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¿La Homeopatía cura?

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UN MITO QUE PERMANECE EN EL TIEMPO
UN MITO QUE PERMANECE EN EL TIEMPO

Existen en las corrientes científicas ciertos desvíos que, por sus características fundamentales deben ser catalogados como pseudociencias. La señal inconfundible de tal carácter es su basamento en ideas preconcebidas y luego sostenidas, sin el aval de las experiencias con resultados incontrovertibles. Se apoyan en un método no contrastable y la duda siempre permanece como flotando en el ámbito de la rama regular de estudio del tema con el consecuente rechazo que señala su excentricidad.

 

A uno de estos casos corresponde la homeopatía (de homeo:semejante y pathos:enfermedad) con respecto a la medicina corriente.

Se trata de un sistema médico y terapéutico ideado por el galeno alemán, admirador de Hipócrates, Samuel Christian Friedrich Hahnemann (1755-1843). Este método se fundamenta en los principios siguientes: 1) Ley de los semejantes similia similibus curantur, según la cual las enfermedades se curan mediante sustancias que producen efectos semejantes a los síntomas de la enfermedad que se trata de combatir. 2) Dinamismo de las dosis infinitesimales. 3) Las drogas producen tanto más efecto cuanto más diluidas. 4) Individualización del enfermo y el medicamento.

Si bien existe en parte lo que podría aceptarse como una confirmación del principio homeopático en el empleo de los virus de una enfermedad contra la misma, y la sueroterapia, estos recursos no se deben a la idea del Dr. Hahnemann.

Por otra parte, siendo la característica de este método el uso de los remedios en cantidades muy pequeñas, se duda de su eficacia. Esta desconfianza se halla avalada por experiencias con animales en los que las pretendidas reacciones farmacológicas con tales dosis, no se manifiestan.

¿Por qué entonces esta práctica tiene tantos entusiastas en el campo de la medicina y tantos pacientes adeptos que los siguen?

Los defensores de la práctica homeopática dicen que ésta existe desde la antigüedad y consideran a  Hipócrates, nacido en el año 460 a.C., como su iniciador porque afirmaba que existen dos modos de curar: por los contrarios (alopatía) y por los semejantes (homeopatía).

Sin embargo, este hombre con sus principios, ya fue combatido por Claudio Galeno, médico y filósofo griego, inventor de la cuarta figura del silogismo (131-210).

Mucho tiempo después, Paracelso, médico y filósofo suizo versado en alquimia y acusado de nigromántico (1493-1541), trataba la diarrea con eléboro blanco, una planta de la familia de las liliáceas de propiedades fuertemente catárticas, esto es provocadoras precisamente de diarreas.

Hahnemann, cuyo ídolo como señalamos fue Hipócrates, en cierta oportunidad comenzó a ingerir quinina en pequeñas dosis para conocer sus efectos en un hombre sano, puesto que esa sustancia se utilizaba para combatir la malaria. A raíz de su experiencia sufrió fiebres intermitentes. Se dio cuenta entonces que la sustancia indicada para combatir la fiebre palúdica servía al mismo tiempo para  provocar fiebre y de esta experiencia dedujo la idea acerca de cierta ley natural.

Más adelante convencido de este principio se lanzó al estudio de otras sustancias, casi todas de origen vegetal, en sus efectos sobre el hombre sano.

Si bien dicen los homeópatas que el opio administrado en dosis medianas produce efectos narcóticos y calmantes y se usa para inducir el sueño, (mientras las dosis elevadas ocasionan envenenamiento) y en dosis infinitesimales combate precisamente la somnolencia, de esto y de otros casos similares, no se puede deducir una cierta “ley universal de la naturaleza”, la denominada en homeopatía “ley de las similitudes”.

También el principio de la vacunación descubierto por Jenner puede ser tomado como prueba a favor de la supuesta “ley de la analogía”, pero ésta en vez de corresponder a una realidad que es heterogénea, compleja, pertenece a una visión parcial, casi mística y simplista del mundo.

Esto se asemeja mucho a esa otra pretensión, la de hallar o aceptar apriorísticamente cierta ley panuniversal de la generación de vida, una posterior evolución basada en el ADN y una tendencia hacia la forma humanoide por parte de toda supuesta forma de vida extraterrestre.

Por otra parte, se suele hablar mucho de los éxitos de la homeopatía silenciando en cambio sus abundantes fracasos. He conocido a varias personas, “eternos concurrentes” a los consultorios homeopáticos, quienes se sentían bien después de las consultas y al principio del tratamiento, pero nunca se curaban de sus achaques. Evidentemente sus mejorías se debían a una pasajera sugestión, efecto que ha podido lograr cualquier chamán de los pueblos primitivos tan sólo con pronunciar palabras “mágicas”.

