Cristina festeja. En silencio. Camina de un lado a otro. Su plan para obtener impunidad camina sobre rieles. Falta aleccionar a la justicia Federal y la Corte Suprema. Solo eso. Todo lo demás va viento en popa.
Exfuncionarios del kirchnerismo van logrando salir libres, uno tras otro. Y las causas judiciales que los complican van camino a perecer. Es lo que le depara a la expresidenta. La impunidad.
De hecho, en las últimas horas logró que la Oficina Anticorrupción dejara de ser querellante en media docena de expedientes que la complican. Ello explica la alegría de Cristina, solo comparable a aquella jornada en la que falleció el juez Claudio Bonadio.
Para la otrora presidente, el copamiento del fuero Federal será apenas un trámite. Solo le quedará pendiente la cuestión de la Corte, el hueso más duro de roer.
Algunos de los expedientes que la complican terminarán en esa instancia, de ahí deviene su interés. No tanto por ella misma, sino más bien por su hija Florencia. La única que carece de fueros protectores.
Máximo está tan o más complicado que ella, pero ostenta protección parlamentaria. Ergo, es intocable.
Lo mismo ocurre con la propia Cristina, quien se maneja con la seguridad de quien sabe que no dejará de ser protegida por el Congreso Nacional. Baste recordar aquellas oportunidades en las que la justicia pidió su desafuero, sin suerte.
Ciertamente, Cristina es una persona afortunada. Ha logrado avanzar en todo tipo de trapisondas sin que nada ni nadie lograra detener su avanzada.
Su patrimonio creció 3.540% en solo 8 años, a razón de 26 mil pesos por día. Jamás pudo explicar cómo lo hizo.
Se puede presumir: los documentados cuadernos de la corrupción la exponen de manera cruda y feroz. Siempre voraz por acopiar dólares, al igual que su marido en su momento.
Uno y otro lograron desaparecer por arte de magia más de mil millones de dólares provenientes de los tristemente célebres fondos de Santa Cruz. Dinero público. Del Estado. De todos.
Cristina salió indemne de aquel escándalo, a pesar de que confesó el delito: dijo que se habían “evaporado”. Justo justo cuando los fiscales miraban para otro lado.
Luego zafó nuevamente, en 2009, cuando el entonces juez Norberto Oyarbide la zafó, junto a Néstor, del expediente por enriquecimiento ilícito. Llegando al extremo de lo insólito. Permitiendo a su propio contador, Víctor Manzanares, ser perito de parte.
El mismo que luego se arrepentiría y diría que Oyarbide había cobrado varios millones de dólares para sobreseer a la “pareja presidencial”.
Mucho más podría contarse, pero no vale la pena. Solo generará indignación ciudadana.
Es que, como bien decía Serrat, “nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio”.
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