10 de diciembre del 2010. El día en que el gobierno nacional había preparado todo para una gran fiesta, concluye teñido de sangre y muerte. 40 minutos de cadena nacional mientras bandas armadas corren a tiros a ocupantes de un Parque que, increíblemente, algún iluso lo nombró Indoamericano. Insinuaciones de conspiración. Un gobierno de la ciudad que esconde la cabeza como el avestruz y otro que habla de derechos humanos mientras se desata una nueva batalla de guerra entre pobres. ¿Cómo se para esta ola de odio en la Argentina?
Una de las primeras notas que publiqué en Tribuna de Periodistas giraba en torno al odio como expresión de la Argentina que nos dejarán los Kirchner. Néstor murió y un aparato comunicacional, aceitado milagrosamente y con millones de pesos luego de la derrota del 2009, asoció al ex presidente con Jesucristo, el Che y San Martín. Dio la vida por nosotros. Cristina es amor, me gritaron amigos, compañeros y algún enemigo que luego de la desaparición de Néstor habían resurgido como un ave fénix y se vengaban de ese humilde manifiesto personal. Hoy la presidenta habló de derechos humanos mientras otros argentinos o bolivianos —da lo mismo— morían a 10 minutos de Casa Rosada y del ex Correo Central.
Poco importa cómo comenzó la disputa de tierras o quién y cómo prendió la mecha. Pero el germen del odio está instalado en nuestra sociedad. Macri explotó, con su desacertado discurso (no era el momento para hablar de controlar la inmigración) el odio de amplios sectores de la población argentina hacia el otro, el distinto, el extranjero. Una mujer boliviana llora a su marido muerto y decenas de personas le gritan que se vuelva a su país. Un joven de 19 años tiene la cabeza partida al medio. Un representante de la villa 20, cuando lo llamo para una entrevista y le informo que pertenezco a Radio Cooperativa, me comenta que lo amenazaron de la producción de un programa de esa emisora y lo asociaron falsamente con el macrismo y con hacerle “el juego a la derecha”. Esa tarde, mientras el centro porteño es un caos de tránsito por la lluvia ¿es un complot la tormenta, señora Presidenta?, el taxista me grita que los bolivianos son negros y se tienen que ir ya. Prefiero callarme. Por esas cosas de la vida, ese día, me presento en la Dirección de Espacio Público del Gobierno de la Ciudad a gestionar la Plaza de Mayo para la proyección de un film organizado por Canal 7 (mi otro ámbito donde me desempeño profesionalmente). Uno de los “patovicas” tan habituales de estas dependencias estatales, le comenta a otros tres compañeros, luego de presentar la nota: “Minga te lo vamos a dar, pedazo de pelotudo. Pediselo a los Kirchner”. ¿Qué pasa en este país? ¿Qué nos pasa? ¿Qué clase dirigente supimos votar y cómo nos están enfermando la cabeza?
¿Cómo se entiende un discurso de 40 minutos en cadena nacional mientras sucede lo que sucede? ¿Sabía la Presidenta de los nuevos hechos de violencia y estiró lo más posible la cadena o sabían los violentos que los medios no estaban transmitiendo en vivo y en directo? ¿Cuál es el vínculo con los barras? ¿Qué rol juegan los punteros políticos? ¿Qué es militar por una causa? ¿Vale todo? ¿El fin justifica a los medios?
Apurado e indignado, expreso mi indignación por un fin de año triste en donde la Argentina vuelve a ser testigo de sangre derramada sin sentido. Creo que estas muertes no tienen sentido pero suplico que no sean olvidadas. Ni por el periodismo ni por la sociedad. La culpa, querido Bruto, está dentro de nosotros. Es hora de parar la pelota y recapacitar. ¿Qué hay detrás de este conflicto? ¿Quién desestabiliza a quién? ¿A quién se le fue de las manos vaya a saber qué negocio? ¿Quién pone en coto a las mafias, ya sea sindicales y políticas que manejan subrepticiamente, este país? Impunidad. Ahí está la clave.
Luis Gasulla