A pesar de que los efectos de la administración de pequeñas dosis de muchas sustancias supuestamente curativas no poseen acción alguna en este sentido, Hahnemann generalizó el principio de la similitud luego de estudiar la acción sobre el hombre de vegetales como las habas de San Ignacio (Ignatia amara), planta de las islas Filipinas, y la nuez vómica cuyo principio activo, en ambas plantas es la estricnina, alcaloide estimulante del sistema nervioso y de las funciones digestivas, circulatorias y respiratorias y que en dosis altas conduce a convulsiones muy parecidas a las provocadas por el tétanos. También el beleño, el árnica, la belladona, etc. cayeron bajo la lupa inquisitoria.

Si bien es cierto que la antigua medicina se basaba en gran parte en los principios activos de las sustancias contenidas en los vegetales, no todo sirve.

En 1810 Hahnemann publicó El organon del arte de curar (título que parece ser un remedo del aristotélico tratado de lógica), donde se exponen los fundamentos de la doctrina homeopática. Esta obra, como suele ocurrir con las que se refieren a métodos revolucionarios en diversos campos, tuvo gran éxito, pues fue traducida a varios idiomas y recorrió el mundo.

Muy pronto como sucede en todo orden: religioso, político científico, etc. cuando alguien introduce ideas novedosas, la homeopatía también tuvo sus desvíos. Los prosélitos de Hahnemann tomaron por diversos rumbos, como por ejemplo la escuela alemana que se dividió en puristas y especifistas. Los primeros aceptaban un solo medicamento, una especie de panacea, mientras que los segundos aconsejan varios remedios según los síntomas.

Lo que llama la atención en el campo de esta pseudociencia, es la aceptación por parte de sus adeptos de cierto concepto de “resonancia”. ¿Qué es esto? La homeopatía dice que la respuesta orgánica favorable para contrarrestar la enfermedad se produce si existe resonancia entre “la información” que ofrece la medicina y “las estructuras vibratorias” del paciente, pero se guarda bien de explicar en qué consiste físicamente esa resonancia y la vibración.

También resulta curiosa la afirmación de que ese fenómeno explica por qué, en el método homeopático, no es necesario aumentar las dosis medicamentosas según el peso del paciente, ni de acuerdo con la gravedad de sus síntomas tal como se enseña en las universidades a los futuros médicos alópatas.

Aquí podemos advertir claramente la anteposición de una idea acerca de algo casi sobrenatural, casi místico, que pasa por encima de toda física normal, de toda química y bioquímica que los homeópatas denominan “oficial” como si se tratara de  disciplinas avaladas por algún organismo estatal superior o quizás por algún grupo de poderes e intereses mezquinos.

Se concibe un misterio o razón oculta que escapa a toda ponderación y esto es otro de los síntomas, detalles o signos, que invalidan a la homeopatía como auténtica ciencia y que más bien la emparentan con el curanderismo.

Podemos avanzar aún más. Veamos la siguiente audacia de Hahnemann en su desafío a la física y la química cuando sostiene haber comprobado que el efecto terapéutico de las dosis infinitesimales de los medicamentos homeopáticos, son eficaces aun más allá del número de Avogadro. De modo que siguen actuando aun si su presencia teórica en la solución es de ¡una sola molécula!


¿Qué es el número de Avogadro?

La teoría cinético-molecular recibió una confirmación definitiva cuando pudo calcularse el número de moléculas existentes en un volumen de gas. El número de moléculas que hay en un volumen molar (volumen molecular gramo)  se denomina número de Avogadro.

El número de Avogadro es tan enorme (6,0235x10 elevado a potencia 23) que resulta difícil de concebir. Podemos dar una idea de su magnitud en algunos ejemplos.

Si vertemos en el mar un vaso pequeño lleno de agua de unos 150 cm. cúbicos de capacidad, en la suposición  que se mezcla uniformemente con el agua de todos los mares, entonces al tomar una muestra en un vaso de agua habría en el mismo unas 1.000 moléculas de las primitivas.

Como otro dato curioso, se ha calculado que durante la respiración aspiramos en cada inspiración unas doce moléculas de aire del que lanzó Julio César hace más de 2.000 años cuando pronunció su célebre frase: ¿Tu quonque fili? (¿Tu también hijo?, al ver a Bruto entre los conjurados. (Véase J. A. Babor y José Ibarz; Química general moderna, ed. Marín, págs. 97 y 98.

Estos cálculos nos dan la pauta de las cifras que pretenden manejar los homeópatas cuando dicen que una sustancia química puede actuar “aún más allá del número de Avogadro que corresponde al límite teórico de la presencia de una sola molécula de medicamento en la solución”.

