Alberto Fernández está lejos, bien lejos. No solo geográficamente —vive en España desde que dejó el poder—, sino también en lo que refiere a sus vínculos con la política.
Habla con muy pocas personas y casi no usa las redes sociales, aunque quisiera hacerlo, para “aleccionar” al kirchnerismo. Contiene la pulsión de hacerlo, porque se sabe amenazado por el cristinismo de paladar negro, que asegura que dará a conocer los hechos de corrupción que él jura que jamás cometió.
Son varios hechos, pero uno puntual que lo complica. Por presuntos “retornos” en el marco de la escandalosa licitación del gasoducto Néstor Kirchner.
Dicen las malas lenguas que la licitación de los tubos transportadores de gas desde Vaca Muerta favoreció exclusivamente a Tenaris Siat SA, empresa del grupo Techint.
Alberto se desentiende. Apunta sus cañoñes a Agustín Gerez, un oxidado funcionario de La Cámpora que supo responder al otrora subsecretario de Energía, Federico Basualdo. Pero su rúbrica lo complica. Si Matías Kulfas hablara…
Lo mismo ocurre con puntuales contrataciones durante la pandemia del coronavirus, la mayoría de ellas amañadas. También contratos de puntuales vacunas obligatorias que le fueron “regalados” al siempre oscuro Hugo Sigman. Con los pertinentes retornos al ex presidente.
Todo ello explica el silencio de Alberto, que ciertamente no puede explicar cómo hizo para construir un mega complejo hotelero en pleno centro de Valencia. Dato que, dicho sea de paso, será la comidilla de los medios dentro de algunas semanas. Con fotos y todo.
Se sumará la reactivación de otro expediente, inesperado, acaso menor: refiere a una denuncia que le hicieron diputados de la oposición por amenazas y sedición, luego de una entrevista en la que dijo que “hasta acá lo que le pasó a (el fallecido fiscal Alberto) Nisman es que se suicidó, hasta acá no se probó otra cosa. Espero que no haga algo así el fiscal (Diego) Luciani“.
Como puede verse, Alberto está bien lejos de la tranquilidad que buscaba escapando de la Argentina. Bien lejos.