Es aventurado culpar a tal o a cual persona o grupo por lo ocurrido este martes en el edificio del grupo Clarín.
De la misma manera, sería irresponsable decir que fue por tal motivo o tal otro. Será parte de una larga y trabajosa tarea de la Justicia determinar ambas cuestiones.
Sin embargo, no está de más recordar el cúmulo de desaciertos que fueron gestando el “huevo de la serpiente” que llevó a lo sucedido hoy. La incesante promoción de odios acumulados contra aquel grupo mediático.
Desde la célebre frase “¿Qué te pasa, Clarín, estás nervioso?”, de Néstor Kirchner, pasando por las catarsis por cadena nacional de Cristina Kirchner, insufladas por el culebrón de Papel Prensa. Que derivó en una trama errática y papelonesca.
Sin dejar de mencionar al otrora jefe de Gabinete Jorge Capitanich, en una imagen que quedará para siempre en la retina de los argentinos: él mismo en una conferencia de prensa rompiendo las páginas de un ejemplar de Clarín, en 2015.
¿En qué podía derivar todo ello? Ciertamente, en nada bueno. Solo en odio acumulado y persistente, absorbido por miles —sino millones— de militantes que son capaces de dar la vida por el kirchnerismo.
En sus cabezas aparece una ecuación básica, en una suerte de carácter transitivo maldito: si Clarín acusa a Cristina, y esta a su vez se pone mal por ello, hay que terminar con Clarín.
Se insiste: no tiene que ver con cuestiones aisladas y declaraciones ad hoc, sino de algo persistente, que arrancó allá lejos, en 2003, junto con el kirchnerismo. Y que sigue hasta el día de hoy.
Baste recordar que hace menos de una semana el propio Capitanich celebró la remontada que el Frente de Todos logró en su provincia, Chaco, y al mismo tiempo llamó a “regular” los medios de comunicación porque “la gente empieza a pensar lo que los periodistas proponen”.
Aquel fue el último tramo de la evolución del “huevo de la serpiente”. Y la serpiente nació finalmente. ¿Y ahora quién termina con ella?
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