Natalio Alberto Nisman era un tipo muy particular. Tan obstinado como ambicioso, sabía caracterizarse por su tozudez extrema.
Poco afecto a delegar tareas, el desaparecido fiscal especial de la causa AMIA es descripto por quienes lo han frecuentado como alguien obsesionado en su trabajo. A niveles de casi insania.
También era alguien encaprichado respecto de su propia persona. Solía leer todo lo que se publicaba sobre él —guardaba incluso algunos recortes— y llegaba a cuestionar a los periodistas que lo criticaban. Por lo que fuera.
No obstante, a Nisman no le gustaba dar entrevistas, ni tampoco frecuentar lugares donde hubiera gran concurrencia de personas. Su nivel de reserva era superlativo.
Acaso por esa pulsión de salir por las noches con jóvenes modelos, algunas de ellas a su vez vinculadas con la profesión más antigua del mundo. Nada que objetar, apenas una descripción periodística.
En lo personal, me tocó frecuentarlo solo dos veces, siempre en el marco de mi investigación del atentado a la AMIA. Era el año 2005 y Nisman acababa de ser desginado al frente de la fiscalía especial ad hoc.
A su vez, yo avanzaba en la redacción de un libro sobre el mismo hecho, junto al siempre brillante colega Fernando Paolella.
A Nisman le preocupaba la manera en que lo mencionaríamos en esa obra. ¿Sería de manera elogiosa o crítica? ¿Aparecería como un héroe o como un villano?
En Tribuna de Periodistas, el portal que fundé y que dirijo desde el año 2003, se acumulaban los artículos críticos hacia la gestión del fiscal, por lo cual la duda que lo asolaba era pertinente.
Más aún: esas notas estaban escritas alternativamente por mí, por Fernando y/o por ambos. Nuestra valoración sobre Nisman era paupérrima.
El choque era inevitable: el fiscal estaba furioso con nuestro trabajo periodístico y no estaba dispuesto a que su nombre fuera manchado en ningún libro de investigación. Ya les dije: era una persona obsesiva acerca de su propia imagen.
Pero la discusión no tenía que ver con las apariencias de Nisman, sino con su trabajo. Le cuestionábamos que insistiera en avanzar en una trama que se había demostrado falsa respecto de la causa AMIA. Sin embargo, la palabra “autocrítica” no aparecía en su diccionario personal.
El fiscal intentaba convencernos sobre la participación de iraníes en el atentado ocurrido a las 9:53 del lunes 18 de julio de 1994. Pero no había una sola prueba, y él lo sabía.
Le explicamos lo obvio: que los autores reales de ese hecho eran sirios. “Hay evidencia de sobra en el expediente”, le recordamos. Pero no hubo caso. Su enojo pudo más que su raciocinio.
Nisman insistía en hablar sobre Irán, la Trafic y la discusión entre árabes y judíos. Justo los tres puntos que se demostraron falsos en la indagación judicial.
Porque: 1) No fueron iraníes, sino sirios; 2) Nunca hubo Trafic alguna, tal cual atestiguan 200 testigos; 3) Ningún enfrentamiento entre árabes y judíos, sino una venganza personal contra Carlos Menem.
Los detalles del desafío contra Nisman se publicaron en TDP en el año 2007, con la copia del fax que le enviamos al propio fiscal, donde lo invitamos a debatir públicamente al respecto. Jamás aceptó.
Pronto supimos que no se trataba de una cuestión de desconocimiento, sino todo lo contrario. ¿Quién podría estar más informado que él, que estuvo secundando desde siempre a Eamon Mullen y José Barbaccia, fiscales a cargo de la investigación AMIA?
Nisman no era un neófito sobre el caso. Ergo, todo lo que hizo fue interesado. Pero no fue el único: detrás de la “desinvestigación” hubo toda una maquinaria que incluyó a lo más granado de la política y los servicios de Inteligencia, locales y foráneos.
Amén de los millonarios negocios que estaban en riesgo si se daba a conocer la verdad de la trama, aparecía un hecho crucial que obligaba a barrer la basura bajo la alfombra: los acuerdos de paz en Medio Oriente, firmados un año antes de lo sucedido en AMIA.
