Luego de haber sido nominado por Cristina Kirchner, Alberto Fernández fue elegido por la ciudadanía para ejercer la Presidencia de la Nación. Era, al menos, quien debía ejercerla. El problema es que no lo hizo. Quien ha estado gobernando, hasta hoy, es la Vice.
Oculta tras la máscara de Alberto, fue ella quien se ocupó de la política que la llevó al fracaso electoral, mientras el inquilino de Olivos no dejaba torpeza sin cometer.
El eje de la política del fracaso fue la impunidad, y todo lo demás fue supeditado a ella. Todo sacrificó el gobierno para dar algunos pasos en el sentido de la injusticia, y así y todo, aún no logra salvar a la Reina.
La crisis institucional no está solo en la renuncia extorsiva de ministros, sino en el ADN de la fórmula presidencial, y se ha extendido a partir de que el gobierno comenzó a gobernar por DNU, cercenando libertades arbitrariamente, sin intervención del Congreso. La crisis institucional está en la Oficina Anticorrupción, desistiendo de las querellas contra Cristina y en la AFIP, desistiendo de las querellas contra los empresarios del poder. La crisis institucional está en la persistente demolición del orden constitucional, en las mentiras del Presidente, en sus violaciones permanentes, en público y en privado, a sus propios DNU, y en la anunciada moderación que no fue.
Si en algo se parece Alberto a Pinocho es cuando miente, pero está por verse si el muñeco de Cristina, al igual que el hijo de Geppetto, será capaz de cobrar vida propia.
Si lo hiciera, le estaría dando el tiro de gracia a la impunidad de la Tirana de Tolosa. Luego, la Justicia también vendría por él.
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