El culebrón del avión venezolano-iraní ha desencajado a propios y ajenos. Como pocas veces todos bailan al mismo compás. Básicamente porque nadie sabe realmente qué es lo que se esconde detrás de aquella luctuosa trama.
¿Espionaje? ¿Planes de un nuevo atentado? ¿Adquisición de uranio? Todo es posible y nada es posible. No hay una sola pista para avanzar en ningún sentido.
De un lado y del otro hay puro desconcierto. Nadie sabe realmente qué es lo que está pasando. Ello explica que unos y otros tracen teorías descabelladas para intentar justificar sus propios argumentos.
Los kirchneristas aseguran que se trata de instructores de vuelo, casi maestras jardineras. Por su parte, la oposición jura que se trata de un grupo de feroces terroristas, comandados por el otrora líder de los Quds, un grupo paramilitar de la Guardia Revolucionaria de Irán.
Ello es falso: a pesar de lo que dice Esteban Aquino, el ministro de inteligencia de Paraguay, aquel personaje llamado Gholamreza Ghasemi murió en 2012, ostentando más de 80 años. El del affaire de estas horas, es un homónimo.
La Justicia argentina sospecha exactamente lo mismo, por eso ha pedido a los funcionarios paraguayos algún tipo de evidencia en contrario. Dicho sea de paso, el silencio de Israel aporta indicios en el mismo sentido.
En concreto, si Ghasemi fuera aquel que se vincula con el terrorismo iraní, ¿no lo hubieran gritado a los cuatro vientos los funcionarios de aquel país?
Por lo pronto, desde EEUU Interpol notificó a la fiscal Cecilia Incardona y al juez Villena que no hay causa judicial alguna por terrorismo contra ninguno de los tripulantes.
Finalmente, cuando se escarba en todo lo sucedido en estos días, no hay nada de nada. La Justicia avanza, busca, rastrea, cruza datos, y aún no ha logrado determinar que se haya configurado ningún delito puntual.
Entretanto, los verdaderos escándalos pasan como por un tubo sin que los medios den cuenta de ello. Obsérvese lo ocurrido con el gasoducto Néstor Kirchner: no solo el juez Daniel Rafecas se apuró a archivar el expediente —sin haber llamado a declarar en ningún momento a expertos en caños—, sino que además el gobierno refrendó que la licitación se la quedará Techint, grupo para el cual habría sido armada. Siempre según los dichos del otrora ministro Matías Kulfas.
Otro escándalo en ciernes, que nadie parece ver venir, es aquel conocido como “Olivos gate”, cuyos ecos intenta acallar Alberto Fernández en estas horas a través del pago de una multa que no llega a los 15 mil dólares.
Intranquiliza al jefe de Estado lo que pudiera declarar Sofía Pacchi, amiga de Fabiola Yañez y, a la sazón, una de las imputadas por la fiesta en la Quinta de Olivos, quien deberá declarar el 29 de junio y nadie sabe qué dirá.
Las sospechas del presidente gravitan en que la mujer jamás aceptó la estrategia conjunta de sus abogados, que se suma al hecho de que se negó a firmar un eventual arreglo económico como “resarcimiento”.
Para añadir más suspicacias, Pacchi buscó el asesoramiento de Fernando Burlando, siempre afecto a armar escándalos, donde los hay y donde no los hay.
De ahí derivan las preocupaciones de Alberto, quien teme que la exmodelo revele en sede judicial detalles de aquellas tertulias en Olivos que aún no se conocen. ¿Y si hubo otros festejos, antes y después de ese día? ¿Y si participaron otros funcionarios y referentes del Frente de Todos? Las respuestas a esas preguntas podrían complicar aún más el hoy complicado trajinar del jefe de Estado, en momentos en los cuales ha empezado a trabajar en pos de su propia reelección, de cara a 2023.
A esos efectos, ha “bendecido” un colectivo denominado “A23” —la connotación es obvia—, conformado por dirigentes de diversas agrupaciones “albertistas”, quienes trazaron puntuales lineamientos de campaña en un inhóspito encuentro configurado este sábado en Mendoza.
“A23 lo entendemos como un colectivo. Todas aquellas personas que se sienten peronistas y entienden que la conducción del movimiento y del gobierno están en manos del presidente Alberto Fernández, están en este espacio”, señaló el referente de la agrupación peronista “Agenda Mendoza”, Alberto Sabatini.
Lo escucharon integrantes del Partido Justicialista local, el movimiento Evita Mendoza y legisladores provinciales. Incluso contó con la adhesión —por video— del canciller, Santiago Cafiero.
Acaso para justificar las inclemencias de la economía actual, que remiten a la gestión de Alberto, en el meeting en cuestión se habló de “fortalecer el mandato de un presidente que le tocó lidiar con situaciones históricas que ningún otro presidente le tocó lidiar, dos años de pandemia, una guerra”.
La proclama es efectista, pero no alcanza. No solo porque los desaguisados económicos remiten a cuestiones que van allende los alcances del coronavirus —las malas decisiones del presidente son más gravitantes que la pandemia—, sino porque además cuenta con una gran debilidad política.
La oposición lo denuesta y, en sentido directamente proporcional, su propio espacio lo destroza a diario, erosionando su propia imagen. A saber: hoy en día Alberto araña poco más del 20% de imagen positiva. No hay encuesta que no muestre esa realidad.
A ello deben sumarse los escándalos que ocurren, uno tras otro, en su propia periferia. El que más inquieta a Alberto es el de las cooperativas “truchas” de Mayra Mendoza, que esconde la completa matriz de la corrupción del kirchnerismo.
Es una trama que no carece de ingredientes: sociedades off shore, lavado de dinero, corrupción, fuga de capitales, evasión de impuestos, y mucho más.
Como frutilla del postre, uno de sus más férreos promotores, el intendente Mario Ishii fue “escrachado” en Miami, nadando en la pileta de un ostentoso hotel. Las redes sociales se ensañaron con el mandatario de José C. Paz por ese gesto, que no careció de hipocresía.
Se trató de un misilazo que, por carácter transitivo, impactó de lleno en el mismísimo Alberto. Otro más.
La furia del presidente se canalizó en una dura catarsis que debió tolerar el propio Ishii por teléfono. Como intento de defensa, improvisó una teoría conspirativa, que hizo referencia a Cristina Kirchner y el núcleo duro del kirchnerismo. “Ellos filtraron la foto”, dijo el intendente.
Sea cierto, o no, el incidente de la pileta existió. Lo importante es eso, nada más. Porque, como suele decirse, no solo hay que ser honesto, sino también parecerlo.
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