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Relaciones Incestuosas: los medios y el Poder

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UNA RELACIÓN AMOR-ODIO
UNA RELACIÓN AMOR-ODIO

La historia de los diarios Clarín y La Nación es parte fundamental de la historia argentina por sus encuentros y desencuentros con funcionarios, presidentes y gobiernos. Analizar concienzudamente ese “toma y daca” del poder político con la prensa y viceversa, intentando apartar a las serpientes de la mentira, es lo que investigué en “Relaciones Incestuosas. Los grandes medios y las privatizaciones. De Alfonsín a Menem.

 

Los medios y los gobiernos se vinculan en un eje de “amor-odio” que no puede ser reconocido ni por unos ni por otros. Por los medios, porque perderían la credibilidad que reclaman y proclaman. Por los gobiernos, porque se los acusaría de estar al servicio de los formadores de opinión y no del conjunto de la población. Ambos disputan el poder simbólico de la sociedad, poder entendido como la relación circunstancial pero permanente de intentar influir sobre ella. Así, se necesitan mutuamente y, en las democracias liberales actuales, se complementan.

Un ejemplo de estas relaciones incestuosas fue el tratamiento editorial de los dos grandes matutinos —Clarín y La Nación— durante el proceso de privatizaciones de las empresas de servicios públicos durante el primer gobierno de Carlos Saúl Menem. En medio de descaradas privatizaciones, el discurso imperante equiparaba al Estado con el mismísimo demonio. Recordemos que, desde 1989, cuando el justicialista y ex gobernador de La Rioja, Carlos Menem, asumió la presidencia de la Nación argentina, se inició un proceso de liberalización y desregulación de la economía sin precedentes que fue acompañado por el predominio del sector financiero sobre el industrial. Durante la marcha de este proceso se privatizaron las empresas de servicios públicos del Estado mientras que, a su vez, una gran cantidad de medios de comunicación —entre ellos los principales canales de televisión y las radios capitalinas más importantes— también pasaron a manos privadas.

Al mismo tiempo que el capital financiero, mediático y de los grandes grupos económicos se concentraba, una visión negativa del Estado como administrador se apoderaba de la opinión pública, de los medios de comunicación, de políticos y de funcionarios.

 

El cuento de Doña Rosa

 

¿Quién influye a quién? ¿La sociedad argentina estaba harta de los servicios públicos manejados por el Estado porque los diarios, Bernardo Neustadt y la empleada pública del humorista Antonio Gasalla escribía y hasta ridiculizaba la impericia estatal? ¿O tal vez la opinión pública se había saturado de esperar años para conseguir una línea telefónica en su casa?

La relación que existe entre la sociedad y los medios de comunicación de masas es innegable: los medios están formados por personas que integran la denominada "opinión pública" y, a su vez, la opinión pública condiciona a los medios en menor o mayor medida, ejerciendo una presión sobre ellos. Como afirma Denis McQuail: “La institución de los medios forma parte de la estructura de la sociedad, y su infraestructura tecnológica de la base económica y de poder, mientras que las imágenes y la información que difunden son, obviamente, un aspecto importante de nuestra cultura” (1). Sería imperdonable obviar la presión que la opinión pública ejerce sobre los medios de comunicación pero también es cierto —y más en las sociedades actuales, altamente mediatizadas— que, la única opinión pública efectiva es la opinión pública publicada.

