
Las pseudociencias, por definición, son “creencias, prácticas o afirmaciones que se presentan como científicas, pero que no siguen el método científico”. No tienen un fundamento científico contrastado, y no pueden ser verificadas de manera fiable.
En los últimos años, su promoción se ha vuelto una verdadera pesadilla, luego de que relevantes laboratorios medicinales se propusieran “crear” y promocionar productos que carecen de rigor científico. Muchos de ellos vinculados a la salud. Ergo, doblemente peligroso.
Ello se potencia con el "espaldarazo" que le dan reconocidos panelistas, influencers y hasta conductores televisivos y radiales.
Con su solo consejo, que legitima al producto en sí, cientos de personas salen en tropel a adquirir todo tipo de tonterías: productos para hacer crecer el cabello, para adelgazar, para “reparar” cartílagos (ello es imposible, dicho sea de paso) y para curar enfermedades inclurables, entre otros.
De más está decir que no existe estudio científico alguno que avale tales pretensiones. Al contrario, abundan las investigaciones que demuestran que todo ello es un completo fraude.
Pero a nadie le importa, porque el dinero que se mueve es mucho. Millones y más millones, que van a los bolsillos de aquellos que promocionan la pseudociencia.
“Yo uso Satial y me funciona, he bajado de peso y todo”, dice Cinthia Fernández mientras muestra el frasco del producto en cuestión, que no sirve para nada. Algo similar dirá Marixa Balli. Y tantos otros.
Y el poder de convencimiento que generan los personajes mediáticos hará su efecto: cientos y cientos irán en legión a comprar aquel polvo. Para nada, porque no existe sustancia alguna que sirva para quemar grasa. Ni en Argentina, ni en la China, ni en ningún otro lugar de este universo.
Lo mismo ocurre con los demás productos milagrosos que a diario pululan por las manos de inescrupulosos mediáticos de ocasión. Ninguno sirve para nada.
En tal contexto, sólo unos pocos se animan a exponer el fraude. La mayoría hace mutis por el foro, básicamente por culpa y vergüenza. ¿Cómo explicarles a familiares y conocidos que uno ha sucumbido ante un improbable espejismo?
Y los poquísimos que se arriman a oficinas como Defensa del Consumidor, nada consiguen finalmente. Porque la burocracia sirve para todo, menos para ser eficaz en los reclamos de la ciudadanía.
Y ello permite que el ciclo vuelva a comenzar, una y otra vez. Gracias a la impunidad de los timadores, que ganan fortuna de dinero vendiendo la nada misma.
El fraude es descomunal y está a la vista, pero a nadie le llama la atención. Porque se ha vuelto algo cotidiano y habitual. Aún cuando en muchos casos configura un delito penal.
Está tipificado en el artículo 208 de ese cuerpo, y refiere a todos aquellos que “anuncian, prescriben, administran o aplican medicamentos, aguas, electricidad, hipnotismo o cualquier otro medio para tratar enfermedades sin título o autorización”.
¿Ningún fiscal “de oficio” por allí que se percate de tal situación? ¿Y que se anime a tomar cartas en el asunto? Se agradece de antemano.