La vicepresidenta Cristina Fernández siempre se sintió un ser superior, con una moral apta para opinar sobre el resto y hasta insultar a quien considere necesario.
El hecho de tildar a un abuelo de “amarrete”, de llamar a los jubilados “caranchos”, de señalar a la líder del partido GEN (Generación para un Encuentro Nacional) Margarita Stolbizer como “Gorda delincuente”, “tarada”, “burra” e “hija de p…”; de pretender juzgar al Tribunal Oral Federal (TOF) 2, entre otras de sus acciones, dan cuenta de ello.
De hecho, no le bastó con ser dos veces presidenta, ni le basta con haber sido electa como vice de Alberto Fernández. No, quiere ser la reina. Quiere volver a las épocas de monarquía para consignar el manejo absoluto del poder.
A pesar de encontrarse la Argentina en pleno uso de su democracia, y que en la teoría tal forma de Gobierno es prácticamente imposible, parece ser que la ex presidenta está construyendo los cimientos que la están, indudablemente, llevando a ostentar el manejo absoluto de las riendas del país.
No hay que olvidar que fue ella quien impuso al presidente, no al revés como suele suceder. Ello ya deja evidenciado el poder que tiene sobre el Poder Ejecutivo.
Alberto lo niega, pero en los hechos quien conduce y lleva adelante el ejercicio que demanda la Primera Magistratura es Cristina, aunque sin el stress y agotamiento que causan las reuniones, los viajes y el hecho de que la población le eche la culpa de absolutamente todos los desmanes que acontecen en la coyuntura.
Como si ello fuera poco, es la dueña –o de esa forma se considera- de la Cámara alta del Congreso. No sólo porque ostenta mayoría simple y puede controlar casi todas las decisiones que allí se toman, además porque es quien mantiene a sus correligionarios en línea para poder llevar adelante las “jugadas políticas”.
De esta manera quedo expuesta luego de decir que se encuentra a favor del aborto y le pidió al líder de la bancada kirchnerista en el Senado, José Mayans, que salga a contraponerse. Jugarretas políticas que le dicen.
Pero no le alcanza con manejar el Ejecutivo en casi todas sus áreas, no le alcanza con manejar las -onerosas- cajas del Estado a través de personas como la directora del ANSES, María Fernanda Raverta; del PAMI, Luana Volnovich o de la AFIP, Mercedes Marcó del Pont, tiene la imperiosa necesidad de manejar el Congreso y la Justicia también.
En el Congreso, como ya se ha señalado más arriba, se siente la dueña del Senado, aunque también le baja línea a su ex opositor Sergio Massa, hoy presidente de la Cámara de Diputados, quien sucumbe ante las pretensiones de “la reina”. No lo hace directamente, claro está, pero lleva a cabo esas artimañas a través de su hijo, Máximo Kirchner, el jefe del bloque de diputados del Frente de Todos de la Cámara Baja.
En el caso de la Justicia, si bien resulta ser hiperbólicamente más complicado, la avanzada es elocuente y, cómo no, a paso firme.
Se comenzó con la finalización de las jubilaciones de privilegios que cobran los funcionarios judiciales, algo que, como ya repitió este coronista, según el ex consejero de la Magistratura Alejandro Fargosi le aseguró a Tribuna de Periodistas, “por un lado, no termina con los inconcebibles privilegios de los jueces, empleados, fiscales y otros funcionarios públicos y por el otro no se dirige a mejorar al Poder Judicial sino a dominarlo”.
Pero ello no queda allí, se baraja la idea de armar un Consejo de Asesores que eventualmente le aconsejaría al oficialismo ampliar la Corte Suprema y, como ya mencionó el ex intendente de San Antonio de Areco, Francisco “Paco” Durañona, los que allí ejerzan “Tienen que ser militantes” del Kirchnerismo.
Además siempre queda latente la idea de apretar jueces, como ya lo mencionó la ex jefa de Estado en más de una oportunidad. No cabe duda de que eso se realizará, acaso fue la propia Cristina quien lo dejó expuesto.
Fue el 2 de diciembre pasado, cuando demostró a todas luces que, no sólo no le teme a la Justicia sino que va camino a dominarla a través de personajes de la más acérrima militancia kirchnerista y camporista, que comprende lo más rancio y nefasto del Poder Judicial, algo que llamaron Justicia legítima, pero que en los hechos se contradice a sí mismo.
Puede notarse, entonces, que Cristina intenta monopolizar el poder en sus manos. No escatima recursos, no ostenta el atisbo de ocultarlo y hará lo que sea necesario para convertir a la Argentina en un reino. Su reino.
El dato resulta poseer una superlativa relevancia, pero ¿No es acaso más importante lo que de ello se pueda desprender? ¿Estará la Argentina frente a la posibilidad de perder los derechos que la democracia ha garantizado?
Ojalá así no sea. El augurio no parece presentar la claridad de un Gobierno trasparente, sin embargo, aunque más no sea, la esperanza sigue en pie ¿No es acaso lo último que se pierde?