La asunción de Barack Obama representa toda una esperanza, no sólo para los estadounidenses, sino para el mundo entero. El novísimo presidente del país más poderoso del planeta, tiene en sus manos la posibilidad de hacer renacer la perdida fe de la sociedad internacional. Es la ilusión que se ha perdido en las últimas décadas, merced a los oscuros manejos de los dirigentes políticos que han gobernado los Estados Unidos.
De Obama —y de sus acciones a corto y mediano plazo— depende que la confianza florezca nuevamente y se produzca el efecto dominó que permita salir de la incipiente crisis en la que se encuentra inmersa el mundo entero. Sabido es que la marcha de la economía depende casi enteramente de la confianza que aporta la sociedad. Si todos los clientes de un banco, cualquiera que sea, intentan retirar sus ahorros al mismo tiempo, provocarán la quiebra de la entidad. Ningún banco posee todo el dinero que asegura tener, en parte porque ese dinero vuelve a prestarse, en parte porque se generan intereses que no son reales, sino virtuales.
Ergo, la confianza del ahorrista es la que permite que el sistema funcione. Así ha sido a través de los siglos y en casi todo el mundo.
En cuanto se pierde esa confianza, la retracción popular genera un efecto en cadena que no se puede detener. Eso mismo, es dable mencionarlo, es lo que —junto al desmanejo de una serie de inescrupulosos empresarios y consultores— provocó la explosión de la actual crisis internacional.
En ese sentido, Obama tiene una gran responsabilidad: recuperar la confianza que la sociedad perdió para volver a aceitar el engranaje de la maquinaria económica internacional. Todas las miradas reposan en él.
Obama parece llegar a su cargo a la primera magistratura estadounidense cargado de expectativas y buena voluntad. Es un gran síntoma, pero no alcanza. Dependerá de la libertad que le permita el sistema para que pueda cumplir con lo prometido en su extensa campaña.
Aunque suene básico, no está de más recordar que el verdadero poder en los Estados Unidos se encuentra detrás de la figura de aquellos que ostentan los cargos ejecutivos formales. Especialmente en manos de una serie de Think Tanks, entre los cuales se destaca el Council of Foreign Relations (CFR), una suerte de consejo que, desde el año 1919, diseña las políticas que deben adoptar los Estados Unidos a futuro e intenta imponer su particular idea de "globalización". Pocos saben que este último es un concepto ha nacido en el seno del CFR, a efectos de poder imponer un gobierno mundial que tenga potestad sobre todas las naciones.
Para entender el peso que tiene el CFR en la política norteamericana, hay que mencionar que, desde 1956, todos los asesores de los diversos presidentes que tuvo Estados Unidos en Asuntos de Seguridad Nacional, excepto dos, han sido o son miembros del CFR. También lo son, desde 1966, todos los directores de la CIA ; desde 1959, todos los Secretarios de Estado ; y desde 1961, todos los Secretarios de Defensa —excepto dos—, y todos los Secretarios del Tesoro, excepto uno (1).
En el plano nacional, es dable comentar que, toda vez que los Kirchner han viajado a los Estados Unidos se han reunido con miembros del CFR, y de ellos han recibido precisas instrucciones en puntuales temas que involucran intereses norteamericanos. Tal es el caso del atentado a la AMIA. Durante años Cristina Kirchner sostuvo la hipótesis de la "pista siria" —cuando presidía la pertinente comisión investigadora del Senado—, pero el primer viaje con su marido a la madre patria, en el año 2003, bastó para que cambiara radicalmente su forma de pensar y se plegara a la hipótesis más conveniente a los intereses americanos: la pista iraní.
Volviendo a Obama, hay una gran esperanza en que su presidencia logre reparar vicios del pasado. Esa esperanza es todo un acontecimiento en sí mismo, pero no es suficiente para solucionar nada.
La gravitación de estos grupos de poder —CFR, Grupo Bildelberg, RIIA, Comisión Trilateral, etc— representa el gran desafío que Obama tendrá que saber sortear en pos de poder cumplir sus propios sueños y el de todos aquellos que depositaron sus esperanzas en la persona de este.
No se puede ser pesimista, ya que no hay manera de no tener júbilo en un día como hoy, pero habrá que ser precavido. Al menos hasta ver cómo se van dando los acontecimientos.
Christian Sanz
(1) Ver libro El cerebro del mundo de Adrián Salbuchi (Ediciones del Copista).