Es necesario reconocer el rol que juegan los medios de comunicación masivos en una sociedad que se caracteriza por la mediatización de la experiencia ya que las representaciones iconocinéticas, la televisión en primer lugar, y la radio y los medios de prensa escrita, luego, establecen la agenda mediática y la manera en que el ciudadano debe ubicarse frente a la noticia. Los medios informan pero también forman opinión donde la noticia es una construcción social arbitraria de un hecho y donde la realidad expresada por los medios no es una ventana abierta al mundo sino una construcción donde se persuade —entendido en términos aristotélicos—, donde algunos acontecimientos son noticias —llegan a la luz— y otros no —se ocultan— y, especialmente, le otorgan a la sociedad la agenda de discusión cotidiana que circulará en ella. Los medios transforman las identidades culturales, influyen en las formas de percibir hechos y personas, construyen lazos sociales y políticos, robustecen conflictos y consensos. En ese sentido ¿Cuál era el rol que debía cumplir el Estado según Clarín y La Nación entendiendo a la editorial como la conciencia abierta de un diario al igual que lo hicieron en Decíamos Ayer los periodistas Eduardo Blaustein y Martín Zubieta? Investigar quién habla y desde dónde habla es descubrir qué se busca decir, para qué y por qué.

En absoluto esto significa que los periodistas de ambos diarios no hayan investigado y hasta denunciado los negociados en el proceso de venta de las empresas pública, la corrupción y hasta la aparición de un diputrucho” en una sesión histórica del Congreso, pero las causas y consecuencias de las privatizaciones jamás fueron abordadas desde un ángulo opuesto al del gobierno menemista. Había que privatizar y cuánto antes, mejor. Eso era incuestionable.

Como señaló Bernardo Neustadt a este periodista, “a Doña Rosa nadie le puso un revolver en la cabeza” para que legitimara la traición de Carlos Menem y convalidara sus mentiras votándolo masivamente en 1995. La sociedad acusó y criticó cuando lo quiso hacer, así como también apoyó y votó a corruptos, genocidas y represores sabiendo de sus pecados, en menor y mayor medida. Muchos medios, a su vez, como parte de la sociedad toda, se enamoraron de algunos gobernantes otorgándoles más espacio a los elogios y menos líneas a las denuncias, priorizando con mayor énfasis algunas medidas y cubriendo algunas críticas. Algunas noticias tuvieron más espacio que otras –no fue lo mismo la cobertura mediática de la Plaza del Sí en apoyo a Carlos Menem que las tantas Plazas del No a su política económica–. El ensayista Miguel Alsina afirma que “la noticia es una representación social de la realidad cotidiana producida institucionalmente que se manifiesta en la construcción de un mundo posible”. (2)

La llegada de Carlos Menem al gobierno en 1989 sólo explotó, y con éxito, ese odio hacia el Estado, no lo creó. Sin embargo, la “prensa gráfica comercial”, intervino en la creación de consensos y construyó un discurso que fue funcional al modelo neoliberal instaurado por el gobierno de Carlos Menem y profundizado con la llegada de Domingo Cavallo al ministerio de Economía. El hecho de repetir una y otra vez, hasta el hartazgo, la inutilidad estatal y los beneficios de privatizar las empresas de servicios públicos es lo que el recordado ensayista, periodista y profesor, Aníbal Ford llamaba “mediaciones”, “dispositivos de construcción de hegemonía (…) donde operan interpretaciones que después se institucionalizan en el sentido común”. (3)

Cada vez en que la política y los grandes medios se aliaron produjeron un discurso unificado y un consenso social que minó expresiones alternativas. Sucedió a comienzos de los 90 y se repitió durante los primeros años del kirchnerismo. Los discursos incuestionables como los totalitarismos políticos y discursivos siempre atentaron contra la democracia. He aquí un momento de la historia argentina en la que las aguas sociales (dentro de las que nada el subsistema periodístico) se han dividido y no por obra y gracia de ningún Moisés.

