Con su acento mexicano y su marcada voz grave, John Milton recaló repentinamente en los medios argentinos asegurando ser una “mente maestra”, capaz de obrar severos milagros a través de la “hipnosis sincrónica”.
Sin que nadie lo objetara, aseguró ser “doctor en hipnoterapia clínica, maestro de hipnosis clínica, psicología y neurolingüística”. De más está decir que todo ello es falso: los doctorados y maestrías mencionadas no existen.
Poco importa, nadie le solicitará evidencia alguna a Milton, ni tampoco investigará sus antecedentes. Ello le permitirá transitar por los diversos canales de televisión locales con una impunidad que abruma.
Ostentado una peligrosidad pocas veces vista, porque el tipo proclama una serie de consignas que rozan lo delictivo. Por caso, jura poder curar puntuales enfermedades gracias a sus técnicas.
Lo hizo en México, su terruño, al vociferar ante sus interlocutores de ocasión sentirse orgulloso de haber ayudado a “programar” la mente de un niño con leucemia para “entrar en remisión y superar la enfermedad”.
En la Argentina, una afirmación semejante violaría lo que pregona el artículo 208 del Código Penal, que penaliza el “ejercicio ilegal de la medicina”.
Sin llegar a aquel extremo, el timador se ocupó de hacer una peligrosa técnica de tracción cervical en pleno prime time, en el programa de Carmen Barbieri. ¿El resultado? La conductora y una de sus panelistas, Estefanía Berardi, terminaron “de cama”, con sus cervicales contracturadas. Podría haber sido peor.
¿Hace falta aclarar que solo un profesional diplomado puede hacer ese tipo de ejercicios?
Como sea, Milton es solo un chanta más, que gusta aparecer en ostentosos shows televisivos a efectos de “hacer picar” a los incautos de turno para luego desplumarlos. La técnica utilizada por el chanta está muy bien descripta por el portal mexicano Teatro de la mente:
La estafa a la John Milton consiste de una estrategia de cuatro puntos: Primero, manipular los logros potenciales de la hipnosis clínica para adornar de “milagroso”, un verdadero show de carpa. Segundo, utilizar demostraciones de faquirismo que no requieren de hipnosis para ejecutarse, pero que son visualmente impactantes. Tercero, manipular los medios impresos y televisivos, comprando tiempo comercial para lograr un negocio redondo en el que se benefician todos “los socios”. Y cuarto, asociarse con escuelas y universidades para otorgarse credibilidad académica.
En realidad, nada nuevo bajo el sol: oportunamente otro “hipnotizador” llamado Tony Kamo auguró lo mismo. Y anteriormente hizo lo propio el malogrado “mentalista” Ricardo Schiariti. Uno y otro se “recostaban” en shows circenses para luego ganar clientela a la cual desovillar.
Finalmente, ambos quedaron expuestos en sus patrañas y debieron poner pies en polvorosa. Sin embargo, la prensa que los promocionó jamás pidió disculpas, aún cuando el daño que uno y otro provocaron fue superlativo.
Ahora ocurre exactamente lo mismo: los medios, empapados en frivolidad, dan visibilidad a Milton, quien promete transitar el mismo camino que otros fabuladores. Con el mismo final.
Está claro que nadie ha aprendido nada de nada.
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