Otro signo inconfundible de que la homeopatía se acerca al curanderismo, son los motes que dan los homeópatas a sus pacientes. Así dicen que a la señorita Lilium tigrinum (lirio atigrado) la devora un escrúpulo religioso asociado con intensas pulsiones sexuales. (Esto porque, según ellos, precisamente ciertas dosis infinitesimales de lirio atigrado pueden solucionarle el problema).

Hay más: el Lycopodium es un tímido que llora ante la menor alegría. El niño Magnesia phosphorica desplaza sin cesar los objetos para volver a ponerlos en su lugar. Argentum nitricum, es el “señor cien mil voltios”, un individuo colérico, impulsivo autoritario y ambicioso. El señor Arsenicum album es un detallista que tiene miedo a la oscuridad, los fantasmas y la muerte. Capsicum (ají o pimiento picante) es un señor nostálgico que siempre añora su tierra. El señor Cactus grandiflorus, teme de noche una muerte inminente. Arsenicum album, es un detallista que le teme a la oscuridad, los fantasmas y la muerte. Mercurius experimenta deseos de matar. Tarántula (araña), se sienta obre una sola nalga, Bufo rana (batracio) tiene crisis nocturnas de epilepsia. La señorita Cyaclamen cree que está sola en el mundo y que la persiguen. Árnica tiene miedo de que se le acerquen. El señor Antimonium erudum es un glotón que no soporta que lo toquen. La señora Lachesis (nombre genérico de una gran serpiente ponzoñosa sudamericana), es deprimida por la mañana, agitada y charlatana al atardecer, no soporta la ropa que le aprieta en torno al cuello o de la cintura y posee inclinación a las bebidas alcohólicas y al café. Sufre también pesadillas que están plagadas  de serpientes y cosas macabras como entierros. Pulsatilla es una jovencita dulce, inmadura, pasiva, púdica, que llora con facilidad. Y así por el estilo.

Todos estos casos como el primero, deben ser tratados con las diluciones que llevan sus nombres o signos (“Key-note”) que son portadoras del factor curativo.

Como se puede apreciar a las claras, toda esta asociación de nombres de plantas y sustancias químicas, con la personalidad típica de cada paciente no es más que pura invención. Resulta realmente ingenuo pretender hallar aquí algún criterio científico. Por el contrario, esta identificación del paciente con determinado “principio activo” presente en la naturaleza, encaja mejor, como hemos dicho, dentro de la categoría del curanderismo.

No obstante, los homeópatas dicen que el modo de actuar del remedio homeopático es estimular las defensas dormidas del organismo enfermo. Defensas que deberían producirse de modo espontáneo ante el ataque de un agente patógeno.

Con este principio casi se pretende aseverar que todo organismo se halla eficientemente equipado para contrarrestar cualquier patología habida y por haber. Sólo fue necesario aguardar la aparición providencial del doctor Hahnemann y su escuela, para tocar los resortes biológicos preparados por “la sabia naturaleza” y restablecer a los enfermos. Y esto después de haber sufrido el hombre tantas enfermedades crueles durante interminables generaciones a lo largo de toda la historia de la humanidad, desde el Pitecántropo hasta el siglo XVIII en que aparece felizmente “el médico salvador”.

De este modo, la previsora naturaleza habría preparado todo para las privilegiadas generaciones futuras, a partir de dicho siglo. Antes el sistema se hallaba dormido, se lo ignoraba, o se conocía a medias “el gran secreto”.

De esta manera se acepta una cierta perfección en la naturaleza que es muy cuestionable ya que sus yerros son incontables. La medicina (llamada por los homeópatas “oficial” o “clásica”) lo corrobora, pues su labor  incluye infinidad de casos de correcciones de lo que la ciega naturaleza construye a los tumbos. Un ejemplo patente lo tenemos en el campo de la cirugía. Las vacunas también han ayudado y ayudan a las deficiencias inmunológicas naturales. Así se han vencido y paliado flagelos como la viruela negra, la tuberculosis, la hidrofobia, la poliomielitis y otras diversas enfermedades de la infancia.

Si bien el método de la vacunación se asemeja al de la homeopatía, es evidente en ésta la ausencia de una eficacia natural en un ciento por ciento para contrarrestar las enfermedades El SIDA, por ejemplo, es bastante rebelde y es un desafío tanto para la homeopatía como para la alopatía aunque es probable que ésta última y no la primera encuentre la solución a este flagelo.

