La campaña política de 2021 será recordada como la más paupérrima de los últimos 50 años en lo que a ideas y debates respecta. Ni una sola propuesta, ni una solo idea, solo chicanas y groserías. Como si todos se hubieran vuelto dementes de repente.
Hay buenas intenciones, sí, pero ninguna explicación sobre cómo se logrará motorizar lo que se proclama. Se habla de bajar la inflación, generar más empleo, reducir la inseguridad, y demás. Pero no se explica cómo se hará para cumplir tales metas.
Los periodistas tampoco preguntan demasiado. Y todo ello “cocina” un combo que lleva a lo que se vive en estas horas: una campaña que parece salida de un sketch del programa humorístico de Benny Hill.
Se añoran aquellos debates de los años 80, donde los candidatos denotaban un acabado conocimiento sobre tópicos como la economía, la geografía, la historia, y otras materias.
El botón de muestra fue aquel histórico cruce entre Vicente Leónidas Saadi y Dante Caputo por el eventual acuerdo con Chile por el canal de Beagle. Ocurrió en 1984.
Hoy no existe algo así, solo hay chicanas y descontextualizadas alusiones sexuales. Que pretenden lograr el voto de los más jóvenes. Como si estos fueran estúpidos. Toda una subestimación a su inteligencia, que no conseguirá voto alguno.
Fuera de lo que es la absurda campaña política, los medios aseguran que habrá recambios en el gabinete de Alberto Fernández luego de las elecciones. Pero no será así.
El único reemplazo que se verá en los próximos meses será el de la interventora de la Agencia Federal de Inteligencia, Cristina Caamaño. Repudiada por propios y ajenos dentro del espacio del Frente de Todos.
Luego de la filtración de los nombres de los agentes de la exSIDE que quedaron expuestos y en peligro, las acciones de la mujer se devaluaron rápidamente. Quien la reemplazaría es Orestes Carella, un hombre muy cercano a Cristina Kirchner e integrante del núcleo duro de La Cámpora. Será el regreso de los “carpetazos”.
Por caso, Carella es el mismo que filtró los detalles del vuelo de Damián Patcher a Israel. Para los más olvidadizos, se trata de aquel que anunció en su cuenta de Twitter que Alberto Nisman yacía muerto en su domicilio.
Presumiblemente pueda haber algún recambio en segundas o terceras líneas del oficialismo, pero no más que ello. Nada de relevancia, como pretende el cristinismo.
Dicho sea de paso, quien ha cobrado inesperada gravitación es Virginia García, la ex cuñada de Máximo Kirchner, a la sazón subdirectora técnico legal de la DGI y encargada de hacer algunos trabajos sucios para los K.
La semana pasada, por caso, desplazó a dos abogados técnicos de AFIP por pedir duras penas contra Lázaro Báez. En realidad, quien eyectó a los letrados fue José Bilbao, director de Contencioso de la DGI. Pero García le dio la instrucción, ¿a pedido de Cristina?
Como sea, entretanto dure la contienda electoral, todo se moverá al calor de las encuestas. Tratando de contener lo más posible los vaivenes de la economía. Al menos hasta después de los comicios. Luego, habrá que ajustarse los cinturones... Aún más.
No le será sencillo al gobierno tal movida: el campo empieza a amagar con movidas inquietantes en el marco del cepo a la exportación de carne. El kirchnerismo teme que ocurra lo mismo que se generó con la resolución 125. Pero nada indica que ello pueda ocurrir.
El Ejecutivo no tiene nada que temer, aunque sí debería preocuparse por el expediente que investiga la joda VIP en la Quinta de Olivos.
La jueza que está a punto de quedarse con esa causa judicial es Sandra Arroyo Salgado, viuda de Nisman. La mujer conserva puntuales resquemores contra los K, no solo por lo sucedido con el padre de sus hijas, sino también por el manoseo que sufrió en el contexto de la investigación de su deceso por parte de la Justicia.
Dicen que la venganza es un plato que se come frío. Y Arroyo Salgado bien lo sabe... de sobra.
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