“Quiero expresar nuestro repudio al episodio ocurrido frente a la sede del diario Clarín. La violencia siempre altera la convivencia democrática”, redactó a través de su cuenta oficial de la red social Twitter el presidente Alberto Fernández.
La Campora también expresó su parte: “La convivencia democrática, que se ve severamente afectada por la promoción de los discursos de odio, debe ser cuidada por todos los argentinos y argentinas”.
Ambos mensajes responden al grave hecho acontecido el pasado lunes, aproximadamente a las 23 horas, cuando encapuchados se acercaron al edificio del Diario Clarín para arrojar bombas molotov contra la fachada.
Las manifestaciones hechas carne desde ambas cuentas de Twitter no son más que expresiones de compromiso, ello queda evidenciado por un hecho fundamental: “el gran diario argentino” fue históricamente vilipendiado por el kirchnerismo.
El gobernador de Chaco, Jorge Capitanich, supo destrizar un periódico de ese mismo medio. Alberto Fernández, siendo jefe de Gabinete, escrachó a Claudio Savoia, justamente de Clarín, en una conferencia de prensa.
Incluso el ex presidente Néstor Kirchner será eternamente recordado por, entre otras cosas, por hacerle frente a tal medio. La actual vicepresidenta, Cristina Fernández hizo lo propio al asegurar que Clarín desinforma y miente.
No se puede olvidar la famosa campaña de “Clarín Miente” ni los escupitajos a personalidades que trabajan en el grupo como Jorge Lanata o Mirtha Legrand.
Son cuestiones básicas que hacen al sentido común. ¿Por qué no se daría tal hecho si se encuentra avalado desde las altas esferas del poder? ¿Quién podría creer que las mencionadas declaraciones y dichos hechos no llevarían a un grupo de fanático a actuar de tal manera?
Aún no se sabe si fue gente que actuó bajo el mantra k, pero no puede descartarse y mucho menos ignorar que ello pueda suceder en un futuro, si no es lo que sucedió este lunes.
¿Con qué cara puede el presidente, o directamente la agrupación comandada por el diputado Máximo Kirchner, solidarizarse con aquellos a quienes se ha atacado desde el kirchnerismo consistente y sostenidamente?
Pero no puede encerrarse el acto vandálico en el análisis de lo sucedido con un solo medio, porque lo cierto es que hacer periodismo, si bien siempre fue complicado, peligroso, hoy ese riesgo recrudeció.
Esto representa una tragedia teniendo en cuenta dos cosas: primero que estando en democracia no pueda haber libertad de expresión, y segundo que los periodistas no hacen otra cosa que relatar acontecimientos, nada más.
No es culpa de los medios que haya corrupción e inoperancia en la administración pública, pero al hacerlo público molestan a los poderosos y eso genera una suerte de fricción entre los funcionarios públicos y la prensa.
¿O acaso es culpa de los periodistas que Hugo Moyano sea narco, que Cristina haya lavado ingentes cantidades de dinero o que Alberto haya hecho un festejo en plena cuarentena estricta? La respuesta es obvia: no.
“Los argentinos se merecen mejores medios de comunicación”, lanzó hace un mes la presidenta del Senado. “Mentirosos e irresponsables”, calificó a los periodistas el ministro del Interior Eduardo “Wado” De Pedro una semana después.
El ex ministro de Salud bonaerense, Daniel Gollán, habló también hace apenas unas semanas de “la posibilidad de poder contrarrestar la avalancha mediática mafiosa”
Es una política de Estado para el kirchnerismo terminar con la prensa. ¿Cómo olvidar la llamada “ley de Medios” que buscaba terminar con los malditos “medios hegemónicos”?
“Para el kirchnerismo la felicidad no es terminar con la pobreza, la inflación y la inseguridad sino acabar con los medios de comunicación”, sentenció hace un mes el periodista Jorge Lanata.
Recientemente Nik, caricaturista político, fue amenazado por el ministro de Seguridad Aníbal Fernández. ¿Qué dijo cuando se lo expuso? Que todo se trató de un “formidable ataque mediático”.
El año pasado, el diputado nacional Eduardo Valdés, aseguró que Alberto Fernández estaba sufriendo “hostigamiento mediático”, y el entonces jefe de Gabinete –hoy al frente de Cancillería- Santiago Cafiero aseguraba que los medios difundían falsas noticias.
Pero, tal cual se menciona más arriba, el Kirchnerismo siempre intentó acallar a la prensa. Es dable rememorar aquel proyecto de ley que rondaba a principios de 2020, antes de que la pandemia desdibuje prioridades, que buscaba censurar a la prensa.
El mismo fue redactado por 5 senadoras que responden a Cristina y buscaba limitar al periodismo a informar datos sobre causas de corrupción, incluso aquellos que aparecen en el propio expediente.
En Argentina existe un “observatorio contra la desinformación y la violencia” llamado Nodio, pero nada parecido se ha siquiera insinuado a la hora de proteger a quienes ejercen el cuarto poder.
Lo peor de todo esto es que nadie puede decir que no se avisó, y el que avisa no traiciona. “cuidado con lo que va a decir, se puede arrepentir mañana”, le dijo en plena campaña electoral el entonces candidato a presidente Alberto Fernández al colega Joaquín Morales Solá en 2019.
Solo queda seguir el consejo del jefe de Estado, quien, también en campaña, mandó al periodista Rodrigo Alegre a trabajar de periodista. Precisamente, eso hay que hacer para contrarrestar la avanzada del Gobierno contra la prensa.
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