el éxito aplastante de este candidato de derecha sin la poderosa maquinaria electoral y el dinero sucio con el que cuenta su adversario, producto de años y años de una despiadada corrupción. Además no contó con la posibilidad de presentarse en los medios de comunicación, como le correspondía. No pudo utilizar la jugosa tarta de la propaganda electoral oficial en la televisión y prensa. Algunos aspirantes tenían hasta cinco minutos para explicar sus mensajes y pedir el voto. Bolsonaro en cambio se debía conformar con tan sólo ocho segundos. Compensó esta desventaja utilizando ampliamente las redes sociales y con mucho éxito mostrando una característica que se ve también en Donald Trump de preferir comunicarse directamente con el electorado ignorando la prensa, creando así un vínculo estrecho, emocional con la población. Solamente así se puede entender que al mismo tiempo que se lo acusa de racista y enemigo de las mujeres por sus exabruptos, encuentre justamente en ellos un gran potencial de votantes a su favor. Solamente así se puede entender que en tan poco tiempo los votantes del ultra izquierdista Lula se hayan volcado a un candidato de derecha, viéndolo como un salvador para los tiempos duros que están atravesando.
El contrincante de Bolsonaro, Haddad, enfrenta actualmente nada más ni nada menos que 33 procesos en su contra con acusaciones de fraude, malversación de dinero público y tantos otros delitos que lo colocan como uno de los campeones de la corrupción pública. A esto se suma el estar rodeado por muchos políticos procesados, lo que equivaldría en un eventual gobierno suyo a un retroceso ético para el país. Haddad es un lobo con piel de cordero, y gran parte de la prensa nacional e internacional, manejada por personajes de la izquierda caviar, ha perdido toda mesura e imparcialidad encubriendo la parte oscura del candidato de Lula y centrando todas sus municiones en contra de Bolsonaro. Como afirmaba el gran historiador, periodista y humorista brasileño Millor Fernández “Jornalismo é oposicao. O resto é armazem de secos e molhados”, o sea el periodismo siempre debe ser de oposición, de crítica, todo lo demás es como lo que encontramos en un viejo almacén de abarrotes.
¿Y cuáles son los temas que causaron este tsunami de votos en favor de Bolsonaro? En primer lugar la escalada de inseguridad nunca antes conocida en el país que llevó a que la población se identificara con Bolsonaro y su política de tolerancia cero para con la delincuencia, y la implementación de medidas severas, como la reducción de la mayoría de edad penal a los 16 años, etc. etc. En segundo lugar que Bolsonaro representa el anti establishment, es un candidato anti sistema que supo interpretar el sentimiento de profunda decepción de los brasileños con los partidos políticos tradicionales, que lejos de solucionar los problemas candentes del país lo hundieron en una corrupción generalizada.
En tercer lugar encontraremos el fuerte sentimiento antipetista de la población, sobre todo de los más humildes que se sienten traicionados por Lula y su camarilla, una profunda desilusión, que quieren manifestarla en el voto. Buscan en Bolsonaro una onda fresca de moralización y un futuro mejor. Y relacionado a este tema el deseo de amplios sectores de la población, sobre todo de la clase baja y media, de ver un retorno al conservadurismo, es decir a los valores tradicionales de la familia, a una educación lejos de los programas progresistas impuestos por Lula y Haddad, cuando era ministro de Educación pública, aplicados sin consentimiento popular en las escuelas del país. Y last but not least destaquemos algo esencial para explicar este cambio brusco de la percepción popular a favor de Bolsonaro: la economía, el bolsillo y los estómagos vacíos de tantos brasileños desempleados, que se sienten profundamente engañados por el populismo mentiroso de Lula.
“Es la economía, estúpido”, afirmaba en forma poco educada en el año 1992 James Carville, el estratega de la campaña de Clinton, el demócrata que buscaba la presidencia de la gran nación del norte. Lo mismo se podría decir hoy en el Brasil, a lo que podríamos agregar, “Es la política, estúpido”, ante la realidad de un país destruido por las lacras de la corrupción de una mafia enquistada en el poder. Este sentimiento popular anti Lula-Haddad lo manifiesta muy claramente el popular ídolo del fútbol brasileño Ronaldinho llevando constantemente una camiseta con un logo a favor de su candidato favorito, Bolsonaro.
El fenómeno político brasileño atrae obviamente una enorme atención fuera de las fronteras del país. Es algo insólito lo que está sucediendo en la democracia más grande de Latinoamérica, y la quinta en el mundo y cuya economía ocupa el sexto lugar de las naciones de nuestro planeta. Dentro de nuestro continente la novedad que supone el ascenso del candidato de la derecha del Brasil Jair Bolsonaro, generó posturas que van desde el rechazo al guiño, pasando por el silencio. Uno de los comentarios más favorables de gobernantes de nuestro continente provino del presidente chileno Sebastián Piñera, quien comparte el enfoque económico del candidato para “el desarrollo futuro del Brasil”, aunque dijo discrepar en otros temas con el candidato. De visita en España, durante un foro económico, manifestó que conoce el equipo económico de Bolsonaro y que su “plan es muy concreto, muy específico sobre cómo van a enfrentar los problemas de Brasil, y que apunta en la dirección correcta.” Manifestó además haber sentido un “legítimo orgullo” porque Bolsonaro habló de seguir el modelo chileno y usar la transparencia en el combate a la corrupción. En el otro extremo de los comentarios se ubicó el gobierno del Frente Amplio del Uruguay.
