No tengo suerte. Desde 2007 vengo desafiando a que me muestren el diploma de abogada de Cristina Kirchner o su foto de graduación en la Universidad Nacional de La Plata, donde ella misma jura que se recibió.
A cambio de cualquiera de los dos documentos ofrezco 10 mil dólares. De hecho, llevo un cheque en mi billetera que ostenta esa suma de dinero. Porque estoy seguro de que, el día que alguien aparezca con algunos de los elementos de marras, querrá cobrar en el acto.
Pero no, nunca aparece nada y el cheque se va poniendo más y más añejo.
No obstante, los defensores de Cristina persisten en su intento de convencerme de que efectivamente es abogada. Lo hacen de palabra, obviamente. Porque no tienen nada que les sirva de sustento material.
Y ahora, en tren de su persistencia, han rescatado una foto de archivo de Cristina del año 2014, de los días en los que la Universidad de La Plata le concedió un título honoris causa, justamente para hacerla zafar de una eventual “usurpación de títulos y honores”, que tipifica el Código Penal.
Lo insólito es que quieren hacer creer que ese diploma que muestra la expresidenta en la foto es el que le otorgó la facultad a fines de los años 70. Si no fuera real, sería hilarante.
Hoy mismo discutí con una militonta… perdón, una militante que me pedía que le pagara mis 10 mil dólares a cambio de esa foto. No es chiste, miren…
Fue tremendo el papelón que pasó la mujer, pero no es la primera ni será la última. ¿Qué más puedo agregar al respecto? La situación decanta por sí misma. Y es tan claro como aquella frase que siempre le atribuyen a Einstein: “La inteligencia es limitada... pero la idiotez no tiene límites”.