El posible acuerdo que el ministro Guzmán está negociando con el FMI, va a poner fin a varias mentiras populistas. Podrían ser más o, eventualmente todas, si el Fondo tuviera una dirigencia como corresponde y estuviera realmente interesado en la salud financiera e institucional de los países y no meramente en cobrar.
Hubo muchos en la Argentina que esperaban más del organismo al que el país le debe casi 50 mil millones de dólares: “Si me debes tanta plata, sentate un poquito ahí y atendé bien lo que vas a hacer”, era lo que muchos esperaban que el Fondo dijera.
Pero lamentablemente todo ha quedado a mitad de camino. En esa mitad de camino se han elegido opciones de ajuste que no varían de las que, el peronismo, cuando está en la oposición, se agarra para tratar de la peor manera a quien cierra acuerdo de esa naturaleza con el FMI.
Una de esas opciones son los jubilados. Identificada el área previsional como un verdadero agujero negro de las finanzas nacionales (en gran medida por la irresponsabilidad kircherista de la década pasada) no hay auditor externo que no fije sus ojos allí para ajustar las cuentas.
De resultas de eso los jubilados, nuevamente, serán los que paguen los platos rotos. Pero, aclaremos bien: los jubilados que cumplieron con todos los requisitos legales para jubilarse. Porque los demás, más allá de lo que cueste decirlo, están teniendo un ingreso que no ganaron, un ingreso al que no contribuyeron, en todo o en parte.
Las jubilaciones se van convirtiendo en un problema para todo el mundo. El promedio de vida, gracias a la ciencia y a la tecnología que el capitalismo hace posible, ha aumentado exponencialmente. Hoy la gente es “joven” hasta pasados los 70 años. Sin embargo los límites legales para dejar de trabajar no se han modificado. En consecuencia, la proporción de trabajadores activos por pasivos se ha estrechado notoriamente poniendo en serias dificultades el financiamiento de las cajas.
Para colmo, en la Argentina, para terminar de confundir más a todo el mundo, se utiliza una terminología mixta para referirse al sistema cuando este presenta dificultades e injusticias.
En ese sentido no es raro escuchar frases como “yo quiero que me respeten “mis” aportes y ahora que no trabajo me paguen lo que me quitaron cuando trabajaba”.
La frase es impecable desde el punto de vista de la lógica y del sentido común. Pero las personas que se expresan así olvidan que el país tiene un sistema jubilatorio solidario de reparto por lo tanto no es técnicamente correcto hablar de “mis” aportes: en un sistema socialista no hay tal cosa como “mis” aportes; “tus” aportes, justamente, se socializan en cuanto salen de tu bolsillo e ingresan a los del Estado. A partir de allí has perdido todo control y todo dominio sobre lo que era tuyo; eso que era tuyo, ya no es más tuyo.
Los descuentos previsionales entran en una bolsa común, innominada, en donde cada aporte no lleva tu nombre y tu apellido al lado. Precisamente: estamos frente a un sistema previsional socialista cuyo teórico objetivo no es asegurar la propiedad futura de esos fondos, sino la justicia social.
Muchas veces los mismos que defienden el sistema de reparto, cuando hablan sin reparos, caen en la famosa frase “mis aportes” sin aparentemente entender que, en el sistema que ellos defienden, ”sus” aportes no son “suyos”. A llorar a la iglesia, muchachos.
La Argentina intentó en los años ’90 organizar un sistema por el cual los aportes tuvieran alguna vinculación con su propiedad futura. El sistema, como todo sistema producto de concesiones estúpidas, fue un híbrido que no funcionó porque las compañías de capitalización estaban sujetas a miles de restricciones “sociales” que les impedían moverse con la suficiente libertad financiera como para hacer producir a pleno las inversiones en beneficio de sus titulares.
Pero aun así, era un sistema que reconocía la propiedad privada nominada de los aportes. Allí sí un afiliado podía hablar correctamente desde el punto de vista técnico y hacer referencia a “sus” aportes, porque efectivamente ese dinero le pertenecía con su nombre y apellido.
Algo de eso deben haber olfateado la mayoría de los argentinos porque cuando Néstor Kirchner empezó con los primeros escarceos para manotear esos fondos, recibió un par de respuestas contundentes de parte de los interesados.
En aquel momento el sistema de AFJP (que tenía sin embargo la obligación de garantizar un ingreso jubilatorio universal mínimo) era obligatorio, es decir, el trabajador no podía elegir un sistema estatal de reparto.
La primera cuña que Kirchner intentó meter en el sistema fue levantar la obligatoriedad y dar la opción a que la gente pudiera elegir una jubilación estatal: fiasco completo; casi nadie lo hizo.
Como el pingüino no le sacaba los ojos de encima a esa montaña de plata acumulada que era como un éxtasis para sus oídos, organizó una especie de plebiscito privado en donde cada afiliado debía notificar a su AFJP si quería abandonarla en beneficio de una jubilación de reparto.
El resultado fue contundente: 8 de cada 10 argentinos decidieron permanecer en el sistema privado. Resultaba obvio que, pese al corto tiempo transcurrido del sistema (llevaba apenas 15 años), la gente percibía que el hecho de que su nombre apareciera al lado del dinero que salía de su bolsillo para ir al sistema de jubilaciones era más tranquilizador que un sistema en donde ese mismo dinero iba a parar a las manos de los funcionarios políticos.
Pero el pingüino no se conformó y actuando como presidente en ejercicio (porque su esposa ya era presidente) lo mandó a Boudou a diseñar un plan de estatización.
Paradójicamente, como las AFJP estaban sujetas a mil regulaciones y el costo de la administración del sistema era más caro que su producido, aprovecharon, le pusieron un moño a sus carteras y se las tiraron por la cabeza: triunfo del gobierno nacional y popular, réquiem para los jubilados.
Ahora el gobierno propone volver a la fórmula que regía durante el tercer kirchnerato, sin piso inflacionario pero con techo recaudatorio y de salarios. Estafa rotunda.
Cuando Macri propuso una fórmula que contemplaba la inflación para que el ingreso no perdiera contra ella, el kirchnerismo y sus aliados de izquierda tiraron 14000 kilos de piedras sobre el Congreso, a fuerza de destruir literalmente la plaza que está enfrente que llevaba tan solo dos meses de haber sido remodelada con los fondos de los ciudadanos de Buenos Aires.
Ahora que el kirchnerismo vuelve a robar el ingreso de los viejos, hay que entenderlo porque estamos en emergencia por la pandemia.
En fin, esto somos señores. Y así estamos: un pueblo blando de convicciones no puede ser un pueblo fuerte en fortunas.