Allí Siria fue un actor primordial. Ergo, no podía aparecer a los ojos de la comunidad internacional como parte de un acto contra la colectividad judía.
Ello motorizó la maquinaria que impulso a la corporación mediática nacional a acusar a Irán. Muchos lo hicieron “operados” por puntuales informantes; otros a sabiendas de que mentían. Tales los casos de Daniel Santoro, Raúl Kollmann, Román Lejtman y otros. Como se sabe, el dinero todo lo puede.
No obstante, hubo voces discordantes ante el coro insensato, como la de James Neilson: “Pues bien: si los autores del atentado contra la AMIA –o contra la embajada de Israel- respondían a las órdenes de un gobierno extranjero, al país no le quedaría otra alternativa que romper las relaciones diplomáticas y prepararse para tomar las represalias indicadas. Sin embargo, aunque hay evidencias de que Hezbollah y otros grupos parecidos sí disfrutan del apoyo del régimen iraní y que bien pueden recibir instrucciones de Teherán, no es posible afirmar con seguridad absoluta que operativos como los concretados en Buenos Aires sean responsabilidad de los ayatollahs”, según se desprende de la edición especial de revista Noticias del 19 de julio de 1994.
Como publiqué en mi libro AMIA, la gran mentira oficial, tanto Washington como Tel Aviv juraron que existía evidencia plena de que ambos ataques tenían al régimen teocrático iraní como denominador común.
William Bill Clinton y el primer ministro Yitzhak Rabin dedicaron ingentes recursos para que sus respectivas usinas de inteligencia inventaran evidencias que zanjaran la necesaria culpabilidad iraní y liquidaran de un plumazo todo signo que implicara a Damasco. Así, tanto Haffez Al Assad —entonces presidente de Siria— como su ministro sin cartera, el narcoterrorista Monzer Al Kassar, pudieron respirar tranquilos, ya que gracias a los buenos oficios de sus aliados no fueron víctimas de ningún “ataque preventivo”.
Esa trama, que escribimos con dedicación junto al mencionado Paolella en varias notas a partir del año 2003, provocó la furia de Nisman, quien no dudó en amenazarnos con juicios y represalias jamás especificadas con precisión.
Ello dio inicio al desafío mencionado más arriba: “Con una sola prueba que nos aporte sobre la responsabilidad de Irán, será suficiente. Nos rectificaremos de inmediato”, le dijimos a coro.
Su respuesta nos dejó helados: “¡La evidencia existe, pero yo no la tengo, la guardan en su poder la CIA y el Mossad!”. Lo que dijo después ni siquiera vale la pena ser mencionado.
¿Cómo el fiscal más importante de la Argentina podía decir algo semejante? ¿Desde cuándo un funcionario judicial confiaba en pruebas que jamás vio o tuvo en su poder?
Así era Nisman, un hombre que podía atreverse a decir cualquier cosa sin que nadie le pidiera explicaciones por ello.
Por eso, en enero de 2015, cuando le pidieron que fuera al Congreso Nacional a aportar evidencia concreta respecto de su denuncia contra Cristina Kirchner, el fiscal quedó totalmente descolocado. Nunca antes le había ocurrido.
Pero aún no llegamos a ese punto. Estamos apenas en 2005, cuando Nisman recién acaba de ser nombrado a cargo de la fiscalía especial AMIA. Allí solo hará lo mejor que sabe hacer: nada.
Durante los 10 años que estuvo a cargo de la investigación, el expediente no avanzó un ápice.
Por caso, Diana Wassner, viuda de una de las víctimas del atentado e integrante de Memoria Activa, se animó a decir oportunamente lo que todos pensaban: "Nisman no realizó ningún trabajo, no hizo nada en la causa. En sus manos, la causa en diez años no avanzó nada. Hizo un montón de negocios personales, paseó por el mundo con el dinero que tenía para investigar la causa AMIA".
A esta altura, es preciso mencionar que no se trata de opiniones o valoraciones de tal o cual persona, sino de lo que aparece en el propio expediente judicial.
