En el año 2011, los capitostes de un grupo de grandes laboratorios medicinales argentinos —los más poderosos, podría decirse— se frotaron las manos. Fue justo después de que Cristina Kirchner decidiera incorporar al “Calendario Nacional de Vacunación" la vacuna antigripal.
Teniendo en cuenta que el Estado nacional garantiza esas inyecciones gratuitas en centros de salud y hospitales públicos de todo el país, el motivo de festejo era más que entendible.
En esos días, cuando ello se inició, el ministro de Salud de la Nación era Juan Manzur, hoy gobernador de Tucumán.
En virtud de los negociados que se están pergeñando ahora mismo en torno a los medicamentos, en el gobierno de Alberto Fernández, ello no parece casual.
A partir de entonces, comenzó a conformarse una suerte de cofradía que aglutina a los laboratorios que proveen la medicación antigripal. Con el tiempo decidieron autodenominarse "El club de las vacunas".
Todos los años, previo al inicio del programa nacional para la vacunación antigripal, los mandamases de esas firmas se reúnen en secreto, “presididos” por un representante de laboratorio Novartis, uno de los principales beneficiados en el negocio antigripal. Los propósitos del encuentro son básicamente tres:
1. Determinar los precios máximos y mínimos a los que se comercializarán las vacunas.
2. Determinar qué porción se llevará cada uno de la gran licitación prevista por el PAMI y el Ministerio de Salud.
3. Fijar qué laboratorio "ganará" el concurso de precios de las obras sociales.
Los que se disputan —y reparten— el negocio son Novartis, Glaxo SmithKline, Abbot, Sanofi, Sinergium e Instituto Biológico Argentino.
La trama ha sido revelada a Tribuna de Periodistas por dos fuentes independientes, que han aportado su testimonio con lujo de detalles. Se omiten estos últimos a efectos de no exponer a los informantes.
“Siendo que el costo de las vacunas importadas puestas en puerto tienen un costo aproximado de 2 dólares cabe preguntarse ¿por qué el Estado no importa directamente las vacunas?”, sostuvo retóricamente uno de ellos.
El interrogante es pertinente, aunque la respuesta es obvia: negocios son negocios. Ganan los laboratorios y ganan los funcionarios que reciben los retornos de marras.
Por eso, la pregunta que debe hacerse es otra: ¿Quién se animará a romper la “rosca” que existe entre los laboratorios y los diferentes gobiernos?
Mientras estas líneas terminan de escribirse, los negocios siguen su curso. El periodismo, entretanto, se mantiene al margen del tema.
Algunos colegas por temor al poder disuasivo de los grandes laboratorios —tienen los mejores cuerpos de abogados— y otros por la eficaz acción de la “billetera” de las mismas empresas.
El garrote y la zanahoria. Nunca falla.