¿Quién creó ese inmenso odio hacia el Estado entonces? Difícil es tener una respuesta exacta ya que no existe. Recordemos que “la acusación no es prueba y que la condena depende de la evidencia y de un proceso legal”, como dijo el célebre periodista Edward Murrow (4). En Relaciones Incestuosas  trabajé sobre la idea de imaginario social, el cual fue invadido por el sentimiento de miles y miles de ciudadanos, en su rol de usuarios, que vieron cómo los servicios esenciales manejados por el Estado, funcionaban cada día un poco peor –el caso de la prestación de la telefonía es ejemplar–. Ahora bien, a la sociedad no le interesaban las razones de ese mal funcionamiento –si había un boicot interno o si existía una política desde el propio de Estado de deshacerse de sus empresas–, y cuando muchos políticos se animaron a hablar de la posibilidad de privatizar comenzaron a ser vistos como actores hollywoodenses, rubios y de ojos celestes. El trabajo de la “doña Rosa” de Neustadt –el periodista televisivo más visto de esa época – es innegable, como él mismo se encargó de señalar en vida y despertó mayor influencia que docenas de editoriales del diario La Nación o alguna tapa de Clarín. Pero Neustadt no obligaba a sus televidentes a que lo vieran todos los martes a la noche y menos que llenaran la Plaza de Mayo para decirle “Sí” a Carlos Menem.

En la obra de Shakespeare Julio César, dice Casio: “La culpa, querido Bruto, no está en nuestro destino, sino en nosotros”. Sin embargo, un nosotros no puede ni debe significar un todo absoluto, dado que hubo dirigentes, sindicalistas –los menos, cabe aclarar–, políticos, periodistas de medios marginales y algún sector minoritario de la opinión pública que supieron aventurar que el neoliberalismo y la política privatista no sería una solución sino un nuevo y, aún más grave, problema. Criticaron y resistieron, pero fueron vencidos ante la indiferencia de las mayorías. En esos años, tanto los periodistas como la opinión pública tuvieron alergia a la información desagradable o perturbadora, y se dedicaron a devorar las bellezas que el presidente Menem les “obsequiaba” en su cajita de cristal. Vivir la fantasía y la apariencia no sólo fue un pecado de muchos políticos sino también de una sociedad que se transformó en “público” y que estaba harta de la burocracia estatal, la hiperinflación y las malas noticias; prefirió a un vivo que a un serio, a un “roban pero hacen” que a un honesto pero lento. El fin volvió a justificar a los medios.

Hoy aquellos temas que en otros tiempos no se discutían, están arriba de la mesa, dispuestos a ser devorados. En el 2008, en una guerra de poder nunca antes vista, un gobierno comenzó a cuestionar el poder de Clarín, ese monstruo, temido como cualquier criatura de estas características y tamaño, aunque creado por sus propios y futuros detractores. Esas relaciones non sanctas de ayer son estas relaciones incestuosas de hoy en que los ciudadanos y los periodistas sin compromisos políticos ni económicos con un grupo empresario determinado, observan “la guerra”, día a día, envueltos en una pelea estéril en donde la mayor perjudicada es la verdad. El periodismo puede ser de izquierdas o de derechas; pero siempre debería mantener es la honestidad consigo mismo que es la única forma de serlo con el lector, con el oyente y con el televidente. El compromiso ideológico no debería ir a contramano con la veracidad.

 

Luis Gasulla

Autor de “Relaciones Incestuosas.
Los grandes medios y las privatizaciones, de Alfonsín a Menem”
Conductor del programa radial “Ahora es Nuestra
la Ciudad
Radio Cooperativa AM 770

 

(1)    Denis McQuail, Introducción a la teoría de la comunicación de masas, Barcelona, Paidós, 1999.

(2) Miguel Alsina, La construcción de la noticia, Madrid, Paidós, 1989.

(3) Aníbal Ford, “La marca de la bestia. La narración de la agenda o las mediaciones de los problemas globales”, apuntes de la materia Teoría sobre el Periodismo de la carrera de Comunicación Social, Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Buenos Aires.

(4) Extraído de la película Buenas noches... buena suerte, dirigida y protagonizada por George Clooney, 2005. En el film se relata la historia del enfrentamiento entre el presentador de noticias de la CBS Edward Murrow con el senador Joseph McCarthy. 

 

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