El tema gravitante de la semana sigue siendo el acuerdo con el FMI, cuyos alcances deben discutirse en el Congreso Nacional, en medio de una negociación que no será nada sencilla.
El ciudadano de a pie está hasta la coronilla con ese tema, ya no quiere escuchar hablar más al respecto. Con absoluta razón: la cuestión se ha convertido en un culebrón insoportable, que solo reveló egos propios y ajenos.
Acaso lo único relevante sea el hecho de que se vendrá un duro ajuste sobre la sociedad, que complicará —más aún— la vida de los argentinos. Es el resultado de años de políticas erráticas con innecesarios subsidios que, aunque beneficiaron a los que menos poseen, también aliviaron la situación de los más pudientes. Absurdo total.
El denostado acuerdo con el FMI vino a revelar aquella realidad que tanto incomoda al kirchnerismo. También otras cuestiones, como el exceso de gasto público y el festival de planes sociales. Incluso el tópico de la inflación.
Contra todo lo que venían sosteniendo personajes de la talla de Carlos Heller, Axel Kicillof y María Fernanda Vallejos, la emisión monetaria sí genera aceleración de precios. Y ello es el peor castigo para las clases más vulnerables.
De ahí deviene el odio del kirchnerismo contra el FMI, porque deja expuesto el “relato” K. No es todo: el gobierno deberá tolerar revisiones trimestrales por parte de burócratas de aquel organismo. Es el peor de los mundos para el Frente de Todos.
Ello explica el mutisimo —y la furia— de Cristina Kirchner, factótum de todos los desaciertos mencionados. Y otros. La vicepresidenta no le perdona a Mauricio Macri haber tomado ese empréstito de 44 mil millones de dólares, no por las complicaciones que genera al país sino por cómo deja al descubierto los desequilibrios de su programa económico-financiero.
En ese contexto, el debate parlamentario será para alquilar balcones, porque allí se expondrán todas las contradicciones, incluso dentro del seno del propio gobierno.
En tal sentido, esta semana Alberto Fernández jugó una fuerte carta al instruir en secreto a Juan Manzur, jefe de Gabinete de Ministros, para que “rosquee” con los gobernadores a efectos de conseguir las mayorías necesarias para sancionar la ley que refrende el acuerdo con el FMI a nivel parlamentario. En el seno del cristinismo temen que esta vez se haga carne el siempre temido nacimiento del “albertismo”. Habrá que ver.
En otro orden de cosas, empieza a llamar la atención de propios y ajenos la aparición incesante de locales de “Cambio Baires” por toda la Ciudad de Buenos Aires. Lo que pocos sabe que es su dueño, Ricardo Fornasieri, es en realidad prestanombre de Florencia Kirchner.
Se trata de un incipiente empresario cuya avioneta fue atacada con ametralladoras cuando descendía en una pista del Aeródromo Berazategui en agosto de 2021.
Según testigos del hecho, cuando aterrizó un auto entró a toda velocidad con cuatro hombres que llevaron a cabo el “golpe comando”. Y si bien el empresario declaró que sólo le robaron “dos cajones de frutas”, la Justicia no le cree una sola palabra. ¿Quién se toma semejante molestia por un botín tan magro?
Está claro que algo ha empezado a ocurrir en el corazón del poder K, una lenta pérdida de poder, con todo lo que conlleva.
Muchos lo comparan con los últimos años del menemismo, cuando los testaferros de entonces decidieron quedarse con algunas de las empresas que pertenecían en realidad al expresidente de la Nación.
Como suelen atribuirle a Karl Marx, “la historia se repite dos veces, la primera en forma de tragedia y la segunda en forma de farsa”.
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