El ex presidente José Mujica sostuvo que un triunfo de Bolsonaro sería peligroso para la región, y la actual vice presidenta del país y esposa de Mujica, la ex guerrillera tupamara Lucía Topolansky, sostuvo por su parte que “hay toda una tendencia conservadora en la región, esto es casi un retorno a la dictadura”. Anotemos que estas declaraciones contrastan con el silencio que el gobierno de izquierda del Uruguay guardó durante las elecciones en Venezuela, consideradas ilegítimas por otros países. La Cancillería argentina emitió un comunicado felicitando al gobierno y a todo el pueblo brasileño por la realización de las elecciones, que constituyen una reafirmación de la fortaleza de las instituciones democráticas del Brasil.
En Europa, mientras tanto, el líder derechista italiano, vice-presidente de su país y ministro del Interior, celebró enfáticamente el triunfo de Bolsonaro. “También Brasil cambia! – La izquierda derrotada y aire fresco!” escribió en Twitter. Matteo Salvini además vaticinó que los partidos de centro derecha europeos culminarán una revolución en las elecciones del próximo mayo en la Unión Europea. “La revolución del sentido común está recorriendo toda Europa y también otros puntos del planeta, como es el caso de Brasil”, fueron sus palabras en una rueda de prensa en estos días celebrada en Roma.
También en los EE UU no quedó inadvertido el fenómeno brasileño, que algunos describen como “una guerra cultural”. El periódico Wall Street Journal reconoce en una editorial que los progresistas en el mundo entero, entraron en un “estado de ansiedad”, desde el momento en que los brasileños dieran una votación tan expresiva y contundente a favor de Bolsonaro en la primera vuelta electoral, agregando que es el propio elector brasileño, quien mejor que nadie sabrá que candidato será el más indicado para su país.
La democracia brasileña tendrá que pasar en los próximos meses por un test inédito, quizás el más importante de su historia. En el Brasil funcionan las instituciones, especialmente la Justicia. Hubo y hay agujeros negros, que son una especie de oportunas excepciones que confirman la regla. La Justicia logró encarcelar a la gavilla de ladrones que se habían apoderado del partido PT, entre ellos a un ex presidente, que es simplemente uno más de los cientos de condenados a la cárcel por corrupción en una larga lista en la que figuran políticos de todos los partidos y empresarios de los más altos niveles. Ejemplo a seguir para varios países vecinos sudamericanos. Es que la realidad es un poco diferente a lo que le gusta contar a muchos corresponsales, periodistas y organizaciones internacionales, que creen que son las encargadas de tutelar a su antojo y sesgo los derechos de diferentes naciones con diferentes culturas. Y si hoy el pueblo brasileño para salir de su atolladero quiere aplicar el lema de su escudo, “Orden y Progreso”, que así sea.
Como fan, desde niño, del maravilloso comic Asterix, recuerdo aquel titulado “Asterix en Córcega”. Cuando le preguntan por el sistema electoral que rige en la isla, el jefe responde espontáneamente “metemos las papeletas de votación en la urna correspondiente, y luego la tiramos al mar. Después organizamos una pelea, y el más fuerte será el jefe “. Esta forma tosca de tomar decisiones no será seguramente la que viviremos en Brasil en los próximos días, teniendo en cuenta el historial democrático de ese gran país.
Brasil, y el resto de la region si vamos al caso, esta un paso adelante de Argentina. Aca pasamos de la izquierda saqueadora al progresimo light pseudo-liberal. En Brasil pasan sin escala a la derecha. Con que limpien las calles y ordenen la economía ya le hacen un servicio inapreciable al país. Macri acá no se anima. Bolsonaro es un aliado incomodo. Hasta Trump los dejo en offside hablando de proteccionismo a alguien que venia a vendernos el libre comercio que, al final, parece que tan malo no era.
Coincido, Indomitus. Basta leer los mensajes de zurdaje para comprender que están aterrados.
El pueblo Brasilero responde a los tiempos que vivimos. Son los INTERESES LOS QUE PREDOMINAN POR SOBRE LAS IDEOLOGIAS. Esto que parece como novedoso, ya lo habìa expresado Deng Xiaping en 1978 determinando el fin del Maoismo: "No importa que el gato sea blanco o negro,..mientras cace ratones,,. es bueno" Y hoy vemos lo que es la China "comunista". ¿Alguien los vè vendiendo ideología?¡ NO!, si sus PRODUCTOS
Con solo ver y oir a quines les causa urtucaria Bolsonaro, los brasileros estan en al senda correcta, saquense de encima a la izquierda y comienzan a crecer de vuelta.