Muchos pacientes desencantados con la medicina “clásica”, recurren al homeópata que representa para ellos una especie de chamán  que infunde mayor confianza que un médico clínico “común”. Mucho tiene que ver el trato que dispensa el médico a su paciente. A veces, el médico “común” puede lograr los mismos éxitos con sus pacientes que el homeópata y el chamán, si sabe tratar con afabilidad y dedicación, para captar la confianza del enfermo, utilizando también la paciencia, el consejo, la infusión de optimismo y otros recursos psicoterapéuticos. Esto último es lo que sostiene a multitud de pacientes con problemas psicosomáticos y psíquicos. Algunos con mejorías pasajeras, otros, eternos perseverantes concurrentes a los consultorios homeopáticos, consumidores crónicos de las diluciones “milagrosas”, que no se curan  pero viven o sobreviven de ilusiones. Por fin están aquellos que lamentablemente distraen un tiempo precioso para atajar a tiempo una grave e insidiosa dolencia que necesita detección precoz y tratamiento adecuado ¡inmediato!

En resumidas cuentas, no es más que una medicina marginal, con una base presupuesta que parte de una petición de principio. Primero habría que demostrar por métodos contrastables, rigurosos la existencia irrefutable de aquella “ley de similitud” que creyó haber descubierto su fundador Hahnemann.

Por algo y no en vano o por simple capricho, el método homeopático es siempre rechazado e incluso objeto de burla por parte de la medicina denominada “oficial”.

La farmacopea homeopática, se dice que incluye unas 1.500 variedades de plantas alrededor de 300 productos de origen animal u orgánico y unos 1.200 productos minerales o químicos que en total suman uno 3000 productos diferentes, aunque en la práctica son utilizados unos 800.

La pretensión de la homeopatía es de curar enfermos, no enfermedades. En este campo ni siquiera existen “casos” de órganos afectados, sino de individuos identificados por sus agitaciones en la vida, sus reacciones orgánicas, sus problemas psíquicos. Por eso se dice que la homeopatía “cura enfermos, no enfermedades”. Se cree que una inoculación virósica, o por bacterias o protozoarios virulentos, aun localizada, puede ser combatida con dosis infinitesimales porque el organismo se halla equipado para responder ante todo aun ante un cáncer.

¿Es cierto esto? ¿Vale la pena seguir ciegamente este principio para liberarse de todo morbo? ¡Ciertamente, hay que ser audaz, temerario, ignorante o sumiso!

¿Es sólo cuestión de fe? En algunos casos puede ser esto, pero en otros la naturaleza falla, y al fin y al cabo todo se reduce a los efectos del placebo. ¿Qué es un placebo? Se trata de un “medicamento” que sólo actúa por persuasión o sugestión, sobre todo en los casos de somatización de problemas psíquicos. La fe en un “remedio” aunque este consista en una simple aspirina disfrazada, o agua azucarada, solo puede “curar” enfermedades somáticas o psíquicas imaginarias. Hay un alto porcentaje de estos pacientes con enfermedades imaginarias que acuden a los hospitales, clínicas o consultorios médicos particulares Se puede hablar de un 36 %. Ni siquiera son psicógenas o funcionales, sino totalmente imaginarias, es decir ¡inexistentes!

Hay personas que viven angustiadas y depresivas y creen ser víctimas de un cáncer o cualquier otra dolencia grave. Es el caso de los hipocondríacos. Estos “enfermos” o pseudoenfermos son pasto para los homeópatas. Estos “pacientes” pueden ser “curados” por la homeopatía, o al menos “mantenidos” en salud.

Si bien el descubrimiento de las prostaglandinas y del interferón, por ejemplo, utilizados en concentraciones muy débiles parecen dar razón al principio homeopático, se trata de casos aislados que no permiten una generalización para aceptar una panacea encarnada en la terapéutica infinitesimal.

Para justificar el método muchas veces se echa mano de los fenómenos que se ubican en los límites de la investigación y se menciona, por ejemplo, “el caso de las mariposa hembras que emiten ondas de 10 elevado a la -20 potencia, de centímetro que son detectadas por los machos distantes a varios kilómetros a la redonda. Se comparan diluciones infinitesimales con ondas prenupciales emitida por insectos.

 

En conclusión, el método homeopático pertenece a una creencia antepuesta y no al resultado de una investigación científica exhaustiva y por consiguiente se trata de una pseudociencia que, como ocurre también con el curanderismo, entraña un peligro para los pacientes con problemas graves que requieren un tratamiento urgente y drástico.

 

1 comentario Dejá tu comentario

  1. no entiendo porqué cargas con tanta mala leche contra la homeopatía pero si me doy cuenta que no entiendes su filosofía y mucho menos su forma de actuación, estas haciendo lo mismo que hicieron los inquisidores a galileo, no quieres rendirte ante la evidéncia, cuando mínimo pruebala y despues critica.

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