Quien crea realmente que el fiscal hizo un gran trabajo allí, solo debe analizar la causa judicial. Se sorprenderá al ver que, no solo hizo “la plancha”, sino que además se esforzó por demás en tapar la pista siria. Ello, como se dijo, por la presión de intereses foráneos, principalmente norteamericanos.
Se insiste: no se trata de ninguna especulación. Las pruebas de sus relaciones con EEUU aparecieron en su momento en los cables de Wikileaks, donde se demostraba que ese país lo “orientaba” en la investigación del atentado a la AMIA.
En esos documentos, quedó al descubierto que el fiscal visitó asiduamente la embajada de ese país en la Argentina para discutir con diplomáticos norteamericanos la orientación de la investigación del mismo.
“Los oficiales (norteamericanos) de nuestra Oficina Legal le han recomendado al fiscal Alberto Nisman que se concentre en los que perpetraron el atentado y no en quienes desviaron la investigación”, señaló un cable del 22 de mayo de 2008, revelado por Wikileaks.
Por entonces, la embajada de Estados Unidos estaba molesta por la decisión del fiscal de pedir el procesamiento del ex presidente Carlos Menem, el ex juez federal Juan José Galeano, el ex jefe de la SIDE Hugo Anzorreguy, el ex comisario Jorge “Fino” Palacios y el ex titular de la DAIA Rubén Beraja, entre otros.
Según el cable, “Nisman nuevamente se disculpó (por no haber avisado a la embajada previamente su decisión) y se ofreció a sentarse con el Embajador (Earl Anthony Wayne) para discutir los próximos pasos”.
“Los detalles de los cargos criminales contra Menem y los otros sospechosos fueron una sorpresa (…) que hasta ahora tenía una relación excelente y fluida con Nisman”, detalló la Embajada.
De esta manera, otro cable, fechado cinco días después, el 27 de mayo, aseguró que “Alberto Nisman llamó al embajador el 23 de mayo para pedir disculpas por no dar el preaviso” y que “no creía que la visita de (a la Argentina por esos días del subdirector del FBI, John) Pistole iba a coincidir con su anuncio”.
“Señaló que lo sentía mucho y que aprecia sinceramente a todos la ayuda y el apoyo del gobierno de Estados Unidos y de ninguna manera la intención de socavar eso”, dijo el embajador que le expresó el fiscal federal, según un cable de la embajada de Estados Unidos, firmado por el propio Wayne y develado por Wikileaks.
Por esos días, según afirmó la sede diplomática, el fiscal “quería hacer el anuncio antes del aniversario de julio del ataque y que el momento no tenía la intención de coincidir con la visita de Pistole”.
“El anuncio de Nisman fue impulsado más por la política nacional que nuevos avances significativos en el caso”, detalló la embajada de Estados Unidos, que fue categórica: “Aunque es demasiado pronto para decir qué Nisman eligió para hacer el anuncio hoy, en el pasado nos ha dicho en privado que él aspira a un juez federal”.
Por su parte, en el cable del 28 de mayo, Wayne afirmó: “Un último dato ofrecido por (el informante de la embajada de Estados Unidos y ex mano derecha del procesado Ruben Beraja, Alfredo) Neuburger (que la Embajada aún no puede confirmar) es que la Argentina Fiscalía General Esteban Righi se retirará pronto y que Alberto Nisman supuestamente es el principal candidato para el puesto”.
“Cuando la oficina de Legales (en verdad, el FBI) le hizo notar a Nisman que su anuncio podía llevar, otra vez, a que el gobierno iraní cuestionase la credibilidad o imparcialidad de la investigación, Nisman dijo que no debería, aunque luego concedió que no había considerado las implicancias que el pedido de detención podría tener en la investigación internacional”, aseguró el cable del 22 de mayo.
Allí aparece un dato revelador: había otra cuestión que también molestaba al embajador y era que los medios consideraban a Kanoore Edul como la punta de la llamada “pista siria”. Pero esa, es otra historia, que se contará más adelante en este libro.
(*) Segundo anticipo del libro "Nisman, el hombre que debía morir", de próxima aparición.