La gira que encaró Alberto Fernández sorprendió a propios y ajenos —sobre todo a propios— porque no tuvo ninguna razón de ser. Dijo que quería “vender” materias primas a países de Europa aprovechando la oportunidad que dejó la guerra en Ucrania.
Luego, cuando le recordaron que eso se maneja por otros carriles, generalmente en negociaciones “entre privados”, el jefe de Estado reculó y sostuvo que en realidad quería ayudar a resolver aquel conflicto.
Finalmente, cuando se supo que tampoco podía hacer demasiado al respecto —ni el papa Francisco logró conmover el frío corazón de Vladimir Putin—, volvió a cambiar la versión: dijo que buscaba venderles gas a los países de Europa afectados por el “cierre de grifo” operado por el mandatario ruso.
Otra vez lo desmintieron: le mencionaron que la Argentina ni siquiera puede abastecerse de ese recurso. De hecho, el país suele importar barcos de gas licuado.
Entonces, ¿qué significó aquel viaje presidencial? Según pudo saber Tribuna de Periodistas merced a la consulta de puntuales fuentes de segunda línea del gobierno, Alberto intentó escapar de la interna feroz que lo enfrenta con Cristina Kirchner. Y de paso, matar dos pájaros de un tiro: dejarse ver junto a grandes líderes como los presidentes de España y Francia, y el canciller Alemán.
No obstante, los periodistas de los países que visitó no dejaron de preguntarle por el encono que lo mantiene en la vereda opuesta a la de su vicepresidenta. En sus respuestas, Alberto intentó “doblar” sin romper, pero no lo logró.
Básicamente porque el kirchnerismo ya lo ha “tachado” por completo. Y le marca la cancha al menos una vez por semana. El encargado de hacerlo es Máximo Kirchner, quien por carácter transitivo habla en nombre de su madre.
En tal contexto, lo que asoma a futuro es una gran interna del oficialismo, donde se sacarán los ojos casi de manera literal. De allí saldrá el candidato del Frente de Todos. ¿Será Eduardo “Wado” De Pedro? Probablemente. Aunque Cristina no deja de medir a su hijo en todo el país. La esperanza es lo último que se pierde.
Habrá que ver si no es la propia vicepresidenta la que decide competir por la presidencia, como le ha sugerido a su valet Oscar Parrilli en algún momento de bronca. En aquellas tertulias en el Instituto Patria en las cuales dice cosas “en caliente”, que luego suele dejar de lado.
De todos modos, Cristina buscará calor en algún lugar del gobierno, no porque le interese, sino por necesidad: sin fueros, sabe que ya estaría en la cárcel. Pesan sobre ella media docena de pedidos de prisión preventiva, la mayoría endilgados por el fallecido juez Claudio Bonadio, de quien supo ser amiga hasta que algo rompió aquella relación.
A la expresidenta también le preocupa la suerte de sus hijos. No tanto la de Máximo, que es diputado y tiene inmunidad, sino Florencia, quien se encuentra a la merced de los “caprichos” de la Justicia. A sus íntimos les ha anticipado que, en caso de complicarse la situación de su hija, volverá a enviarla a Cuba.
Bien podría ir sacando el pasaje, sobre todo por las novedades que le deparará el fiscal Carlos Stornelli, que intenta establecer el cobro de dividendos por parte del clan violando una orden judicial en el contexto de la causa Los Sauces/Hotesur.
Acaso a sabiendas de que se le viene la nota, Cristina intenta conseguir una fotografía junto al papa Francisco en estas horas, luego de que Alberto pereciera en el intento. El sumo pontífice anticipó que no la atenderá, porque no quiere ser parte de la interna del Frente de Todos.
Hablando de fotos incómodas, hubo una que trascendió durante la semana que pasó, donde se pudo ver a Agustín Rossi junto a Florencio Randazzo en plena reunión “privada”... en un lugar público.
Fue una operación de prensa sumamente eficaz, que se morfaron puntuales medios de comunicación. Con la consiguiente aclaración: que Randazzo buscaría volver a ser titular de la cartera de Transporte. O mojar en YPF. Patrañas.
En otro orden de cosas, quien debería empezar a preocuparse de veras es el otrora sindicalista, hoy multimillonario, Víctor Santa María, ya que una trama que lo complica está a punto de destaparse.
Quien lo hundirá es un familiar no muy cercano, que ha empezado a detallar algunos de sus negocios ocultos, ilícitos desde ya. Muchos de ellos motorizados en Panamá, a través de su propia hermana y otros familiares.
El hombre, que aparenta saber demasiado sobre el hoy dueño de Página/12, ha señalado las trapisondas de su histórica contadora, Mónica Fernández, quien hoy vive en Barcelona.
También a su abogada Mónica González Sagela y al letrado que le maneja todo el tema de las sociedades off shore, Juan Antonio Fernández.
La bomba que está por explotar dejará una onda expansiva pocas veces vista. Porque los negocios de Santa María rozan los curros de varios políticos de renombre.Ni más ni menos.
© Tribuna de Periodistas, todos los derechos reservados